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Las otras memorias

Hemos crecido en medio de rituales y ciclos, en medio de las marcas que nuestra cultura señala como hitos para no olvidar: cumplir años de nacimiento, de bodas, de graduación, de cualquier momento que consideremos digno de la memoria, no es simplemente un hábito familiar y privado.

“Recordar u olvidar es hacer una labor de jardinero, seleccionar, podar”, dice Marc Augé. En esta jardinería construimos el álbum familiar de fotografías, la página web, el diario íntimo, el informe de gestión, la antología, la historia, las aproximaciones al conocimiento … Vivimos en un proceso selectivo de memorias a distintos plazos, privadas y públicas.
En este momento, con el 2005 recién salido del cascarón, hay probablemente dos grandes recuerdos que imponen su peso cultural e histórico sobre Occidente y el mundo. Uno de ellos es la aparición de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en 1605. Estamos a cuatrocientos años de la que ha sido calificada, entre otras cosas, como primera novela moderna –valga la repetición de este lugar más que común-, y constituye, sin lugar a dudas para quienes hablamos español, un tesoro que siempre estará entre nosotros. El Quijote, ese clásico que nos enorgullece y que ya ha pasado las pruebas del tiempo, del manuscrito a la traducción, del aula de clases al cine, de los mazos de barajas a los multimedia, tanto “que se advierte / que la muerte no triunfó”, como reza el epitafio de Sansón Carrasco, ya al término de la segunda parte. Ese volumen que tan cariñosamente llevan a las aulas de Estudios Generales de nuestra USB profesores como Cristian Álvarez y Gerardo Vivas.

Pero hay otras memorias. Memorias que pesan sobre los hombros de la Humanidad bajo la forma del dolor y con la silueta del crimen. Memorias que nos advierten lo poco humanos que podemos llegar a ser. Los sesenta años transcurridos desde la liberación de Auschwitz en enero de 1945 no borran las cicatrices, ni los números en los brazos de aquellos protagonistas … Esa vasta maquinaria de la muerte, con sus tres campos principales y más de cuarenta sub-campos, significó el fin de más vidas de las que nuestra memoria podría soportar.
Fue en Auschwitz donde Otto Frank vio por última vez a su familia. Allí estuvo también Anna, su hija, apenas una niña, hasta ser trasladada hacia fines de 1944 al campo de Bergen-Belsen, donde muere. De ella queda la herencia de su Diario, la historia de un escondite y una supervivencia previos al verdadero horror. En Auschwitz-Birkenau vivió la cantante Fania Fénelon, quien, también trasladada luego a Bergen-Belsen, tuvo mejor suerte y estuvo entre los vivos hasta 1983. De su historia como músico y cantante en la orquesta del campo quedó su testimonio, el libro Sursis pour l’orchestre, llevado al teatro y al cine. El campo de concentración, metástasis de la Europa de la guerra, no fue simplemente una pesadilla. Pasaron por allí vidas que dejaron de ser vidas.
Y aquí estamos, hoy, conmemorando, heredando. En nuestras paradojas, cultivamos el recuerdo para afianzarnos en expresiones tan distantes como “Por siempre” (para el Quijote) y “Nunca más” (para Auschwitz y todo lo que representa). Hoy, en el 2005, tal vez podría decirse que celebramos la ficción y repudiamos la realidad, si es que la distinción realidad/ficción tiene algún fundamento …

En ambos casos, vale el “que la muerte no triunfó” de Sansón Carrasco. Pese a ese terrible triunfo transitorio de los que Ernesto Sabato (en italiano y sin tilde, como el propio autor decidiera escribir su apellido a partir de los setenta) llamara “ideólogos de la barbarie” en el auge del nazismo, queda la conciencia de lo que no debe repetirse, ni en Europa, ni en América Latina, ni en el Oriente medio o lejano, ni en planeta conocido o por conocer. El mismo Sabato refiere que Goering dijo alguna vez: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”. Podemos intentar hacer el movimiento inverso y desenfundar la cultura ante las armas. Podemos leer, ser y vivir ese Quijote ante la historia y replantearnos la necesidad de deshacer agravios, enderezar entuertos y enmendar sinrazones. Tal vez no es casual que estos aniversarios ocupen en este instante, hoy, juntos, la memoria de nuestra civilización.

Universalia nº 22 Ene-Jul 2004