Fabio Cardeso*
El héroe aspira a la perfecta nobleza, es decir, a que su deber no se le imponga
como una coacción exterior, sino que consista en la expresión más vigorosa y eficaz de su
propio ser
(Fernando Savater. La tarea del Héroe, 1983)
Desde que entré en contacto con el mundo de la literatura, he observado que alrededor de muchas obras se tejen infinidad de análisis y propuestas. Algunos intentan descubrir las intenciones del autor al escribir, otras explicar el contenido simbólico, por mencionar dos ejemplos. En el principio, quizás un poco por mi inmadurez, tildé este afán de reflexionar en torno a una obra como absurdo. Sin embargo, ahora me parece fascinante cómo estas reflexiones abren las puertas de la imaginación y permiten ver de formas distintas la obra original. Así me ha sucedido con un texto especial; pretendo contar un poco mi experiencia, y justificar mi posición ante él, como punto de partida para mi reflexión en torno a la plenitud del ser que persiguió Don Quijote de la Mancha. Se trata de un texto escrito por Lourdes Sifontes que lleva por título “Quijote”, y dice así:
“Después de tantas aventuras que te he hecho correr junto a mí, después de tanta empresa loca equivocada, después de los molinos que tomé por gigantes y los cueros de vino que hice trizas, después de la Trifaldi y Clavileño, de la venta que tomé por castillo, de los galeotes que dimos en salvar, véome en el caso de cumplir la promesa que te hice, y hete aquí que te entrego, para tu gobierno, para tu protección y tu agonía, sin que puedas negarte o abandonarla, sin que puedas jamás dar la espalda a sus lides, en la certeza que sabrás guardarla, la ínsula que soy.” (Sifontes 1992: p. 59)
Una primera lectura al texto propone muchas dudas. A primera vista: ¡Don Quijote no es una ínsula! Cuesta entender cómo puede ser posible que la recompensa de Sancho sea Don Quijote como persona, si está esperando una ínsula para gobernar –es decir, algo material–. ¿Es acaso ésta una de las locuras de Don Quijote, o hay algo que justifique su acción? Aunque es bastante descabellado, considero que hay algo especial en la proposición del texto. Mi intención es explicar qué he logrado aprender.
El analizar un poco la historia de Don Quijote de la Mancha puede entonces ubicarnos en un contexto propicio para luego descubrir las posibles razones de su intención de entregarse como ínsula a Sancho Panza. Un criterio muy generalizado es que el ingenioso hidalgo es un señor mayor, bastante chiflado por querer convertirse en caballero; Cervantes lo confirma en el primer capítulo de su obra donde nos presenta al Quijote:
“En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. I)
No creo que resulte extraño que hasta el mismo Cervantes proponga al Quijote como loco. Sin embargo, no debe perderse de vista en la cita anterior una de las razones que respaldan la salida de Alonso Quijada y su intención de ser caballero andante, según Cervantes, cuando dice “así para el aumento de su honra”. Dudo que de antemano se pueda saber cómo la intención poco racional de Don Quijote de ser caballero andante puede contribuir de forma alguna con su honra. Por ello, es a partir de esta intención que nos revela el autor que plantearé mi reflexión. De ser exitoso en mi empresa, no sólo lograré abrir las puertas de la imaginación del lector, sino que además explicaré qué he logrado aprender con el texto de Sifontes.
Pues bien, continuaré con lo que me parece el indicio más evidente, y me permitiré explicar un poco el trasfondo, pues lo considero necesario. Don Quijote, antes de ser caballero andante, es hidalgo. El título de la obra nos lo dice: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. El lector se preguntará ¿cuál es la importancia de que Don Quijote sea hidalgo? Yo considero que la importancia es grande, por lo que nuestro camino ahora va dirigido al descubrimiento de la hidalguía.
En pocas palabras, se puede decir que un hidalgo es una figura ejemplar, a la que se le asocia cierta noción de superioridad social o cualidad ética. Alfonso García Valdecasas, en su libro “El hidalgo y el honor” nos descubre en qué reside el carácter de ejemplar de un hidalgo: “la superioridad social de ésta se fundaba en su vida ejemplar, en su valor y en sus virtudes, no en la posesión de bienes económicos” (Valdecasas 1958, p. 1). Resulta interesante ver cómo en efecto se ajusta la idea expuesta por Valdecasas a la forma como Cervantes nos presenta a Don Quijote, en términos de posesiones materiales: “Un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. I).
Si bien las ideas presentes en la cita anterior hacen referencia al estado de pobreza de Alonso Quijano, el objetivo no es establecer al hidalgo como indigente; muy por el contrario, ¡el hidalgo no se define por sus bienes, sino por sus obras!. Entonces, que Don Quijote sea pobre no debe resultar negativo, ya que un hidalgo no se distingue por tener dinero, pues su mayor riqueza es su ser: la verdadera nobleza reside en el corazón. Al respecto, Valdecacas nos dice: “Es corriente, en efecto, la figura del hidalgo pobre, y no por ello mengua su hidalguía o su honor. Es más: en la significación estricta de la palabra, el hidalgo no puede ser rico (...) la palabra hidalgo, en sentido estricto, designa el estado inferior de la nobleza” (Valdecasas, pp. 14-15). Existe también una condición importante para la hidalguía y es que, aunque ésta se hereda, es trabajo del hidalgo demostrar que es digno de ser reconocido como tal. Esto es indicado también por Valdecasas: “así, pues, si el hidalgo es heredero, lo es, ante todo, para las cargas. Es un pensamiento constante en nuestros clásicos, que el ser hijo de algo o de bien, es, ante todo, una fuente de deberes. Sólo al cumplirlos se merece realmente ser llamado hijodalgo” (Valdecasas, p. 9).
Se propone entonces que la hidalguía es una condición de nobleza, pero un tipo muy particular: la que se fundamenta en las obras del ser. Una vez más Valdecasas nos ilustra la importancia de las obras, y su relación con la nobleza: “la nobleza no consiste sino en la virtud (...) la ascendencia noble no arguye nobleza, sino la obligación de ser noble (...) la virtud se prueba por las obras, como por los frutos se conoce el árbol. Por consiguiente, cada cual es hijo de sus obras” (Valdecasas, pp. 9-10). En repetidas ocasiones, y de una manera muy hermosa, Cervantes nos indica la importancia de las obras para el hidalgo a través de Don Quijote. Por ejemplo, en la aventura del mozo Andrés, Don Quijote indica que, aunque el rico Haldudo no haya recibido ninguna orden de caballería, sus obras le permitirían estar a la altura de un caballero: “Importa poco eso, respondió Don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. IV). Pero no es sólo a través de Don Quijote que Cervantes nos indica la importancia de las obras sobre la herencia de la nobleza. Por ejemplo, en el capítulo del escrutinio de la biblioteca, el cura decide echar al fuego el libro Sergas de Esplandián únicamente por ser considerado hijo de Amadís de Gaula:
“–Es –dijo el barbero–, las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula.
–Pues en verdad –dijo el cura– que no le ha de valer al hijo la bondad del padre; tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. VI)
De esta manera se presenta lo fundamental que resultan las obras del hidalgo para lograr merecer tal condición y alcanzar con esto la plenitud de su ser; todo radica en ser, no en poseer. Hace poco comentaba acerca de cómo encaja Don Quijote con la definición del hidalgo por su condición de pobre, pero ¿qué sucede con su vida ejemplar, valores y virtudes? ¿Son acaso sus obras dignas de hacerle merecer la condición de hidalgo? A primera vista, la vida de un hombre desquiciado que toma la determinación de ser caballero andante no es algo que bien podría llamarse ejemplar, pero creo que analizando con detalle las aventuras del ingenioso hidalgo se puede descubrir cómo en efecto logra ser un hidalgo digno. El hecho de ser hidalgo puede ser considerado como una virtud, que se logra a través de las obras, y la hidalguía implica nobleza. Valdecasas nos abre una nueva puerta: existe una estrecha relación entre las obras de un hidalgo y las virtudes, que le permiten lograr la plenitud del ser: “La nobleza consiste en la virtud, y ningún título o posición social, por altos que sean, podrán suplir la falta de virtud” (Valdecasas, p. 17). Por su parte, Fernando Savater en su libro “La tarea del héroe”, dice con relación a las virtudes: “En el héroe se ejemplifica que, realmente, la virtud es fuerza y excelencia, es decir, el héroe prueba que la virtud es la acción triunfalmente más eficaz” (Savater, p. 112). Más aún, Valdecasas nos dice: “Podría pensarse, en efecto, que si la nobleza consiste en la virtud, donde haya nobleza heredada habrá implícitamente virtud” (Valdecasas, p. 22). Considero entonces que la intención de un hidalgo a través de sus obras implica cultivar las virtudes que le caracterizan, para ser un digno hijo de sus obras y lograr ser un ser pleno.
Ya que la intención es descubrir si en efecto Don Quijote es digno hijo de sus obras, será necesario explicar qué son las virtudes y cómo las alcanza el ingenioso hidalgo. Según Valdecasas, la doctrina de las virtudes “desempeña un papel importante en la concepción de la nobleza y la hidalguía” (Valdecasas, p. 16), razón por la cual no deben ser dejadas de lado. Confieso que deseo lograr aclarar que Don Quijote en medio de su locura, logra con sus aventuras su objetivo, que es alcanzar la plenitud del ser. En esencia, haré referencia a las virtudes cardinales –fortaleza, templanza, justicia y prudencia–, así como las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad–, con breves ejemplos presentes en las aventuras de Don Quijote.
La primera virtud que se cruzará en nuestro camino es la fortaleza; con ella se hace referencia a todas aquellas acciones que preservan el cuerpo; la virtud implica el control del miedo y la ira, y refleja de alguna forma el instinto de supervivencia humano. No resulta desconocido que nuestro ingenioso hidalgo en más de una ocasión imaginó estar ante una gran aventura, que resultaría realmente peligrosa de ser verdadera. No puedo evitar pensar en la forma en que Don Quijote se enfrenta sin demostrar miedo a sus aventuras, y a mi memoria viene una de las más representativas, y es la de los molinos de viento. A pesar de ser advertido por Sancho, Don Quijote insiste en que lo que ve es una gran cantidad de gigantes, en lugar de molinos de viento, y aunque estos le superan en número no vacila en tratar de darles muerte. Más aún, asume que la conducta de Sancho se debe al miedo, y haciendo referencia a esto, le deja de lado y va en contra de los molinos:
“–Bien parece –respondió Don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo:
–Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. VIII)
Sin duda alguna, dejando de lado el detalle de que lo que Don Quijote veía no era real, creo que la forma como acometía los peligros que representan sus aventuras –tal como él las visualizaba–, da crédito suficiente como para considerarle valiente o virtuoso en este sentido. Pero también en ocasiones Don Quijote se da cuenta de que las aventuras no eran tales, mas no por ello descansa en su ánimo, y es posible reconocer su valentía. En la frustrada aventura de los batanes, cuando Don Quijote reconoce que no había ningún peligro que afrontar luego de una noche de larga espera, Sancho no puede contener la risa, y la respuesta de Don Quijote afirma lo que he venido argumentando: “–Pues porque os burláis, no me burlo yo –respondió Don Quijote–. Venid acá señor alegre: ¿Paréceos a vos que, como si estos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no había yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa?” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XX)
Ahora bien, las aventuras del Caballero de la Triste Figura no sólo estuvieron plagadas de ocasiones en las que demostró su gran valor; nuestro hidalgo también es humano y tuvo que vencer tentaciones. Este elemento da entrada a la templanza, otra de las virtudes con la que cuenta Don Quijote; ésta abarca la manera en la que se controlan todas las cosas que de alguna forma placen el cuerpo, como la lujuria, la gula y otras tentaciones. Una vez más, recurro a la memoria –que por tratarse de Don Quijote, siempre resulta grata–, y recuerdo una escena muy cómica que aconteció en una venta, cuando el ingenioso hidalgo pensó que Maritornes tenía como voluntad entregársele, por haberse enamorado de él:
“Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros, autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las extrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; y fue que el se imaginó haber llegado a un famoso castillo (que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba), y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado de él y prometido que aquella noche a furto de sus padres vendría a yacer con él una buena pieza; y teniendo toda esta quimera, que él se había fabricado, por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la misma reina Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen delante.” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XVI)
En la cita anterior Cervantes nos presenta a un hidalgo que quiere a toda costa cumplir con su amor casto: Dulcinea del Toboso. Resulta interesante cómo Don Quijote reacciona a situaciones que ponen en peligro sus virtudes, a pesar de que lo que ve es imaginario; el hecho de visualizar fantasía no modifica la acción del caballero. Una vez que Don Quijote pudo hablar con Maritornes, le dice:
“–Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible; y más que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si ésto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto.” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XVI)
La situación es cómica, pero demuestra hasta qué punto Don Quijote es fiel a su palabra y no atenta contra otra de sus virtudes: vence la tentación, y con este acto justifica su condición. Valdecasas nos comenta sobre las dos virtudes que se han expuesto hasta ahora –fortaleza y templanza–, al explicar con detalle qué es el sosiego; lo traigo a colación para intentar reafirmar la idea de cómo en efecto logra Don Quijote cultivar la fortaleza y la templanza:
“El sosiego es la plenitud lograda y armoniosa de dos virtudes: la fortaleza y la templanza. Estas dos virtudes se requieren mutuamente para ser perfectas, pues la verdadera fortaleza no es aquella inestable que se dispara violentamente en cualquier momento, sino la que, siempre dominada y medida, sólo se desencadena cuando es preciso. E, igualmente, la templanza no es real ni es virtud sin el supuesto complementario de una gran fuerza que ha de ser templada. (...) Equivalen al sosiego todas aquellas expresiones que reflejan dominio de sí, compostura, continencia, comedimiento, discreción, mesura, etcétera” (…)
“Don Quijote, desaforado en sus locas empresas, como la de los molinos o la de los leones, es, sin embargo, en su manifestación normal, un ejemplo impecable de sosiego. Cuando Don Quijote habla de la virtud que ha de tener un caballero para mostrar lo que es, enumera: <<siendo afable, bien criado, cortés, comedido y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador y, sobre todo, caritativo, que con dos maravedís que, con ánimo alegre, dé al pobre, se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna>> (parte II, capítulo IV) altas palabras en que parece resonar el texto paulatino sobre la caridad” (Valdecasas, pp. 17-18 y 19)
Continuando en este sabroso camino de descubrimientos y afirmaciones, me veo en la oportunidad de comentar acerca de una virtud que tampoco escapa a Don Quijote, y es la prudencia. Al hablar de ella, se hace referencia a una suerte de sabiduría, a saber actuar en el momento justo. Siento que este hecho puede ser un punto álgido de discusión, partiendo del hecho de que Don Quijote está loco, pues ve cosas donde no las hay, y tiñe la realidad con su visión fantasiosa. ¿Se puede hablar entonces de Don Quijote como un ser prudente, si es completamente inoportuno que un loco pretenda armarse caballero andante? Quizás no pueda refutar lo anterior, pero sí puedo traer a la memoria del lector ese sabor de lo heroico que brinda la desmesura de un caballero al acometer una aventura y asociarlo con la prudencia como virtud: ser desproporcionado y no medir lo que se puede y lo que no. No hablo exactamente de ser inoportuno, por lo que no deseo hacer referencia directa a la virtud como tal, pero sí quiero destacar que esta desmesura que menciono parece, en principio, opuesta al ideal de pureza. Ahora bien, con respecto al Quijote, el sabor de lo heroico se siente, pues es desmesurado al momento de atacar a sus peligrosos oponentes, pero en su caso hablaría más de una especie de desmesura fantasiosa, que no atenta directamente a la virtud, pues está más relacionada con la fe, ya que cree ciegamente en los libros de caballería. Considero entonces al hidalgo manchego como un ser prudente, pues es consecuente con sus ideales y siempre actúa en el momento justo –cuando menos, el momento justo para sus ideales y su imaginaria realidad–.
¿Quién no recuerda con un extraño sabor la aventura de los galeotes, aquella en la que Don Quijote pone en libertad a los delincuentes que iban a cumplir condena por orden del Rey? Sin duda alguna, son muchos los sentimientos encontrados que están presentes, pues se sabe de antemano que se trata de delincuentes, y Don Quijote los pone en libertad. ¿Acaso atenta esto contra las virtudes de Don Quijote, o es posible que actuara de manera correcta? En esta aventura, el hidalgo manchego solicita a cada uno de los galeotes que exprese los motivos por los que están siendo llevados a pagar su condena. Luego de escucharlos atentamente, Don Quijote dice:
“–De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XXII)
Aunque existe una tensión inevitable con relación a la desobediencia del Quijote a la sentencia de los presos, mi intención es quizás resaltar el motivo por el que Don Quijote decide que los presos deben quedar en libertad: porque van en contra de su voluntad. Con toda sinceridad, lo considero un desatino, pero nuevamente la causa del Quijote es indudablemente noble.
Existe también una concepción interesante en relación a la justicia como virtud, y hace referencia a respetar todo por lo que es y por sus cualidades. No puedo entonces evitar mencionar uno de los acontecimientos que más gracia me causó: la primera visita del Quijote a una venta – ¿o debo decir castillo?– y su encuentro con las prostitutas –“mozas del partido”, como les llaman en la época–. En una escena llena de fantasías por parte de Don Quijote, se llega al punto del encuentro con las mozas, a quienes él ve como doncellas:
“Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. (...) y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:
–Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas, como vuestras presencias demuestran.
Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera, que Don Quijote vino a correrse y a decirles:
–Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al que de serviros” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. II)
No cabe duda que la situación resulta graciosa, pero lo que llama poderosamente mi atención es la forma en la que Cervantes evidencia los prejuicios de la sociedad, ante los que Don Quijote, con la realidad teñida por su visión, no excluye a las prostitutas; muy por el contrario, las trata por lo que son –damas–, a pesar de su profesión. A lo largo de la obra, muy a pesar de su locura, y siempre apegado a los ideales de caballería, el Quijote se comporta de manera similar; es por ello que siento que también le identifica la virtud de la justicia.
Ya a mitad de camino, hemos recorrido algunas aventuras del Quijote y han sido descubiertas a través de ellas las virtudes cardinales; el resto del camino será en referencia a las virtudes teologales. Creo que una de las más evidentes es la fe; ésta como virtud no hace referencia solo a la declaración, sino que tiene que ver con las vivencias: creer fielmente, sin argumentación. En el caso particular del Quijote, la forma en como ve las cosas es su fe: ¿Puede hablarse acaso de mellas en su fe, cuando cree ciegamente en los ideales y valores reflejados en los libros de caballería y pretende ese modo de vida?.
Sinceramente, lo dudo. A lo largo de la obra de Cervantes, la visión fantasiosa del Quijote representa de alguna forma la fe que tiene en sus creencias, y él cree en ello sin vacilar, como si fuese un niño.
Otra de las virtudes que están presentes en el Quijote es la caridad, concebida como la construcción del bien, pero no sólo el deseo, sino también la construcción del deseo. Ya desde su salida, Don Quijote evidencia su misión: “no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. II).
A pesar de sus tropiezos, la intención del Quijote es deshacer agravios y en definitiva la búsqueda del bien. Aún cuando puedo evocar numerosas situaciones en las que el resultado es negativo –como, por ejemplo, la aventura del mozo Andrés y el rico Haldudo–, no se puede negar que el Quijote actúa con buena fe, razón por la que no dudo que cuente también con esta virtud.
No se puede negar que un ser que carezca de esperanza es un ser incompleto y el hidalgo no escapa a esta realidad: la esperanza es el alimento del hombre, es lo que permite pensar que las cosas son posibles. Esta virtud se entremezcla con la intención de la construcción del bien: Don Quijote lo demuestra en incontables ocasiones, pero no sólo toca al héroe, sino también los que le admiran. En este punto, y luego de haber hecho una revisión sobre las virtudes, teniendo en cuenta la importancia del ser sobre el poseer –como lo apunta Valdecasas: “Lo que importa –al hidalgo, no al burgués– es vivir dignamente” (Valdecasas, p. 30)–, puede ubicarse al ingenioso hidalgo como un ser valioso, pues logró alcanzar con sus obras un ideal sumamente hermoso; más aún, en su camino contagió de manera especial a su escudero. Éste hecho es palpable en Sancho Panza, pues demuestra una fidelidad especial, y en muchas ocasiones su esperanza y deseo de obtener, como recompensa a sus faenas como escudero, la prometida y preciada ínsula. Es evidente a lo largo de la obra el marcado interés de Sancho por la promesa de su amo, como, por ejemplo, al finalizar la aventura con el vizcaíno, cuando Sancho le besa la mano a su amo y le habla cuando éste montaba sobre Rocinante:
“Sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió Don Quijote: advertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos; tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante. (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. X)
Pero no sólo alcanza Sancho a solicitar a su amo en repetidas ocasiones –unas menos oportunas que otras– la recompensa por sus servicios; también se dedica a informar a muchos de los que alcanza a conocer el hecho de que su amo le entregará para su gobierno una ínsula, como lo hizo con Maritornes, en su primera visita a la venta: “¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos? respondió Sancho Panza: Pues sabed, hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador; hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XVI)
Y, luego de la aventura de los rebaños, ante una crisis y pensando en regresar a su pueblo y dejar a Don Quijote, Sancho nos muestra una vez más la esperanza que tiene de su ínsula a cambio de su trabajo: “Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a su amo, y como no las halló, estuvo a punto de perder el juicio; maldíjose de nuevo; y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Parte I, Cáp. XVIII)
Sería deshonesto de mi parte en esta reflexión no hablar sobre los fracasos de Don Quijote en su empresa caballeresca, y más cuando lo único que ha sido expuesto es el cultivo de virtudes que le permitieron ser un digno hijo de sus obras. Los desatinos, tropiezos y golpes que alcanzaron Don Quijote y Sancho en sus aventuras son mayores que los que esperaban o siquiera imaginaban, pero no por esto ceso en mi ánimo y admiración, cuando entiendo el planteamiento de Valdecasas en relación con el fracaso de un hidalgo:
“Para completar la inteligencia de la actitud espiritual del hidalgo, es fundamental poner en claro que las obras no significan, en modo alguno, el resultado obtenido, el éxito logrado, sino que las obras son independientes de toda utilidad o resultado, que consisten en la pura y alegre acción esforzada, que se cifran en la realización, no de un determinado logro, sino de la virtud potencial contenida en la persona”
(…)
“las obras consisten en la acción esforzada, no en el resultado ni en el éxito”
(…)
“Cervantes proclama la falta de nobleza que hay en dejarse seducir por el éxito, en ponerse –sin más motivo– de parte del vencedor. <<Bien se parece, Sancho –le amonesta Don Quijote–, que eres villano, y de aquellos que dicen ¡Viva quien vence!>> (Valdecasas, pp. 28, 10 y 30)
Así, aunque hayan sido muchos los “fracasos” de Don Quijote en cada una de sus aventuras, no debe dejarse de lado el hecho de que el fracaso siempre es algo inevitable y que forma parte de la existencia, por lo que es algo que no se puede negar. Esto y el planteamiento anterior de Valdecasas tiñen mi visión para el Quijote. Por eso lo excuso, aunque recorriendo con él y Sancho he sentido los golpes y caídas que podíamos haber evitado, o quizás no –¡y qué bueno que así haya sucedido!–.
Ha sido increíblemente placentero para mí haber traído al lector de la mano por el camino en que me atrevo a opinar que Don Quijote logró, a través de sus obras, convertirse en un ser digno, que alcanzó un preciado ideal, y que constituye algo mucho más valioso que cualquier posesión material. Puedo incluso adornar más la condición del Caballero de la Triste Figura: si bien con todas sus virtudes logró el ideal de un hidalgo, no debemos dejar de lado que con sus aventuras confirma el ideal de la caballería, que es una expresión más acabada de la hidalguía. Confío en que Don Quijote no tomó esta decisión sólo por la opción ética que se configura con la plenitud del caballero –cosa que he tratado de hacer evidente con sus aventuras–, sino también por el encuentro con la realidad, y que nos permite “gustarla”. Sin duda alguna, son horizontes que aún me esperan por recorrer y descubrir, pero que de antemano me gritan que sí es cierto que Don Quijote logró ser valioso buscando la plenitud del ser.
Aprovecho entonces para unir el punto inicial de la discusión, que partió del texto de Sifontes citado al principio: es un hecho conocido que la ínsula que ha de concedérsele a Sancho se propone, ante todo, como algo valioso. Se tomó como punto de partida que el ingenioso hidalgo se entrega él mismo en el texto de Sifontes, y que aquél con sus aventuras obtuvo un resultado muy valioso –a nivel personal, claro está–, muy a pesar de su estado mental y partiendo de su condición de hidalgo.
Si para Don Quijote –el hidalgo– lo más preciado es su ser, ¿no es acaso entonces él, como tal, lo más preciado que conoce o puede tener? La amistad de Sancho y Don Quijote es sin duda trascendental, por lo que no pongo en duda que la recompensa para Sancho por parte de Don Quijote habría de ser lo mejor que pudiese dársele. Es ahora cuando entiendo que la intención de Don Quijote de entregarse a Sancho como esa preciada recompensa, lejos de ser descabellada, es hermosa.
(*)Estudiante de Ingeniería de Computación
LLB-415: Visión actual de los clásicos españoles. Lecturas de Quijote
BIBLIOGRAFÍA:
Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Editorial EDAF, Madrid, 2000.
García Valdecasas, Alfonso. El hidalgo y el honor. Biblioteca Conocimiento del Hombre, Madrid, 1958, pp. 1-36.
Savater, Fernando. La tarea del héroe. Taurus, Madrid, 1983, pp. 111-135.
Sifontes Greco, Lourdes. “Quijote” en Oficios de auriga. Fundarte, Caracas, 1992, p. 59.
Universalia nº 21 Ene-Abr 2004