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Del amor y la locura

Ganadora del concurso de cuento – 2do lugar
Del amor y la locura
Martín Enrique Bernal Arcia(*)

Dice la leyenda que el amor es ciego y va de la mano de la locura. Yo creo fervientemente en ello, porque definitivamente el amor debe ser ciego, eso explicaría las raras y distintas parejas que se tienen en esta vida. Y además, también creo que el amor y la locura van de la mano, aunque no este muy claro si se hacen locuras por amor, o simplemente la capacidad de amar existe en las personas porque están locas. De cualquier modo, al final, no hay mucha distinción entre estar loco y enamorado, y eso si que es un hecho más que comprobado.
Fue entonces que, después de tanto divagar entre el amor, la locura y la mirada fija al techo oscuro y vacío, caí en un profundo sueño.

A la mañana siguiente me levanté con una mezcla de enorme tedio de seguir la rutina diaria, y una intensa emoción amorosa, como adrenalina, que me incitaba a ir de nuevo al liceo porque sabía que allí iba a estar él. Él es él, no hay mejor manera de describirlo, no podría expresar en simples palabras toda su belleza, tan solo podría decir que imaginando la perfección, al ver su rostro, ese es él.
Así, entre idealizaciones amorosas y “pajaritos preñaos”, recorrí presurosamente las calles de la ciudad, apenas iluminada por la luz del alba, en una caminata violenta porque como de costumbre se me ha hecho tarde. Luego de una pequeña carrera tras el sonido estridente de la campana, corrí hacia mi puesto en el aula de clase, a tiempo en el último momento. Busco en mi mochila los utensilios necesarios para la clase a iniciarse, y al agacharme y subir la mirada, aparece él, sentado en su puesto de costumbre, a tres filas más allá de mi lugar, en el primer puesto de su fila, tal y como yo. Luego de formular una fantasía ridículamente romántica y redundantemente fantástica, me reincorporo a mi lugar y a la clase con una gran sonrisa en el rostro.
Es bastante curioso intentar encontrar el motivo de esta sonrisa, será quizás el nuevo día, probablemente porque esa es mi personalidad, o simplemente porque siento que soy algo más feliz sabiendo que él está allí.
El día escolar terminó por ser fructífero, tanto por las clases, que estuvieron bastante buenas, como por el saludo que él me dio un rato después de la hora de entrada -quizás no me habría notado-, y por la despedida a la hora de salida. Era un viernes nublado, un día gris, oscuro y frío, uno de esos días en que la gente se queda en su casa a comer, dormir o llorar todo el día. Las calles estaban más vacías de lo normal, y flotaba en el ambiente ese inconfundible aroma a tierra mojada, que en el coloquio se transforma en un simple “olor a lluvia”. Afortunadamente, no cayó una sola gota hasta que llegué a casa. Luego de comer, hacer mis tareas y otros menesteres, me desplomé estrepitosamente frente al televisor, hasta que sonó el teléfono. Era nada más y nada menos que él, su voz era inconfundible, o quizás serían mis oídos enamorados, no lo sé. Lo que sí sé es que sentí que mi corazón empezó a galopar a toda velocidad, y casi pude sentir un revuelco en el estómago, un síntoma particular de cuando el alma sonríe. Creo que por el sonido de su voz, él también sonreía. Me sentí de repente como esas chiquillas de las historias de amor románticas del siglo XIX, las que disfrutaban con tanta ilusión sus primeros amores, y describían con cientos de coloridas metáforas sus sentimientos de amor, bailando y saltando de emoción al vislumbrar desde la distancia su amado. En fin, el caso es que me invitaba a una fiesta en la noche, de la que incluso ya tenía conocimiento, pero si la invitación provenía de él, haría de cuenta que no había escuchado la primera. Acepté y colgué el teléfono.
Debo decir que me resulta imposible describirlo, la magnitud de la dulzura de sus palabras, el calor de su voz, hasta esos hermosos sobrenombres que usaba para mí, porque sinceramente de vez en cuando me agrada pensar que ellos eran solo para mí. De verdad pienso que él sonreía al hablarme, es como si esa sonrisa atravesara el teléfono y pudiese sentirlo en mi alma, al final creo que nunca lo sabré.
Nos conocemos desde hace tiempo, no crean que el platonismo de la relación llegaba al punto de no tener contacto absoluto con él, de hecho quizás ese excesivo contacto con él me llevó a donde estoy ahora. Feliz y astutamente logré pertenecer a su grupo, y por eso es que poseo estas deliciosas oportunidades de verlo de vez en cuando, más de lo debido en el liceo.
No había un minuto que perder, corrí a alistarme y buscar que ponerme, a esto si es verdad que de ninguna manera llegaría tarde. Luego de varias horas de arreglo personal, y no es a manera de exageración, llegué al lugar indicado, sorprendentemente para mí y mis amigos a la hora indicada. Después de unos cuantos saludos, empecé a lanzar la mirada a través del lugar, hasta que mis ojos dieron con sus brillantes ojos verdes. Él sonrió al verme, y yo sonreí de vuelta.
Otra vez aparece una sonrisa por causa de él, será que hay algo implícito en ella, será quizás un simple saludo, o será la sublimación de mis pensamientos. ¿Será acaso la ventana de mi corazón llamándolo a entrar?, ¿será la voz de mi silencio que encuentra en mi sonrisa la manera de gritar mi amor por él al mundo?, ¿significa una sonrisa tan solo una sonrisa?.
Él estaba sentado en una esquina como siempre, y había a su lado una silla vacía, que por la imagen misma de estar a su lado, me invitaba a ocuparla. Al acercarme lo saludé como siempre, y me senté a su lado. Comenzamos a hablar, y él empezó a mencionar temas del liceo, cosas que realmente me parecía eran importantes, solo que únicamente cuando estaba en él. Cambié el tema de repente y mire a sus ojos.

-¿Te dije que te ves espectacular hoy?, tus ojos parecen brillar más que de costumbre.
-Creo que no es apropiado discutir eso aquí.- me dijo.
-¿Por qué nos pueden escuchar?, me vale, ya te he dicho que no me importa.
-Pero a mí si, creí haberte dicho que no hablaríamos más de esto.- contestó.
-Lo sé, pero sabes que no puedo. Vengo a decirte que he tomado una decisión, y no puedo seguir pretendiendo ser tu amigo, cuando te amo con todo mi corazón.
-¡No lo digas!, te pueden oír. Además, ya te lo dije, somos hombres, esto no puede ser.
-¡Pero ya te lo explique mil veces!, no es ser o no ser hombre lo importante, lo que importa es que te quiero y que sé que tú también me quieres.
-¡No digas eso!, ¡no puedo soportarlo!, te conservé como amigo porque te aprecio y confío en ti, no me hagas perder ese lazo.
-Prefiero ese lazo perdido, prefiero odiarte y que me odies a fingir esta estupidez ante nosotros mismos.
-Me gustan las mujeres. Soy un hombre. No un marica.
-Lo sé, y eso es lo que me gusta de ti. Eres todo un hombre, por dentro y por fuera, y por eso me quieres y te quiero. ¿No lo ves?, es cierto que mi cuerpo es el de un hombre, pero mi alma no lo es. Por eso digo lo que digo, actúo como actúo, hago lo que hago y soy como soy. Yo puedo complementarte como mujer si es lo que deseas, lo único que quiero es ser feliz a tu lado, y hacerte feliz al mío. Eso el es amor, una locura, a veces son la misma cosa. El amor se enamora del alma, no del cuerpo, y es capaz de distinguir su otra mitad a través de las barreras del cuerpo. Tu no me “aprecias”, me quieres.
-¡No digas estupideces!, ¡no digas esas cosas!.
-Son verdad.
-No, son mierdas metafísicas y esotéricas para envolverme en tu trampa.
-No, el amor no es una mierda esotérica, es un sentimiento enorme, es la matriz emocional. Y si hay una trampa, es el amor. El amor es una trampa en la que inconscientemente deseabas caer, y ya lo hiciste.
-Es mentira, yo no te quiero.
-¿Por qué quieres estar conmigo entonces?, ¿por qué me sigues tomando en cuenta?, ¿por qué me sigues llamando?, ¿por qué sonríes al verme?.
-No empieces con lo de las sonrisas…
-Es la verdad. Las sonrisas son sublimes mensajeros del alma, espejos sentimentales que afloran nuestra verdad.
-¡No quiero seguir hablando de esto!.
-Yo te amo, y voy a ser lo que sea necesario para demostrártelo.

Y fue allí, en ese momento, donde todo el amor se volvió locura. Una locura esencial, flotante y transparente, que se apoderó de mis manos que tomaron su rostro, y de mis labios que apasionadamente lo besaron. En ese momento, el sueño se hizo realidad, la fantasía feliz se vio materializada, nuestros labios fundidos en un solo beso, la consumación de nuestro amor. Ya el amor no era mío, era nuestro. El beso fue mutuo, y aunque no hubo reacción física, sentí su alma fundiéndose con la mía, sentí el amor pasando de mi cuerpo al suyo, entrando en su corazón.
Tristemente, el sueño fue demasiado real.
Luego que mis ojos ciegos de amor despertaron, giraron alrededor de un universo de otros ojos ciegos, pero no de amor, sino de descontento, de asco, de ira, y de incomprensión. Todos en la fiesta observaron lo sucedido, y aunque quizás no escucharon la conversación, con el detalle gráfico que acababan de presenciar, fue suficiente para permitirles darse una idea. No sabía que hacer, si debía huir, si debía quedarme. Solo me levanté sin mirar a nadie a los ojos y salí de allí lo más rápido que pude.
Llegué a mi casa y me tumbé en la cama de mi habitación, en medio de la oscuridad, y miré al techo oscuro y vacío nuevamente, y dejé otra vez divagar a mi mente.
Todo lo que dije es cierto, no puedo creer que haya dicho y hecho lo que hice. ¿Es tan imposible ver que el amor es puro en cualquiera de sus formas?, ¿es realmente difícil pensar que debe dejarse vivir el amor sin importar como este aparezca?. ¡No puedo creer que lo hice!. ¿Por qué no puede ser verdad nuestro amor si nos amamos?, ¿por qué debe existir la barrera física si nuestras almas se complementan?. Yo no escogí este cuerpo, y mucho menos esta situación. ¡¡No puedo creer que lo hice!!.
Y así, me deje envolver en el sueño, en la oscuridad de la noche, entre las ideas de mi conciencia en mi mente, y la sonrisa de mi alma en mi boca.
Un estruendoso ruido sordo irrumpió en mi habitación y en la oscuridad de la noche. Los trozos de vidrio volaron a través del lugar, mientras yo me levantaba de la cama y con los ojos a medio abrir por el sueño, vislumbraba dificultosamente la silueta de él entrando por mi ventana.

-¿Estás loco?, ¿qué haces aquí?.- le pregunté.
-Vengo a acabar con este amor.- dijo.
-¿Qué?, ¿qué te pasa?.
-Si el tiempo no mata este amor, entonces yo lo mato a cuchillazos.
El brillo de una daga metálica comenzó a hacerse visible ante mis ojos por los rayos de la luna que rebotaban en la filosa hoja.
-No puede ser, ¡detente!, ¡tu no eres capaz!.
-¡¡Si lo soy!!, como tu hiciste y dijiste, los humanos somos capaces de cometer locuras por amor.- dijo mientras con su mano libre, se secaba las lágrimas que brotaban de sus ojos. -He venido a matarte, tu causaste este amor y tú vas a pagar por él.-
-No lo hagas, yo te amo.
-¡No lo repitas!, ¿por qué tenías que hacerlo?, ¿por qué esa locura de besarme frente a todos?, tu provocaste esto.
-Yo no sé si para ti, pero para mí las miradas y prejuicios no son más importantes que este amor. Yo te amo, y eso es lo que importa en mi alma. ¿Por qué no me dejas hacerte feliz si sabes que puedo hacerlo?.
-No puedo permitirlo, ¿y mi libertad?.
-¿Libertad?, ¿de que hablas?.
-¡No puedo vivir así!, ¿no lo ves?, todos observándome y juzgándome, no se puede estar vivo y ser libre así.
-Eso no lo puedo reparar, pero puedo darte un amor que vale mucho más que eso. Yo no hice nada que tu no quisieras. ¿Llamas ser libre a posponer tu felicidad para congraciarte con la sociedad?. Quien te quiera, te debe querer como tú eres, así como lo hago yo. No me arrepentiré, el dicho dice lo hecho, hecho está. Yo no causé tu amor, él nació entre nosotros.
-El dicho dice: “muerto el perro, se acabó la rabia”, y así será.

Y así, extendiendo su brazo con una enorme fuerza, cortando el viento a su paso, atravesó el cuchillo el espacio entre nuestros cuerpos y posteriormente penetró la víscera culpable, el cuerpo del delito, el corazón.

Muchos dirían que mi muerte fue bastante romántica, en el sentido literario, una tragedia de proporciones bíblicas, quizás comparable con la del joven Wherther. Claro está que fue como la de cualquier respetable mártir homosexual, en la que acabó mi vida observando los ojos húmedos de llanto de mi amado, como en Romeo y Julieta, y con el dolor, la culpa y la desaprobación social clavadas en el corazón, haciéndolo desangrarse poco a poco de amor. Pero lo cierto es que morí de amor, de locura, de tristeza, de prejuicios. Lo cierto es que esto se convertirá en un hecho controversial, que saldrá en las noticias, que venderá periódicos, y que iniciará debates que no quedarán en nada. Lo cierto es que por ser el amor una locura, o estar yo loco de amor, pequé por inocente, y pagué las consecuencias. Lo cierto es que el fin de mi vida, serán dos minutos del noticiero de las once, en el que se podrá observar mi funeral, constituido por muchas personas, algunos que me amaron y apoyaron, y otros que ocultos dentro de la multitud, pensarán que solo murió otro marica, otro sodomita más que arderá en el infierno. Lo cierto es que para algunos, las personas como yo somos la perfección metafísica, los andróginos perfectos, todo en un cuerpo. Y para otros somos la escoria más degradante y asquerosa, el último peldaño de la escala humana, como si existieran niveles superiores e inferiores de humanidad. Lo cierto es que ha muerto un humano más por una causa incomprensible, que surge del odio y que no se toma en cuenta, que será noticia hoy y no lo será mañana. Lo cierto es que no quería ser más o menos que un humano, solo quería ser uno. Lo cierto es que solo quería amar y ser amado. Lo cierto es que no es la primera vez que algo así sucede, y que quizás no sea la última. Lo cierto es que dejé de ser humano, para ser un “vulgar sodomita”, pecador e inhumano, perdiendo mis derechos a la vida o al amor. El amor debería ser un derecho humano. Lo cierto es que nunca le desearé algún mal, que él obtenga lo que se merece. Ojalá que mi muerte llame a reflexión. No estoy triste. Morí lleno de amor en mi alma, en mi corazón solo había y habrá de ahora en adelante amor para siempre. Y aunque mi cuerpo no la tenga ahora, mi alma tiene una gran sonrisa, de alegría, de amor. Quizás algún día, mis seres queridos volverán a ver mi sonrisa, y yo las suyas, para así compartir otra vez un pedacito de nuestras almas. Quizás algún día lo vuelva a ver, ya lo he perdonado, lo único que podré ofrecerle ahora será una sonrisa.

(*)Estudiante de Ingeniería Eléctrica

Universalia nº 24 Ene-Abr 2006