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Rellene con lápiz Nº 2

Un experto es alguien que conoce más y más sobre menos, hasta que llega a conocer absolutamente todo sobre nada (Definición de Weber, en Las leyes de Murphy).

En estos tiempos modernos en que nos vemos obligados a llenar constantemente planillas y formularios, en que se nos apremia para que definamos nuestra identidad garrapateando en recuadros diminutos unas pocas palabras, se me hace difícil creer que muchas de las controversias que apasionan a los espacios culturales parezcan ser obviadas por tales documentos. Así, por ejemplo, las reflexiones en torno a la diversidad sexual (hetero, bi, homo, trans) son –aún a estas alturas- zanjadas con dos casillitas, exclusivas y excluyentes: se es masculino o femenino.
Otros espacios vacantes de las planillas nos predisponen contra la locura familiar: colocar de la forma más legible posible un apellido que sabemos que alguien pronunciará y/o transcribirá incorrectamente, hacer lo mismo con un primer nombre resultado de un perverso anagrama que contiene -pero no explica- una sílaba del nombre de papá, otra de mamá y que empieza por x letra, como todos los hermanitos, o que es el nombre familiar por excelencia, al que, para escapar de confusiones y sensaciones de clonaciones, se mutila o abrevia o se transfigura, y pare usted de contar perversiones nominales; y, a veces, incluir o no ese segundo nombre que se supone un homenaje a algún tío o tía distante y desconocido y que muchos simplemente queremos borrar. Porque se supone que todo eso es parte de nuestra identidad: la contiene, la guarda, la entraña.
A toda esa angustia de identificación hay que sumar, no faltaría más, el oficio y/o la profesión. Y a estas alturas siempre me pregunto ¿qué palabra emplearía aquí, por ejemplo, Leonardo da Vinci, si se las viese en la ardua tarea de llenar una planilla? Dan Brown nos lo puso de moda con su Código y con ello multiplicó exponencialmente las búsquedas de información sobre este hombre del Renacimiento por antonomasia, cuyo mapa de referencias en la red electrónica es una maraña de hipervínculos. Sus inicios en la pintura y luego en la escultura lo relacionan por su afán de conocer más aún sobre la figura humana con los estudios de anatomía y antropometría. El interés por la mecánica del cuerpo lo llevó al análisis de las formas y las formas de funcionamiento de otros cuerpos –animales, botánicos, estelares-. Su preocupación por las técnicas pictóricas lo introdujo en la investigación de la óptica y la geometría. Su ejercicio de la arquitectura lo condujo al urbanismo. Su mirada indagadora abarcó desde la búsqueda de nuevos pigmentos hasta la cartografía. En sus cuadernos reseñó la seducción que provocaron en él desde las cosas más codiciadas por los mecenas de la época (las máquinas de guerra, los diseños de jardines, las máquinas de divertimento para maravillar a los huéspedes en las pomposas fiestas) hasta las incorpóreas causas que mantenían a las aves en el aire o que movían a las aguas.
¿Cuál era, entonces, la “profesión” de maese Leonardo? Muy probablemente sufriría angustia idéntica a la que experimentan muchos de los estudiantes de nuestra universidad cuando se sienten obligados a definirse con una sola palabra. Como si un estudiante de Ingeniería electrónica o de Ingeniería de producción no pudiese interesarse por el estudio de la mitología, o uno de Biología o de Ingeniería de materiales no pudiese escribir cuentos (e incluso hacerse merecedor de premios por ello), o uno de las Licenciatura en química o en física no pudiese componer música, o hacer teatro, o atletismo, o ser un entusiasta de los juegos de rol, o del animé, sin que todo ello sea calificado como un pasatiempo, como una distracción.
En sus cuadernos, Leonardo se definió a sí mismo como un “discepolo della esperienza”, prefiriéndola a los rígidos cánones de la academia renacentista, para la que sería, como él mismo indica, un “uomo senza lettere”. Si las planillas nos conminan a urdir una palabra que precise nuestro oficio, ¿podríamos, al estilo de Leonardo, identificarnos como curiosos, o indagadores, u observadores?

Beatriz Ogando
Coordinadora del Ciclo Profesional

Universalia nº 25 Septiembre-Diciembre 2006