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Cuento de Navidad

Gilberto Hernández(*)

Hoy es 18 de noviembre, lo que significa que ya estamos bastante cerca del tema del que les quiero hablar, navidad. Como notaran si salen a las calles de la ciudad ya hay unos cuantos lugares en los que están puestas las decoraciones navideñas, arbolitos de navidad, alguna que otra corona con lazos verdes y rojos, luces de varios colores en algunos casos formando imágenes alegóricas a esta celebración, y como siempre incontables imágenes de un señor un poco pasado de peso vestido como langosta, ese al que afectuosamente llamamos San Nicolás. Precisamente de él es de quien quiero hablarles.
¿Por qué alguien de veintidós años quiere hablar de San Nicolás?, a esta edad se supone que eso es algo de un pasado ya olvidado muchos años atrás, y es precisamente por eso que quiero hablarles de San Nicolás, porque es algo que estoy a punto de olvidar. Primero que nada debo aclararles algo, o mejor dicho confesarles algo: “Yo a mis veintidós años de edad, creo en la existencia de San Nicolás”.

Sí, sé lo que estás pensando, es una estupidez a esta edad creer en San Nicolás, sería lo mismo que creer en hadas madrinas o en el ratón que te deja plata bajo la almohada cuando pierdes un diente, pero sucede que también creo en ellos, al igual que creo en fantasmas, extraterrestres, duendes, elfos y gnomos, creo en todo lo que se pueda creer y en lo que no también, creo por el simple hecho de que hace la vida más agradable, creo porque a veces es bueno desechar todo tipo de prejuicio dado por el conocimiento y creer, sencillamente creer. También sé que te parece difícil creer, de hecho ahora que te estoy pidiendo que creas estás considerando seriamente la posibilidad de que sea estúpido o peor aún algún especie de demente peligroso, pero si te lo propones creerás, después de todo crees que alguien pudo resucitar, volver de la muerte (ni mas, ni menos), a los tres días. Por lo tanto no debe ser tan difícil para ti creer que un “gordito feliz” puede recorrer el mundo en un trineo impulsado por renos voladores en una sola noche, esparciendo alegría y felicidad por donde pasa (ojo, jamás mencioné regalos, eso nada tiene que ver con la felicidad, aunque seguramente ese es el concepto que se tiene de la alegría de la navidad). Después de todo, debes estar consciente de que si puedes creer en cosas que están en contra de tu visión lógica del mundo.

Piénsalo bien, es sólo cuestión de aceptar paso a paso varios razonamientos que se unen uno con otro. Puedes empezar creyendo que alguien puede vivir en el Polo Norte, si aceptas eso puedes luego aceptar que tenga bajo su posesión una cierta cantidad de renos (al menos ocho) y que suela desplazarse en un trineo, posiblemente halado por esos mismos renos. Tampoco te puede ser tan difícil aceptar la posibilidad de que se dedique todo el año a “hacer juguetes” y que tenga toda una fábrica de ellos en el Polo Norte, después de todo la mano de obra en esos lugares debe ser sumamente barata, así que seguramente basta con que creas en él como un empresario. El siguiente paso es el de creer en los pequeños “duendes” que trabajan para él en su fábrica, tampoco es tan complicado, si te pones a pensar gente nacida y criada en el Polo Norte donde la falta de sol es sólo opacada por la falta de alimento, el desarrollo físico del hombre ciertamente no es mi área de experticia pero sin duda que esas condiciones deben dar origen a seres de muy baja estatura. Aceptando que existen esos duendes, es evidente que tendrían que trabajar en la fábrica de juguetes de San Nicolás, ¿quién más emplearía a un montón de enanos en ese lugar?, lo que nos vuelve a llevar al punto de la mano de obra, un enano que vive en el Polo Norte tiene que ser inclusive más barato como mano de obra que un niño en la china.

Claro, esa parte era la más sencilla de probar, ¿cómo puede hacer que el trineo vuele?, fácilmente, haciendo que los renos vuelen. ¿Cómo puede hacer que los renos vuelen?, eso sí es más complicado, sencillamente te pediré que creas en la magia, y por qué no habrías de hacerlo, la magia es parte de nuestra vida diaria, seguramente te has comunicado con alguien con tan solo mirar a esa persona, sin necesidad de palabras o de gestos, y aunque te parezca extraño eso es magia, personalmente la única prueba de magia que necesito en la vida es la sonrisa de un niño, sólo con verla sabes que hay algo más en el mundo de lo que tu visión del mismo te permite ver. En todo caso, si crees que una imagen de una virgen María o de un Cristo puede llorar, seguramente no te debe costar tanto creer que un trineo puede volar, de hecho, es probable que en estos momentos del desarrollo tecnológico un trineo volador esté a nuestro alcance.

¿Cómo recorre el mundo en una sola noche?, pues con tiempo y una excelente planificación. Seguramente sabes que alrededor del mundo existen muchos horarios diferentes, lo que le da a San Nicolás prácticamente unas veinticuatro horas de noches, para entregar los regalos, tiempo posiblemente suficiente. Después de todo tienes que tomar en cuenta que sólo le reparte juguetes a los niños cristianos, lo que debe eliminar seguramente a un tercio de los niños del mundo, lamento mucho no poder darle un valor estadístico con bases. Además, de estos niños cristianos no reciben regalos los más pobres, lo que seguramente elimina a más de un sesenta por ciento de los niños cristianos, nuevamente lamento no poseer datos estadísticos al respecto, pero esto sólo deja a un diez por ciento de los niños del mundo a los que San Nicolás visita y deja regalos. Veinticuatro horas en un trineo volador para entregar juguetes a sólo un diez por ciento de los niños del mundo, la mayoría de ellos concentrados en las grandes ciudades, sin duda me parece tiempo suficiente. No entiendo por qué no le lleva regalos a los niños pobres si ciertamente ellos deben necesitarlos más, pero supongo que nunca se es lo suficientemente joven para aprender que la vida es injusta.

Por otra parte, no puedo despreciar las razones sentimentales por las que aún creo en San Nicolás, seguramente todos recuerdan el sentimiento y la intensidad con las que uno vivía la noche del veinticuatro de diciembre, apuesto a que sí. ¿Alguna vez lograste dormir hasta entrada la mañana de navidad?¿verdad que no?, no importaba cuánto te “amenazaran” tus padres con que duermas o no venía San Nicolás, jamás lograste estar dormido del todo, personalmente debo admitir que aún ahora me cuesta dormir y me despierto varias veces en la noche dándome excusas tontas como: voy a tomar agua o tengo que ir al baño; cuando realmente lo único que quiero es acercarme al arbolito de navidad y ver si hay algún regalo bajo él, ni hablar de cómo era cuando niño, no creo que haya dormido más de una hora nunca.

Lo que me lleva al sentimiento indescriptible que sentía cuando llegaba al arbolito y veía mis regalos, es para mí realmente imposible describirlo, no sabría por donde empezar, supongo que tendría que empezar con alivio, siempre me preocupaba que se considerase que había sido un “niño malo” y no me dejaran regalos en navidad, creo que ese era mi mayor miedo cuando niño. Ahora las cosas han cambiado un poco y mis temores van más allá de lo que me atrevería a poner en un papel, pero siempre fue un alivio ver que no había sido un “niño malo”. Luego venía lo que los psicólogos seguramente llamarían una etapa pseudo-histérica de agitación y excitación. No podía aguantar las ganas de saber qué era lo que me había traído mi querido amigo San Nicolás, quería abrir todos los regalos a la vez, los míos y los de los demás, siempre tenía que tomarme unos segundos para respirar y poner mis ideas en orden para evitar así que mi cerebro de alguna forma explotara. Después claro venía despertar inmediatamente a mis padres para que vean qué fue lo que me trajo San Nicolás, la verdad es que hubiese querido ver mi cara en esos momentos, tanto así que no puedo esperar a conseguir alguien a quien amar y con quien tener una familia, no puedo esperar el momento que mis hijos me despierten en navidad con un simple pero lleno de emoción: “papi, mira lo que me trajo San Nicolás”. Seguramente irán primero con su madre, aún no se me ocurre quién podría ser pero quién podría culpar a los niños por ir primero a ella que a mí, de todas formas lo importante es ver las caras que tendrán y verme quizás reflejado un momento en ellos (espero que se parezcan a mí, pero no mucho, aún tengo la esperanza de que su madre sea medianamente bonita). Así que, como ves, si creo en San Nicolás y sin duda alguna creo en la magia.

Pero la verdadera razón por la que creo en San Nicolás es la más simple de todas: “Porque lo vi”. Si, efectivamente lo vi, de hecho lo he visto varias veces, viene todos los años a mi casa (¿adivinan el día?) y conversamos, es por eso que anteriormente les dije que esparcía alegría por el mundo, nada que tenga que ver con regalos.

La primera vez que lo vi tenía cinco años de edad, era una navidad difícil para mí, se había muerto mi tortuga mascota “Sr. Tortuga”, en esos momentos no era tan creativo como ahora o mi tortuga hubiese tenido un nombre como “la tortuga de la muerte”, y ese era mi primer encuentro con la muerte. Desafortunadamente la vida me ha hecho encontrarla ya tantas veces que permanezco inalterado ante su presencia, casi forma parte de cotidianeidad. Volviendo a lo importante, esa navidad sólo quería a mi tortuga, me negaba a entender que no volvería, y fue entonces cuando encontré a San Nicolás sentado en el sofá de la sala junto al arbolito, “Te estaba esperando” me dijo con una sonrisa en su redondo y rosado rostro, en ese momento estaba congelado, creo que debí parecer un personaje de caricaturas con la barbilla pegada completamente contra el piso, no podía hablar. “Tengo algo para ti” continuó San Nicolás. “Ven, siéntate a mi lado”.

Evidentemente caminé hacia él y me senté a su lado, si tienes la suerte de ser visitado por alguien de su importancia lo mejor es hacer lo que dice. “Sé que estás triste por tu tortuga” me dijo, yo simplemente lo vi a los ojos y lloré. “Calma mi niño, tengo otra tortuga para ti”, le expliqué que no quería otra, que tan sólo quería de vuelta a la mía, al Sr. Tortuga. Esa era la que quería, porque el Sr. Tortuga era mi amigo.

San Nicolás me miró con una amplia y amigable sonrisa, me dio unas palmaditas en la espalda, aunque alguien de su corpulencia no es capaz de dar unas simples palmaditas, parecían casi unos golpes, y me dijo con voz seria: “Tengo que explicarte lo que significa la muerte, no es algo agradable pero creo que necesitas saberlo”. Si bien no fue agradable, sin duda que haberlo escuchado de San Nicolás lo hizo mucho más fácil. Esa noche dejé de llorar por mi tortuga y le pedí que no me diera la otra, que se la llevara a otro niño, sentía como si de alguna manera estuviese traicionando al Sr. Tortuga.

Esa noche San Nicolás se fue con la promesa de que volvería al año siguiente y así hizo. Volvió durante muchos años hasta que dejó de hacerlo, no sé si considera que ya dejé de ser niño (nada más lejos de la verdad) o que he sido un “niño malo” últimamente. Seguramente ya no me ve como un niño y tiene suficiente trabajo con los niños de verdad como para reparar en mí.

La verdad es que tan sólo quisiera decirle que ahora no me vendría mal una nueva tortuga.

(*)Estudiante de Licenciatura en Química USB

Universalia nº 22 Sep-Dic 2004