Cristian Álvarez Arocha(*)
Nuevas y cuidadas ediciones (y también oportunas y oportunistas reeimpresiones); interesantísimas muestras bibliográficas y exposiciones históricas; obras de teatro y adaptaciones de la historia en distintos formatos y manifestaciones del arte; desfiles, comidas manchegas, rutas turísticas e imágenes de material diverso que muestran una interpretación del Caballero de la Triste Figura y de Sancho Panza; estudios críticos, congresos, simposios y conferencias, tanto de eruditos como de aficionados, son algunas de las variadísimas actividades para celebrar el cuarto centenario de la primera edición que hiciera Juan de la Cuesta de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Durante este 2005, el caballeresco personaje hispano y su jocoso escudero ofrecen inagotables motivos para la reflexión, la tertulia y la fiesta, incluso de aquellos que no han leído la novela, pero que también comparten la alegría. Esto último no resulta extraño, pues, con mayor o ínfima hondura, lectores estudiosos o entrañables, ocasionales o inconstantes y hasta renuentes, y también conocedores sólo de oídas del Quijote y una pequeñísima parte de su historia, ven con aprecio y simpatía las figuras del ingenioso hidalgo y Sancho. Como un símbolo mítico, Don Quijote, aparte de los lugares comunes y sesudas interpretaciones, se despega de las páginas del libro para erigirse en una singular visión que parece condensar la aspiración de cada quien. ¿Cuál es ésta visión? ¿Qué hay en las imágenes de las andanzas de Don Quijote y Sancho que vemos en nuestro espíritu como algo deseable y admirable —si bien, pensamos a veces, imposible en los hechos—, un sentimiento que también es percibible aun en quien no ha leído las páginas de Cervantes?
Recuerdo que antes de leer la novela ya tenía este sentimiento de simpatía e identificación por Don Quijote. Claro que no me faltaba la referencia común que en el lenguaje, en las conversaciones y en la lectura de otros textos aparecía la inolvidable pareja cervantina, pero el interés y la lectura directa del Quijote aún no había ocurrido. Hay una frase de Flaubert que parece explicar esta inclinación y “conocimiento” por la historia que nos narra Cervantes sin haberlo leído: “Encuentro mis orígenes en el libro que sabía de memoria antes de saber leer: Don Quijote”. Y es que creo que para muchos de nosotros las aventuras de Don Quijote y Sancho forman parte de ese espacio imaginario de nuestro espíritu, como un familiar más de nuestra casa, del que conocemos parte de su vida por algunos cuentos que nos relatan nuestros padres, y que se gana nuestro cariño, aunque no hayamos conversado sino unas pocas palabras con él. ¿Estoy hablando de un prejuicio de lectura, una opción y simpatía por la salida aventurera de Don Quijote a partir de un conocimiento sólo de oídas, aderezado con las convicciones propias —quizás herencia de otras visiones enaltecedoras del personaje— y construido según una imaginación personal? Viéndolo ahora, no creo diferir demasiado de muchas de las impresiones y efectos de la novela quijotesca que he apreciado luego en la historia y aún durante este año conmemorativo, en el que el personaje salta más allá del libro para formar parte de una visión más popular. Independientemente de las lecturas y de las distintas interpretaciones de la aventura quijotesca que se han sucedido a lo largo de estos cuatro siglos —graciosa o melancólica, idealista o satírica, romántica o paródica, unamunesca o borgeana—, hay algo especial en estos personajes cervantinos que propician este afecto, y ello desde muy temprano, como lo atestigua ya en 1607 aquel desfile festivo en el Perú colonial, en la que aparecen un gracioso Don Quijote y su inseparable Sancho, entre otros personajes del libro, como integrantes de una comparsa de disfraces. Silenciosas lecturas personales de la novela que cuenta las desventuras del ingenioso hidalgo y su fiel escudero por parte de algunos, que luego suscitarían consideraciones y pareceres en diversas pláticas; otras lecturas en voz alta para compartir con un grupo mayor de oyentes, quizás alrededor de una fogata al anochecer o en torno a un mesón después de la jornada, un evento semejante al que de alguna forma describe el ventero de la novela (I parte, capítulo XXXII); comentarios, recuerdos y glosas de aquellas distintas lecturas que se van transmitiendo como otro cuento, transformado sin duda, van configurando ese mundo imaginario que todos compartimos con el Quijote. ¿No le contaba el Bachiller Sansón Carrasco al mismo Don Quijote y a su locuaz Sancho que la historia de sus aventuras “los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (II parte, capítulo III)? Así, la pareja cervantina forma parte —evocada o citada, aludida o reinventada y aun como fórmula de lugar común— de nuestro acervo, una herencia que casi podríamos decir que ingresa en lo cotidiano y que se expresa en nuestra conversación habitual.
De nuevo: ¿qué hay en la figura quijotesca que inspira esa identificación aun de gentes con formaciones y perspectivas diferentes? Quizás existan muchos modos de explicar esta simpatía, pero pienso que hay un elemento que, a pesar de las visiones delirantes, graciosos chascos y dolorosos sinsabores, siempre está presente y parece convocarnos. En la aventura de Don Quijote de la Mancha y su fiel Sancho Panza hay una nostalgia de plenitud humana que compartimos tanto en lo íntimo como en lo comunitario. ¿Cómo se perfila esta plenitud a la que aspiramos y que confronta el ideal libresco y la realidad contundente e ineludible? Las páginas de Cervantes nos ofrece su bosquejo en las gustosas y siempre ricas andanzas y diálogos del caballero manchego y su escudero. La conmemoración cuatricentenaria parece propicia para aceptar la invitación a saborearlas con la relectura, o comenzar a leerlas con atención y descubrir precisamente aquello en lo que nos reconocemos y nos inspira en la idealidad más personal.
Madrid, Mayo 2005.
(*)Profesor del Departamento de Lengua y Literatura
Universidad Simón Bolívar
Universalia nº 23 Sep-Dic 2005