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La Universidad, un espacio para quijotes

Pedro María Aso(*)

        Don Quijote de la Mancha, después de cuatro siglos, nos ha generado la imagen de una persona que a todo trance quiere ser defensor de cosas con excesivo amor a lo ideal, aunque pueda ser que, en principio, no le atañen. El hombre que pugna con las opiniones y los usos corrientes. Contra los molinos de viento, que luce que no existen, pero que están allí. El hombre de las aventuras.

        Y qué mejor y más dichosa aventura la de ingresar a una Casa, a un espacio, cuyos habitantes en su conjunto llamamos academia y que tienen la tarea de vencer sombras, de crear algo tan ideal como es el conocimiento. Conocimiento y saber que tiene que ser divulgado, más allá de La Mancha. Una academia a la que la sociedad le asigna y le reclama que cumpla con la misión de la formación integral de un grupo de sus habitantes, los jóvenes que llamamos estudiantes y que deben convertirse, por el milagro del estudio, la enseñanza, el aprendizaje y la constancia, en egresados con competencias profesionales de las más diversas pero, independientemente de ellas, algunas veces a pesar de ellas, de ser capaces de ejercer una vida profesional con sensibilidad social. Menuda aventura. Molinos de viento a vencer, pero vencibles como lo demuestran los hechos de la historia, a pesar de que “cada cabeza es un mundo”. Un mundo que ve e imagina cosas, que lucha entre lo imaginativo y lo real, que descubre cosas, que tiene y emite sus propias opiniones y concepciones, que genera y debate ideas, que pugna por la felicidad del hombre, aunque no sabe muy bien dónde está esa felicidad ni en que consiste. Tan quijotesco es ese lugar que algunos lo señalan como los “castillos de cristal”, haciendo alusión a un ambiente, a un lugar fuera de lo real. Más allá de la realidad, a un lugar de lo imaginario. Valles y jardines paradisíacos, donde sus gentes trabajan por placer, porque les gusta la educación y la creación.

        En efecto, es un lugar para el debate de las ideas, un lugar que requiere pluralidad y respeto por ellas, que construye saberes sobre esa base, con la creatividad. Que la argumentación, la experimentación y el apego a la verdad son las únicas armas, herramientas para construir sobre lo construido. Se construye por y con la sabiduría del Homo sapiens, aunque no dominemos o entendamos perfectamente cómo es que la mente, el cerebro y la voluntad trabajan para logarlo, pero que sabemos que se conjugan entre sí y con el corazón. Lugar de encuentros y desencuentros, de amores y de odios, de Dulcineas y de caballeros andantes. Lugar donde la amistad se ejercita y obtiene significativos logros, victorias cuyos recuerdos perduran para la vida. Donde cada quien está montado en su Rocinante para luchar contra las sombras, donde Principios Rectores y Patrimonio Ético son valores que empujan y dan movimiento andante a la caballería.

        Un sueño de futuro. Eso es la Universidad. Entre sueños y ocasos vive, pero sin embargo evoluciona y perdura. Por ello, tomamos unas ideas del rector-fundador y Jardinero: “No debemos arrepentirnos de nuestros actos, si ellos han sido sugeridos y ordenados por nuestros ideales, aunque duras sean las vicisitudes de los tiempos e injustas las críticas de nuestros adversarios. Propio del hombre es luchar y ser combativo por sus ideas y sus obras”. Ideas y obras: eso es lo que hace a la academia valer, ser presente y futuro, vivir ideales y convivir con los jóvenes, fuente de eterna juventud. Por eso estamos y amamos la Universidad; a ella nos debemos, Quijote.
(*)Prof del departamento de Biología Celular e Inmunología
Universidad Simón Bolívar
pedrom@usb.ve

Universalia nº 23 Sep-Dic 2005