Universalia 24 - Año 2006
¿Del hecho al dicho?, Prof. Lourdes C. Sifontes G.
Don Luis, letrado y numerado
El corazón de la Universidad Simón Bolívar ha latido con fuerza el pasado diez de octubre de 2005: en el Palacio de las Academias, ese remanso de saberes y mármoles en el medio de un centro caraqueño en el que hierven la economía informal, el ruido y otras duras delicias de la intensidad urbana, Don Luis Barrera Linares, profesor jubilado que siempre nos ha dado motivos de júbilo, ha sido recibido como ocupante formal de la silla identificada con la letra “D”, lo que en la afinidad sígnica y combinatoria de letras y números se traduce en su incorporación como individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
Académico de cuerpo entero, hizo retumbar en su discurso ese enorme corazón de investigador, amigo y maestro que esa tarde se repartía entre el centro de Caracas y otros centros (UPEL, UCV, USB, etc.) en los que su voz y su palabra han sembrado el legado, la chispa y la inquietud de la lengua y la literatura, cara y cruz inseparables en ese tesoro que es el descubrimiento del mundo. Desde esos corredores que albergaron un momento más que importante en los inicios de la universidad venezolana, hasta los jardines de esta aún jovencísima universidad de la excelencia, el pensamiento y el quehacer de Don Luis han ido dejando una huella que pica y se extiende. De valle a valle, de universidad de antaño a universidad de hoy y de mañana, de academia a academia, Caracas y Sartenejas se vistieron de gala, valga el lugar común, en la celebración del flamante individuo de número y de letra.
Nos pareció imprescindible, entonces, rendirle este brevísimo homenaje y trazar algunas reflexiones estimuladas por su discurso de incorporación y por lo que ha sido la labor de su vida como docente, escritor, investigador y pensador de la palabra y las palabras.
Las palabras y nosotros
Reflexiones, o, quizás, fascinaciones: por el tema de la responsabilidad y el ejercicio de los llamados hablantes públicos (periodistas, políticos, voceros profesionales varios, etc.), entre los cuales sin duda nos encontramos los docentes y se encontrarán los futuros recipiendarios de los títulos conferidos por nuestra institución. Responsabilidad que perdemos de vista (o que no queremos ver) cuando hablamos de que a “las palabras se las lleva el viento”, cosa que es, según nuestro académico, “una falacia, una ficción”, ya que “Con la palabra se generan formas de comportamiento” (Barrera Linares 2005:18) que sin duda los hablantes en posiciones de liderazgo moldean y modelan.
Hay, sin duda, rasgos igualmente fascinantes en el hecho de que las lenguas albergan términos, giros y decires que juegan a la gallina y al huevo con la visión del mundo: en el medio educativo peleamos sin descanso contra la “copia”, pero ¿cuál es la marca del verbo copiar? ¿Cuál es su estigma en el imaginario lingüístico hispano? La séptima acepción del DRAE nos ofrece: “En un ejercicio de examen escrito, ayudarse consultando subrepticiamente el ejercicio de otro examinando, libros o apuntes”. Un significado más. El inglés nos brinda, en cambio, la codificación de un verbo algo distinto: to cheat. No hay en esto mejores ni peores, pero tal vez el asunto nos ofrece algunas cosas en las que deberíamos pensar. Construimos la lengua y somos construidos por ella, y quizás necesitamos hacer uso de otros mecanismos discursivos –que sin duda tenemos- que adjudiquen a lo que queremos decir la carga precisa y adecuada.
En el marco del rol contemporáneo de la Academia, según en http://www.rae.es se define, “La institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado vivir. Actualmente, y según lo establecido por el artículo primero de sus Estatutos, la Academia «tiene como misión principal velar porque los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico»”.
Las necesidades de sus hablantes: ideal extraordinario de dinamismo, crecimiento, enriquecimiento. Principio que nos hace a todos potenciales constructores de estructuras lógicas en los caminos de la morfología y la sintaxis, y que se sustenta en las bases de una economía del lenguaje que nos hace combinar, rehacer y derivar elementos. Una mirada a un diccionario etimológico nos dice mucho sobre las sendas recorridas por una palabra que emprendió la aventura en solitario, y hoy por hoy cuenta con una prole que aún no tiene fin.
Un par de ejemplos
Pienso momentáneamente en otra alianza de números y letras: la que expresa, por ejemplo, el verbo contar. El computare latino (derivado de un putare que por algún motivo no se hace muy visible en las hablas modernas y que Corominas reporta en su Diccionario Etimológico), con sus acepciones de calcular y relatar, ha mantenido una hermandad entre los elementos del razonamiento numérico y el verbal que ni siquiera los mitos estudiantiles y de las nefastas (y necesarias quizás) divisiones del conocimiento (“yo soy bueno en matemáticas, no sirvo para escribir”; o “lo mío son las letras, no saco porcentajes”) han logrado romper. Contamos y contamos, en ambos sentidos, porque son uno solo: el sentido de construir, codificar y decodificar nuestro universo.
Y de ese mismo computare hoy tenemos computadores distintos: el contador, ese profesional que en otros códigos no podemos disociar graciosamente del tintinear de la cubertería (el tenedor de libros), y el computador, ese aparatejo que, en las más varias dimensiones, nos acompaña en el día a día en la construcción contemporánea de nuevas alfabetidades. Curiosamente, al referente que parece ser más antiguo (el que asociamos con el trabajo humano y hasta manual) corresponde el vocablo que ha experimentado más modificaciones diacrónicas; y nuestro mágico artilugio informático, ante el cual el futuro se acelera incansable, retorna a un computador casi latino, en un aparente cultismo que quizás no es otra cosa que justicia del destino lingüístico.
¿Cuándo necesitamos nuevas palabras o expresiones? ¿Cuándo nos disponemos a hacer nuevos acuerdos sobre ese rompecabezas colectivo de la lengua que hablamos y en la que escribimos? El deslinde entre la innovación (o renovación) necesaria, el uso no responsable y el préstamo facilón no es siempre sencillo …
A título de curiosidad y juego, me he hecho algunas preguntas al respecto sobre lo que ha pasado con los índices. La tabla de contenidos de un libro, la funcionalidad señaladora del dedo en cuestión, los prestigiosos listados de publicaciones académicas, la sospecha que recae sobre un individuo a partir de indicios, nos han regalado una montaña de verbos: indicamos, indizamos, indexamos e indiciamos. Obviamente, atribuir a una publicación prestigiosa el participio indiciada levantaría algunas sospechas sobre su solvencia. Pero, lo que está en un índice, o índex (supuestamente en desuso), ¿no está acaso indicado? Y ahí les dejo la pregunta.
“Mamá, yo quiero saber / de dónde son los hablantes ... ”.-
En materia de responsabilidad del hablante y el escribiente públicos, no es poco lo que puede decirse. Quisiera hacer énfasis aquí (nuevamente) en que el profesor universitario, sea cual sea su área de especialización, debería, por no decir debe, ser portador constante y comprometido de esta responsabilidad. Para el profesor universitario no valen expresiones como “tonterías de redacción”, “eso se entiende así como está” y “yo siempre lo escribo así” en los contextos y situaciones de actuación académica (clases, foros académicos materiales o virtuales, y, en general, en cualquier marco de acción pública). Nadie lo sabe todo, y eso está claro. Pero el reconocimiento del valor de ese tesoro que es la lengua es esencial para quien dice apreciar el conocimiento y trabajar por, para, con, desde y hacia él, y la humildad para verificar ciertos términos antes de usarlos o para mejorar nuestros haberes y hablares (sea cual sea la edad del loro) es imprescindible en esa acción de “generar formas de comportamiento” (v. Barrera Linares, supra), ya que a través de nuestro desempeño lingüístico docente y su influencia generaremos los comportamientos que lo que digamos y escribamos pueda generar.
Me sumo a nuestro académico en la atención a los derroteros de los nuevos contextos de la lengua, y en la necesidad de aceptar que hay otras estructuras, otras formalizaciones. Me inquieta que en el habla pública se confunda experticia con experiencia (aunque quizás esto sólo indica que le perdimos el norte a la relación experiencia-experto y la derivación de experticia nos reaviva cierto sentir semántico por la consistencia sonora), pero creo firmemente en la validez de las abreviaturas del chat –o del chateo- y sus alrededores, eso sí, con puntuación coherente y separación de palabras donde corresponda ... si es que corresponde. Por supuesto, esto en el ámbito de los mensajeros (corredores de la autopista virtual que nos llevan y traen las líneas de los otros) y de los teléfonos celulares: no en el de los exámenes de las asignaturas de los planes de estudio.
De invenciones, confusiones y riquezas
Creo aún más en la creatividad de expresiones – “creaciones propias del ingenio de los hablantes” (Barrera 2005:19)- como la colorida, decidida y emprendedora “¡Sí va!”, que dispara desde la coloquialidad juvenil –a la que me sumo cuando puedo- el entusiasmo y el aserto de quien sabe lo que quiere y no tiene dudas sobre el camino que se traza hacia ello. Desde la propuesta de ir al cine, tomar una cerveza, organizar una caimanera deportiva o estudiar juntos, sí va abarca las virtudes de las que parece querer convencernos trabajosamente la publicidad bancaria: seguridad, confianza, estabilidad, mutuo acuerdo, claridad de objetivos. ¿Irreflexividad juvenil? Tal vez, y por ello quizá es más rica aún la expresión, en la medida en que establece una relación de consustancialidad con los sujetos que la emiten y la disfrutan.
El mundo del ¡Sí va!, el vn a mi ksa, el cibertexto, Lost, la multiconversación, Halo y Final Fantasy no es un mundo descalificable, y quizás ni siquiera un mundo lejano. Es un mundo, y, en muchos sentidos, es el mundo, el que determinará las estructuras y maneras de organizar lenguaje, pensamiento y acción de la generación que recorre nuestras aulas. Los hablantes públicos de la docencia tenemos, como participantes y constructores de la conversación universitaria, otra responsabilidad: la de escuchar esas voces, ideas y estructuras, darles su lugar, saber visualizar su riqueza, convivir verdaderamente con ellas. Nos decimos académicos: recordemos la carga significativa de la academia platónica y la producción del diálogo como intercambio y aprendizaje.
Quizás es importante no desmerecer las creaciones y los nuevos ámbitos comunicativos y cognitivos de esta era de información, imagen y simultaneidades abrumadoras, y poner algo más de cuidado en lo que generamos en esos oyentes que tienen tanto que decirnos, y ver la efectividad situacional del emoticono y el apócope y apreciarlos en su sistema de funcionamiento, e intentar comprender que, en el sistema del hablante público, somos poco eficientes cuando olvidamos que bianual no es bienal, currícula y trivia no son femeninos singulares, los lapsos son todos de lo que deben ser y no hay que abundar en su sustancia (cf. Barrera Linares 2005:19) y decir que se es “de descendencia” italiana, española o sueca sólo indica que no estamos pensando muy claramente en nuestras palabras cuando queremos hablar de nuestros abuelos y en realidad estamos mirando a los hijos y a los nietos, incluso cuando no existen. Decía Unamuno: “donde no se enseña a bien hablar, no se enseña a bien oír y bien escuchar”. En materia de lenguaje académico, estamos aquí y somos esa voz que, nos guste o no, modela a otros. Y en materia de otros lenguajes, es esencial recordar que el mundo de hoy es multisemiótico y multisistémico. ¿Y saben qué es satisfactorio? Que contamos con un académico de letra, número, genio y figura, que está consciente de ello. Que Don Luis Barrera Linares, nuestro académico, reciba la felicitación, calurosa y sentida, de Universalia y del Decanato de Estudios Generales, y de toda nuestra Universidad.
---
Bibliografía homenajeada
BARRERA LINARES, Luis. 2005. “La lengua y la literatura en-red-@-das: nuevos temores hacia antiguas estrategias comunicativas”, en Academia Venezolana de la Lengua. Discurso de incorporación como individuo de número de Don Luis Barrera Linares / Contestación del Académico Don Francisco Javier Pérez. Caracas: Academia Venezolana de la Lengua, 7-66.