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Paradojas y aporías en el gobierno de Sancho Panza

Juan C. Pérez Toribio (*)

“[…] cada uno meta la mano en su pecho, y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco; que cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces”
Palabras de Sancho Panza

Después de que Clavileño termina volando literalmente por los aires y Don Quijote da a Sancho Panza ciertos consejos, que no deberían subestimar - por cierto- aquellos que persiguen con tanto ahínco gobernar a sus semejantes, éste, por fin, asume la dirección de la tan ansiada ínsula que le ha prometido su Señor, pero que le otorgan definitivamente los Duques bromistas. Diecisiete días desafortunados pasará Sancho en la ínsula Barataria, pues aunque barato le ha salido ser nombrado su gobernador no le resultará igual la administración de este villorrio habitado por mil vecinos. Allí no sólo pasará hambre, como su condición de hombre público y gobernante le exige, sino que deberá lidiar también con una serie de complicadas situaciones que le presentan sus ciudadanos y ante las cuales debe fallar y emitir sentencia.
Al llegar a esta pequeña ínsula, y mientras se instala en el juzgado, Sancho se niega inmediatamente a ser tildado de don (de origen noble), porque, según él, hay tantos que ya enfadan como los mosquitos. Allí, se le van presentando diferentes casos , como la querella entre el sastre y el labrador, quien se queja del trabajo del primero; o la controversia de los dos ancianos que pelean por una deuda de diez escudos de oro; y el altercado entre la joven que le reclama al ganadero de puercos haberse aprovechado de su cuerpo, pero que después de ser indemnizada con veinte ducados no se los dejará arrebatar por nada ni nadie, como no había hecho antes con lo que ella dice haber defendido de moros y cristianos por veintitrés años. En estos y otros asuntos, como con los que se topará en su ronda nocturna, son tan sabios los consejos y acertados los juicios emitidos por Sancho, que de otra comarca llegará un forastero con un mensaje de unos jueces enterados de las decisiones salomónicas del nuevo gobernador:

“Señor – dice el forastero- , un caudaloso rio dividia dos términos de un mismo señorio…Y esté vuesa merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso. Digo, pues, que sobre este rio estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario habia cuatro jueces que juzgaban por la ley que puso el dueño del rio, de la puente y de señorío, que era en esta forma: ‘Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello, ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna.’ Sabida esta ley y la rigurosa condicion della, pasaban muchos, que luego en lo que juraban se echaba de ver que decian verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo, que para el juramento que hacia, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dijeron: Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre. Pídese a vuesa merced, señor gobernador,¿qué harán los jueces del tal hombre? Que aun hasta agora están dudosos y suspensos; y habiendo tenido noticias del agudo y elevado entendimiento de vuesa merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuesa merced de su parte diese su parecer en tan intrincado y dudoso caso” (1)

Habría que decir que este tipo de argumentación que utiliza aquí Cervantes o Cide Hamete Benengeli - si atendemos a lo que él nos dice-, tiene su antecedente más cercano en el caso xvii de los Sophismata de Jean Burilan, lógico y filósofo natural, rector de la Sorbona para el siglo XIV. Allí, Sócrates llega a un puente guardado por Platón y le pide autorización para cruzarlo. A lo que Platón replica que si lo que va a decir a continuación es verdadero, lo dejará cruzar, pero que si es falso, lo echará al agua. Y, entonces, Sócrates contesta: “Me echarás al agua” (Cfr. Vega Reñón“El discurso con sal y pimienta” www.realidadyficcion.org/paradojas). Por supuesto, si Platón le deja pasar y no le echa al agua, lo dicho por Sócrates resulta falso y éste debería ser arrojado al agua; pero si Platón le echa al agua, lo dicho por Sócrates resulta verdadero y debería permitir a Sócrates pasar. La referencia más antigua de esta paradoja, sin embargo, tal vez sea la de Epiménides el cretense, quien afirmaba que todos los cretenses eran embusteros, lo cual podría simplificarse incluso mediante la suposición de que alguien dijera simplemente ‘Miento’.
El término paradoja proviene del griego parádoxon, que significa algo así como “contrario a la opinión recibida”, “algo sorprendente o singular”. Ejemplo de ello podría ser la sentencia de Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”; o la de G. Orwel ( Animal Farm): “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Incluso el grito de guerra del Mayo francés: “Prohibido prohibir”. O la ingeniosa ocurrencia de Grucho Marx: “Por favor, acepte mis disculpas, pero yo no quiero pertenecer a ningún club que acepte a un miembro como yo”. Hay una, sin embargo, que aunque no recordamos donde haberla leído retrata bien la suspicacia de nuestros antepasados: Asistía un sacerdote a un indígena en sus últimos momentos y le preguntaba: ¿No crees que ha de venir Jesucristo, nuestro señor, el día del juicio final a juzgar a los vivos y a los muertos? Entonces aquél respondió: sí creo padre, pero ya verá Ud. como no viene.
Este mismo vocablo se utiliza como sinónimo de antinomia, del griego antinómon, que, aunque etimológicamente significa “contrario a la norma”, sin embargo, ha terminado por designar un conflicto entre dos ideas. De esta manera, tenemos que las antinomias más famosas son las señaladas por Kant, como resultado, según el creador de La razón pura, de querer comprender el yo, el cosmos o Dios como si fueran objetos de la experiencia inmediata. En este sentido, claramente se podrían presentar argumentos con igual fuerza aunque partan y defiendan posiciones opuestas, como, por ejemplo, que existe un ser absolutamente necesario que forma parte del mundo, o que no existe en ninguna parte un ser absolutamente necesario. Sin embargo, y rigurosamente hablando, en el caso del mensajero nos encontraríamos más bien ante una aporía, es decir, y tal como la misma palabra griega nos dice, ante una situación difícil que no tiene vía de salida, esto es: un razonamiento correcto, que en virtud de unos supuestos indebidos o de unas condiciones inviables no conduce a ninguna conclusión aceptable, lo que la lógica medieval llamó casos insolubles (insolubilia). Tampoco estaríamos, de esta forma, en presencia de un paralogismo, pues éste es un tipo de argumento cercano al sofisma, al cual le falta un ingrediente esencial. Al respecto, baste recordar la aporía que recogen tanto Gelio como Diógenes Laercio:

Pactó Protágoras con su discípulo Evatlo de enseñarle la oratoria forense por cierta paga, con la condición de que el discípulo daría de entrada la mitad de aquel tanto, y la otra mitad luego que defendiese algún pleito y lo ganase. Como se pasase mucho tiempo sin verificarse la condición pactada, pidió Protágoras el resto de la duda, a lo que Evatlo satisfizo diciendo que todavía no había ganado ni orado causa alguna. Pero no se aquietó Protágoras, antes le puso pleito sobre ello; y hallándose ambos ante los jueces, dijo Protágoras: -Sábete, oh necio joven, que de cualquier modo que este pleito salga, debes pagarme; pues si te condenan a ello, me habrás de pagar por sentencia; y si te libran, me pagarás por nuestro pacto.- A esto respondió Evatlo: - Sabed también vos, oh sabio maestro, que por todo lo mismo no debo yo pagaros; pues si los jueces me absuelven, quedo libre por sentencia; y si pierdo el pleito, lo quedo por nuestro pacto.-[…].(2)

Pero como nunca falta quien agüe la fiesta, habría que recordar también que ese inspirador del Círculo de Viena que fue Bertrand Russell , quiso resolver muchas de estas aporías, analizando, desde la dimensión lógico-formal, la estructura sintáctica de las oraciones, o el carácter proposicional del discurso. Sin embargo, al hacer esto prescindía de su parte preformativa, es decir, retórica y dialéctica, y convertía las aporías, mediante la teoría de conjunto, las propiedades y las clases, en simples paradojas lógicas, incurriendo en lo que Apel llamará falacia abstractiva, originada tal vez en la sentencia lapidaria de Wittgenstein I : “De lo que no se puede hablar, hay que callarse”.
Sancho, sin embargo, mucho más asertivo sobre lo que significa el lenguaje para el mundo de la vida (Lebenswelt), como lo entendió más tarde el segundo Wittgenstein; consciente del carácter conflictivo y deliberativo de la razón práctica y la importancia que tiene para ésta la “palabra”, trae a su memoria un precepto que le había dado su señor Don Quijote antes de que llegara a ser nombrado gobernador de la ínsula, y que no era más que cuando la justicia estuviese en duda, se decantase por la misericordia. Y así termina sancionando de acuerdo a la norma que se ha impuesto definitivamente en el derecho moderno, esto es: que cuando exista duda sobre la culpabilidad del indiciado y se encuentre en riesgo su vida o sus derechos fundamentales, debemos aceptar su inocencia y favorecerlo.
Harto, pues, no de pan ni de vino , sino de juzgar y dar pareceres, se despide Sancho de su gobierno, dejando admirados a todos tanto por su determinación como por las razones que dio de su partida, pues entre otras cosas se marcha sin dinero alguno “bien al reves de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas”(3)

(1) Don Quijote, Parte II, c. LI. Edición de la Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao, 1982, p. 308 2 Cfr.
(2) Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los Filósofos más ilustres, Ed. teorema, Barcelona, 1985, p. 204 y nota 1
(3) Don Quijote, ed. cit., p. 323

(*)Jefe del Dpto. de Ciencias Sociales
Universidad Simón Bolívar
Universalia nº 23 Sep-Dic 2005