María Teresa Jurado de Baruch (*)
Presentación
Los símbolos han sido para la especie humana elementos de identificación, agrupación y hasta generadores de fuerzas internas que promueven cambios y acciones profundas. Dentro de este sentido humano e institucional, la licenciada Maria Teresa Jurado de Baruch nos presenta la Universidad a través de sus elementos simbólicos que al mismo tiempo son entes reales que se pueden ver, oír y tocar. De esta manera, su obra La Universidad Simón Bolívar a través de sus símbolos nos recuerda, revive y, por qué no, nos instruye sobre este conjunto de valores que de alguna manera tocan el alma y el espíritu de la comunidad universitaria que perduran y se valorizan con los años.
Sin embargo, además de la riqueza simbólica presentada por los elementos de esta obra, tales como el logotipo, el himno, la bandera y los colores de la Universidad, sus obras de arte, edificaciones y jardines, este libro nos da elementos de valor histórico y explicativo de modo tal que los símbolos no son solamente símbolos, sino que tiene también un elemento de racionalidad, esto es, el porqué de las cosas que como comunidad inteligente siempre nos preguntamos. Allí está la historia, las respuestas y el motivo, la razón de lo que hoy es parte de nuestros símbolos que nos ayudan a mantener una identidad universitaria nacional y más allá de nuestras fronteras.
Apreciado lector, tal como lo mencionábamos en 1987 para la primera edición y hoy para la segunda, usted encontrará valores que tocan el espíritu y las razones que satisfacen a la mente y a la curiosidad; pero, más importante aún, usted encontrará parte esencial de lo que es la vida de la Universidad que promueve nuestra propia existencia.
Antes los cambios que viven Venezuela y el mundo, este libro siempre nos ubicará frente a ellos con el posicionamiento que la historia nos da: lo que estos símbolos representan para la Universidad Simón Bolívar.
Pedro María Aso
Rector
Sartenejas, abril 2005
El Buho de Onix
A la derecha de la rosa de montaña, en uno de los extremos del jardín, en una especie de nicho, se encuentra un búho de ónix, traído de México, al que muchos de nuestros visitantes se empeñan en tocar, de paso, para invocar la buena suerte, según dicen.
Los Jardines
Al traspasar el portal de la entrada, de sobrio y estético diseño, complementado con bambú (Bambusa vulgaris) y palma Washingtonia (Washingtonia filifera), se halla el parque con uno de sus más importantes puntos de interés, la laguna donde está ubicado el Espejo Solar, del artista cinético Alejandro Otero. Luego se encuentra el canal, con sus caraterísticos puentes; más adelante un grupo de guamos peludos (Inga fastuosa).
Después de pasar frente al edificio de la Bibliteca, el grupo de edificios académicos y la zona deportiva, para retornar por la vía hacia la salida, pasando por el Conjunto de Auditorios y mirando hacia la derecha, encontramos la Escultura Hidráulica.
Siguiendo el camino encontramos, a ambos lados de la vía, el grupo de plantas que se convierte en punto de interés, los chaguaramos (Roystonea venezuelana) –símbolo de la tenencia de la tierra de las familias mantuanas nobles-: al pasar frente a la Casa Rectoral, admiramos su jardín frontal donde se destaca, entre un gran número de los árboles en referencia, un enorme laurel (Ficus máxima), plantado en 1943 por la familia Santaella, así como varias especies de arbustos que realzan este espacio, donde se encuentra la Figura acéfala de Francisco Narváez, ya mencionada. Frente a la casa Rectoral en el jardín continuo al Edificio Biblioteca Central, encontramos la escultura La Lucha del hombre por la cima, del venezolano Carlos Prada. Luego, hacia la sección meridional, presidiendo el Parque sur encontramos La Escultura de Simón Bolívar del peruano Joaquín Roca Rey.
El Espejo Solar
Es una escultura metálica -hierro estructural y aceroinoxidable- compuesta por una estructura alveolar fija de 7,50 metros de altura por 13 metros de ancho, que contiene 32 aspas cóncavas, que giran sobre su propio eje, movidas por el viento y se desmaterializan en el espacio y la luz, elementos fundamentales del mensaje artístico de su autor, el venezolano Alejandro Otero.
Se encuentra ubicada en la isla de la parte norte del Parque Universitario Simón Bolívar, en medio de una laguna poblada con distintas especies de peces y unas bulliciosas bandada de gansos; la laguna, a su vez, esta rodeada de apacibles árboles y arbustos. Así, el ambiente casi bucólico contraste y armoniza con la obra de arte, magnificando su volumen.
Complementando este especio, se colocaron una pérgolas y el asta para izar la bandera nacional y de la Universidad.
La escultura, donación del Banco Caracas, en 1973, fue ejecutada por la empresa Galería Conkright, S.A., de acuerdo con el diseño con el autor.
El Espejo Solar se inauguró conjuntamente con la sección norte del Parque Universitario Simón Bolívar, el 19 de enero de 1974.
La Lucha del Hombre por la cima
Cuando el Rector de la Universidad Simón Bolívar, doctor Ernesto Mayz Vallenilla, encargó a Carlos Prada la escultura, le pidió tratase en ella el tema crítico de la situación del “Hombre frente a la máquina”, enfocado en términos de la lucha de la razón humana contra lo alienante de cualquier tecnología, esto es, contra su propia criatura. Mayz Vallenilla insistió en la idea de los riesgos de la universidad tecnológica, a secas; en que, frente a ello, debía haber una conciencia clara de que el hombre no debía dejarse esclavizar por la tecnología. De allí, precisamente, nació antes el proyecto de los Estudios Generales, la formación humanística y social que se provee al estudiante para avivar su inteligencia y su espíritu, ante los fenómenos y retos que se le plantean dentro de la formación profesional.
Recorriendo los terrenos de la Universidad, el Rector y el artista encontraron abandonadas dos grandes ruedas de las llamadas “pata de cabra”, utilizadas para apisonar la tierra. Así, vieron que aquel desecho de la maquinaria, antes usada en la construcción de la vecina urbanización Monte Elena, serviría como soporte integral de la escultura. Prada logró la concepción de la obra, cuyo modelaje, fundición e instalación representó siete meses de trabajo.
En la Universidad se elaboró una base redonda donde se colocaron las dos ruedas, y un mecánico construyó el motor para darle el movimiento giratorio y contrapuesto de los cilindros que la componen. Ante la imposibilidad de colocar los materiales dentro del recinto universitario, en un sitio adecuado para que el artista pudiera trabajar con holgura, se los trasladó al taller de Carmelo Tabaco. Allí, Prada decide simbolizar una especie de infierno o purgatorio, donde figuras humanas trepan hacia su propia liberación, con gran esfuerzo aunque ayudándose las unas a las otras, en alusión a la solidaridad de los hombres, necesaria para alcanzar la victoria final sobre los peligros de la técnica.
La escultura mide 3 metros de alto por 1,50 metro de diámetro. Sobre puntos salientes se ubican cincuenta pequeñas figuras para advertir que es múltiple la angustia colectiva. En la cúspide nada más se halla una forma solitaria, la de un ser humano que vence la pesadilla, y ya sin ataduras se constituye un nuevo punto de partida. Pudiera ser –y lo es ciertamente-, esa alucinada red de simbolismo, la representación, en el esquema escultórico, del triunfo definitivo de lo humano sobre cualquier tipo de alienación. La escultura, donada a la Universidad por su autor, se inauguró el 31 de octubre de 1972, en la sección sur del Parque Universitario. En esa oportunidad, el Rector expresó:
Estoy muy satisfecho con el trabajo de Prada, porque, además de sus valores estéticos, la escultura tiene un alto sentido pedagógico, por cuanto expresa la inquietud de los jóvenes frente al poder alienante de la máquina. Así, la obra de Prada será símbolo de la Universidad Simón Bolívar.
La lucha del hombre por la cima fue trasladada a un costado del Conjunto de Auditorios, debido a que, por el crecimiento de la vegetación, se encontraba oculta en medio de ella. Se pensó en este sitio ya que, a la vez de realzar las áreas exteriores de esta importante construcción, podría ser disfrutada por un mayor número de personas.
Continuando con el criterio del Plan Maestro de la Universidad, el cual establece el área comprendida entre el Rectorado y el edificio Biblioteca Central, en el lado de la vía que conduce a la salida de la Universidad, frente al Rectorado. En ese espacio abierto se puede apreciar en toda su magnitud.
La Escultura de Simón Bolívar
La estatua del Libertador, situada en el Jardín contiguo a la Casa Rectoral, sección sur del Parque Universitario, es obra del escultor Joaquín Roca Rey, quien a finales de 1968 asumió la responsabilidad de realizarla, por comisión de las primeras autoridades de la entonces Universidad de Caracas: doctores Eloy Lárez Martínez, Rector; Francisco Kerdel Vegas, Vicerrector Académico y Federico Rivero Palacios, Vicerrector Administrativo.
La Escultura hidráulica
El diseño de la Escultura hidráulica tiene su origen en un concurso, promovido por la Universidad en 1974, para sus estudiantes.
El requerimiento fue diseñar una escultura cinética con movimiento logrado mediante elementos acuáticos, de modo que las masas de agua quedaran integradas en los efectos escultóricos.
El Jardín cromovegetal
Con motivo de la puesta en funcionamiento del edificio Bibliteca Central, el artista Carlos Cruz-Diez vino a la Universidad para inspeccionar el lugar en el cual instalaría su Phisichromie (realizada en marzo de 1989 y con una medida de 2,30 x 5,25 metros), obra adquirida por la institución para presidir la entrada del edificio.
Fue en ese momento cuando Cruz-Diez vio el gran espacio exterior ubicado al oeste del edificio y pensó crear especialmente para éste una gran obra de paisajismo, única en su tipo en nuestro país, y similar a las que ya había hecho en Marsella y Medellín.
Las cuarenta y tres mil plantas están distribuidas en un espacio circular de ochenta metros de diámetro, formando círculos. Dentro de cada círculo encontramos sectores separados llamados líneas y cada una de éstas está compuesta por tres franjas de colores de plantas, cada franja mide ochenta centímetros, lo que hace que cada línea mida dos metros con cuarenta centímetros de ancho.
El 7 de julio de 1995, en el marco de la celebración de los veinticinco años del inicio de actividades académicas, se inauguró este hermoso espacio, el cual continúa con todo su esplendor bajo el cuidado de João Martín Da Silva Figueira y tres jardineros, con el financiamiento de la Asociación de Amigos de la Universidad Simón Bolívar.
Epílogo
La lectura de este libro conmueve. Con-mueve; es decir, moviliza la emoción -valga la aparente redundancia-; hace que el ser sensible se abra a la comprensión. Conmueve, tal vez, porque el lector se da cuenta de que esta indagación sistemática, metodológicamente impecable y sustentada por documentos textuales y gráficos acerca de nuestros símbolos institucionales ha sido motivada, más allá de todo deber o compromiso profesional, por un aprecio, una empatía y -¿por qué no decirlo con todas las letras?- por un autentico amor hacia esa Alma Mater llamada Universidad Simón Bolívar.
En un momento histórico como el que atravesamos, cuando en todas las latitudes con tanto la desparpajo y liviandad se cambian por cambiar los nombres, estructuras, funciones y, por supuesto, te los símbolos de tantas instituciones; cuando sin reflexión ni tino, sin planificación ni claros y propósitos se trastorna lo establecido antes de haber considerado siquiera su situación, sentido y razón de ser, es verdaderamente admirable el ingente y sostenido esfuerzo de María Teresa Jurado y de Baruch en pro de la conservación y el enaltecimiento de nuestra memoria institucional, a través del estudio de los símbolos que la Universidad fue desarrollando como propios a través de los años y de algunas de sus obras de arte que han llegado a ser emblemáticas. Ya lo había logrado en 1987, con la primera edición de este libro. Lo mejora y completa ahora, en esta nueva edición actualizada en su contenido y renovada en su diseño gráfico, que el equipo de la Editorial Equinoccio ha cuidado con tan particular esmero.
Sigue en plenitud al hacerlo el impulso y la orientación de nuestro visionario rector Ernesto Mayz Vallenilla, ya que, al igual que otros miembros de la generación fundadora y de otros rectores hasta el día de hoy, él comprendió muy bien que los símbolos no son, como piensan algunos, elementos deleznables de segunda importancia. Sabían, comprendían ellos, que cuando son auténticos, cuando han sido concebidos desde la claridad del concepto y el valor que representan; cuando han sido desarrollados y emplazados de acuerdo con criterios iluminados por el aprecio y el amor por la institución, los símbolos pueden llegar a ser, para los integrantes de la comunidad universitaria, la quintaesenciada expresión de sus convicciones y valores, de sus principios y proyectos compartidos.
Se trata en este libro de nuestros símbolos. Desde el amarillo liberado para ondear en el viento hasta la "Canción del Nuevo Mundo" que nos manda a trabajar unidos por el hombre, mientras reúne también la ciencia, la conciencia y la verdad; desde la aquilatada arquitectura de la Casa Rectoral, tan prodigiosa y venezolanamente abierta, en su patio, al mundo vegetal, hasta esas vibraciones cinéticas del futuro que permanentemente nos energizan en las obras de Otero, de Cruz-Diez; desde el Trapiche de Camurí Grande, sobreviviente y testigo de horas felices y entrada momentos aciagos, hasta los jardines de Sartenejas, recientemente revisitados por inusitadas luces en las fotografías infrarrojas de J.J. Castro; desde los milagros armónicos de tan variados matices que nos regala a cada tanto nuestro Orfeón, como masajes del alma, hasta la electrónica y omnipresente cebollita de Laufert: se trata en este libro de nuestros símbolos.
Como todos los símbolos, son ellos la encarnación sensible de un significado, de un principio, de un valor, la representación de lo intangible. Formas, sonidos, imágenes, colores que fueron concebidos y han sido añejados por el tiempo como mucho más que mera decoración de los ambientes. Llegan a ser testimonio y recordatorio de aquello que somos y aspiramos ser como colectivo institucional, de los valores que nos puede inspirar a diario nuestra acción, de lo que nos une como proyecto, siempre renovado, de institución universitaria, de aquel inconfundible "estilo académico" sobre el que hace apenas unos días disertó magistralmente Ignacio Rodríguez Iturbe al ser reconocido como Profesor Emérito.
Nuestros símbolos: encarnación sensible y estética de un valor ético, académico, espiritual, porque podemos percibirla con nuestros sentidos, porque podemos interpretarla a través de la razón y también -aún más valioso y profundo- porque podemos sentirla como justa verdad desde nuestro sentimiento, porque nos con-mueve y nos motiva, porque da sentido a nuestro esfuerzo cotidiano. Los símbolos existen allí afuera en su materialidad, pero si podemos sentirlos, si pueden conmovernos, es porque también son parte de nosotros.
Carlos Pacheco
Junio de 2005.
(*) Tomado de La Universidad Simón Bolívar a través de sus símbolos
María Teresa Jurado de Baruch
Editorial Equinoccio
2da. Edición actualizada, 2005
Universalia nº 25 Septiembre-Diciembre 2006