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Lloverá

Stefanía Evelio Gil(*)

A la Stefanía que sonríe en mis sueños.

I Ovular

Estar en la playa. Ser la playa. Amanecer y Atardecer. Anochecer con la luna reflejada en el mar. Caminar junto al sol. Dormir en la arena.  Sentir la piel ardiente y pegajosa. Hacer el amor entre las olas. Elevar la mirada y seguir a las gaviotas en su caída libre, ¿qué se yo? estoy inventado cada frase. Quizá odies la playa y heme aquí tratando de descifrar tu rostro melancólico –que raya en lo inexpresivo- acoto, escribiendo un conjunto de sandeces concluidas al solo observarte. Aunque no lo creo, tu bronceado te delata.

Caminar aferrado a tu mano, descalzo. Descalzo explorar tus deseos sumergidos como navíos. Alzar la mirada y no divisar una nube. Mirar a lo lejos, a los barcos de madera. Sus redes. Su pesca. Los hombres de manos fuertes y gruesas venas. El color de la gente de mar. Pensar en el pasado, en los gritos de nuestra raza. Describir el sentimiento de la evolución, una sinfonía que se vuelve más estruendosa. Los volcanes mensajeros de vida, túneles al centro de la tierra. Al centro de tu cuerpo, el volcán invertido que reposa en tu abdomen. Acariciar tu piel roja. Tu ombligo que alguna vez conectó con tu madre. Tu abdomen plano encerrado entre las montañas y el dulce valle de los deseos.

Eres tú, con el escote pronunciado y esos pantalones ajustados que dejan ver todas las curvas.  Me pierdo en ellas, las defino y analizo. Imagino tocar. Deslizar mis manos entre tus muslos. Tus caderas sobre todas las cosas. De matrona colonial. De estatua romana. De reverencia prehistórica. Cada noche hundirme en el deseo soez de poseerte, recorrer en ala delta tu sexualidad. Eres tú Stefanía, con tus brazos torneados, mirada perdida, y esos labios tan provocativos que me hacen delirar. Puesta ahí premeditadamente. Exhibiendo los pechos. De piernas cruzadas y mirada despectiva. De nunca mirar atrás. De palabra reprimida. Absorta a tu entorno.

Miro una de tus fotos, conseguida clandestinamente (no vale la pena revelar como) Sintiéndome culpable al observarte sin tu consentimiento. Obligado a detallar las arrugas en tus ojos, a ser deslumbrado por tu sonrisa de último segundo.  Contar una y otra vez tus 20 años. Planear la llegada del 6 de septiembre, tu cumpleaños. Conformarme con una sonrisa cortes. Con esperar que el destino nos una. Una obsesión nacida de la imposibilidad de tenerte. Y es porque he decidido no seguirte más, solo resignarme a que nunca estaré a tu lado. Solo conservar una imagen clara de tu rostro demacrado.

De tus pechos desnudos haciendo presión. Tus brazos alrededor de mi cuerpo una madrugada de enero. Sin nada encima, solo tu mirada de mujer desenfadada. El cabello rebelde frente a tus ojos. El corazón acelerado. El deseo de hacerlo una vez más. Desnuda ante todo, en la oscuridad y desvelo. Solos para siempre. Sin viajes al pasado. Aislados. Sin palabras complicadas. Sin televisión. Sin teléfonos. Sin noticieros sensacionalistas. Sin políticos. Sin organizaciones no gubernamentales. Sin democracia. Sin comida japonesa. Dormir para siempre abrazados. Vivir en tus sueños, en tu ciudad perfecta. En la casa de tus sueños, en tu suburbio. Ser tu compañero. Buscar el periódico cada mañana. Cortar el césped. Comer tu comida. Ser tu amante diario. Tener buenos vecinos y niños amables.

En el sueño me atrevo a abrazarte, puedo decir todo lo que no siento por ti. Y aún en sueños me rechazas y no te ves muy convencida, lo que es un poco triste. Es mi sueño, deberías corresponder a mis palabras y dedicarme una sonrisa. Nunca sucedió, sólo haces una mueca casi imperceptible de fiasco mientras me dices algo al oído. Luego te marchas dejándome con un vago sentimiento de soledad, de querer vivir en sueños. Con una rabia inmensa tomo un trozo del pastel que trajiste y lo tiro a la basura, en mis sueños comer pastel es delito. Al igual que es delito tratar de olvidarte. No te preocupes, el resto del pastel sirve para escribir en crema tu nombre en las paredes de mi habitación. Es una terapia que, no muy bien recibida por otros, es reconfortante para mí, para tu recuerdo, y para tu madre que heredó esa maravillosa cualidad de la pastelería. 

...

Respirar el aire entre tus pechos, el olor entre ellos. Tu piel sucia, tus poros grasosos, tu ropa interior, tus labios partidos, tus vellos nacientes, tus uñas, tus estrías en las piernas, todo sin excepción. Ser tuyo. Dormir en tus brazos. Secar tus lágrimas. Acariciar tu rostro hinchado producto del llanto dedicado al abandono de tu padre. Tu tos seca. El humo en tus pulmones. Contar los días para tu próxima ovulación. Ovular. Decir. Articular. Gritar. Aullar. Vociferar.

II Cigarros

Percibirte sin previo aviso. Solitaria y ensimismada como es normal. Con la mirada en el horizonte, perdida. De ojos grandes y amarillentos. Perdida en tu mundo. Cayendo recurrentemente en la falsa rutina de detallarte me transformo en un animal de costumbres. Casi siempre de camisetas ligeras, un color para cada día dependiendo del estado de ánimo. Tonalidades pasteles: azul, amarillo, rosa, azul, verde, celeste. Tu cuello cubierto con una bufanda de tela agujerada; una, dos, tres vueltas. Jeans ajustados, sin muchos detalles, generalmente azules. Hechos a la medida. Perfectos para tus caderas. Cómplices de tu caminar. Espías de tu entrepierna. Tus brazos torneados que tanto llaman mi atención, no se porqué. El cabello negro siempre en una cola. Brillante y azabache. Tu mirada vaga y consentida. El deseo de tenerte. Fantasear cada noche con despojarte de tus ropas. En una estancia de madera contemplar tu desnudez. Hacer el amor en el escritorio de tu padre, dedicarle nuestros fluidos.

Cualquiera pagaría por tener en un frasquito de ti, en la nevera quizá. Verte todos los días. Saludarte y preguntarte -¿Cómo estás Stefanía?- y cerrar la puerta sin más. Al día siguiente abrir de nuevo, preguntarte cualquier otra cosa y untarte como mermelada en mi pan del desayuno. Irme a donde sea y saber que al volver estarás esperando dentro del frasquito. Medio dormida, sin mucho que decir. Fastidiada de ser el objeto de un maniaco depresivo. Esperanzada por sobrevivir al próximo desayuno. Temerosa de mi madre que todos los lunes lava mi ropa y es amante de la mermelada con sabor a mujer.

Al principio no saber nada de ti, ni siquiera tu nombre. Apenas reconocerte cuando caminabas por las mañanas desde el estacionamiento  al auditorio. Tu abrigo de tela mullida era azul y de cuello blanco, blanco. Reconocerte por la palidez de tu rostro, por el lento caminar. Y no es que era una costumbre matinal esperar tu llegada, no. Solo ocurría. Solo tú que sin tener nombre me quitabas el sueño. Nada mejor que ver tus pantorrillas para iniciar el día.

Ahora todo ha cambiado, sé tu nombre. Te reconozco a los lejos. Con solo mirar tu espalda sé que eres tú. Me acerco y respiro cerca de tu cuello. Mi presencia te incomoda y desvío en la próxima esquina. Suspiro tratando de recordar el olor de tu cabello, el color de tu piel. Cerrar los ojos y contar los lunares en tus hombros.

...

Fumo por ti, en la soledad que causa no verte. Alejado de mis amigos y sus falsas ideas de felicidad. Encerrado en ti. En la prisión que se construye los días que no apareces. Los días que duermes mas de lo normal. Inmersa en la despreocupación de una clase menos. Pensando en asuntos secundarios, en un futuro que no está claro, ligera de pensamiento. Evitando los reproches de tu madre, odiando a tu padre adoptivo. Ese sujeto que invadió el estudio de tu padre y se apoderó del lugar junto a tu madre.

Acepto el riesgo al enamorarme de ti- digo mientras enciendo otro cigarro- una desconocida. Igual ya no puedo ir hacia atrás. Acepto tu imagen acosándome cada mañana. Acepto que en algún momento conoceré todos tus defectos. Acepto que me des una bofetada y espantes todas estas ideas falsas que tengo de ti. Decepcióname por favor, pronto y sin piedad.

III Labios

En la mañana fría el suelo espera, inmutable y perpetuo a mi cacería. Mi tienda de campaña invisible  me protege del desprecio y el posible rechazo. Libre de ataduras pero esclavo a ti. Esclavo a conservarte para más tarde, tu imagen. En la noche, antes de dormir, acudir a ti. Resucitar los deseos, metas, todo lo perdido. Alucinar entre tus senos. En tu espalda dormitar ajeno a los caprichos superficiales. Reconociendo la única alternativa, buscar el destino. Leer entre líneas y pensar, en el futuro, en lo estúpido de este sentimiento. Reunirse con los amigos y reír del pasado, de la inocencia ante lo desconocido. Analizar los desvaríos del tiempo y calcular tu movimiento al caminar. Calmar la obsesión que florece al más mínimo estimulo. El deseo de todos, el placer, calmarlo con escuchar tu voz.

Dejas ver una sonrisa pícara de esas que intimidan y dan todo por sentado. Enfilas la vista al frente y aprietas la mandíbula. Desapercibida como siempre. Sin tocar mejilla, sin articular palabra. Con tu ligereza característica flotas hacia las afueras, desapareciendo entre la multitud. Creando paradigmas que pueden no ser ciertos. Acelerando las palpitaciones de un desconocido. Cubriendo con tu manto la virilidad e hipocresía. El frío y la calidez. La soledad en la penumbra. Descansar sin ser necesario. Pensarte durante el día. Un vestido rojo, uno negro, tus jeans azules desgatados y pies descubiertos. Tus hoyuelos en las mejillas, tu perfecta estructura ósea, tus caderas imponentes, y el falso mito de tu lujuria reprimida.

...

Deseo estar alejado de ti. Olvidarte. Rechazar  tu presencia. Coser tus labios para evitar esa sonrisa que me perturba cada noche. Tú te niegas. Apartas mis manos y escapas de mis deseos. Desapareces. Vuelves a aparecer cuando ya he perdido las esperanzas. Sales de la nada, das una puñalada en mi pecho y escapas in fraganti dejándome ahí tirado sin más que el recuerdo de un encuentro casual-fortuito.

Vamos, dime todo lo que no sientes por mí -digo aun con el puñal en el pecho- Dedícame tu despreocupación. Quítame las miradas atentas. Ignórame como lo haces perfectamente. Dime todo lo que no sientes ni sentirás. Todo lo que callarás para siempre. Todo lo que tu racionalidad no te hará sentir. Siénteme ajeno a ti. Libérame a tu cuerpo, sin ataduras. Déjame ir en un camino opuesto al tuyo. Abandóname en la jungla del deprecio, solo y sin armas. Toma el tiempo necesario para olvidar lo poco que sabes de mí. La ausencia de nombre, el cuerpo espigado, las palabras entrecortadas, la yugular desgarrada.

IIII Vodka

Dejar atrás un paisaje cálido, lejano. Olas que vienen y van. La manzana de tu discordia, putrefacta. Imposible de tomar sin ser quemado, sin evitar hacer presión y  despedazarla. Difícil llevarla a la boca y no sentir nauseas. Clavar los dientes en ella y espinarse el paladar. Imposible ocultarse bajo la lluvia, detener el tiempo, aceptar la decepción. Desear abrazarte bajo tu luz luna. Hablarte al oído. Contar los minutos y segundos. Tus respiraciones, tus espasmos estomacales. Desligarse de todo por una vez, de la conciencia.

Dedicar el rencor a una persona anónima no es justo, no lo haré. Y no es rencor, es vacío Stefanía. Tampoco es que no estaba preparado para esto, lo imaginé hace dos semanas cuando te vi. Cuando sonreíste como siempre. Cuando me obligaste a bajar la mirada. Tú también lo sabías. Y disculpa los malos pensamientos, al igual que la redacción en primera persona -soy yo dedicado a ti en una tarde de noviembre- trato de explicar.

Iniciar las historias con érase una vezno es justo, me deprime. Detallarte a lo lejos es aún peor. Oculto observar cómo besas al Desconocido víctima de mi envidia. A ese sujeto anónimo que en mi vida había visto. Aquel dichoso que recibe tus atenciones. Él que puede espectar cada día tu movimiento de caderas, recibe tus llamadas y es causante de tu actitud esporádica. Él, la única persona que te hace sonreír. Tampoco es rencor Sr. Desconocido, es otra cosa que no quiero explicar ahora. No es que no pueda, simplemente no tengo ánimo para dirigirle mis palabras.

Muchas veces imaginé la playa Stefanía. Desolada y ajena. Esa tarde las olas eternas nos brindaron calma. El sol pintando el cielo de escarlata. Un trago de cualquier bebida –Vodka- abundante hielo, y algo para comer. Tu con la piel tostada y caliente mostrando los atributos. El traje de baño negro, que compramos cuando nos invadió el aire salado, rodeándote, ocultando solo lo esencial. El cabello ondulado, rebelde por el agua de mar, cayendo entre mis dedos. Lo acaricio y recuestas la cabeza en mi hombro. Yo inmerso en ti. Detallando cada parte de tu cuerpo fibroso y torneado. Arqueando la ceja buscando tu mirada. Decir una frase prefabricada y observarte. Luego estar en silencio y atardecer en ti, literalmente (aunque sé que no crees en lo literal de mis palabras) -atardecer en ti-te digo en voz baja. Niegas con la cabeza y tuerces los labios esbozando una pequeña sonrisa. Miramos el horizonte y olvidamos todo. Todo lo que pudo pasar y no sucedió. Todas las palabras que no te dije. Todas las miradas que se perdieron entre la multitud. Todo.

Era todo Stefanía. Todo lo que quería, olvidar por un día. Luego volver a la ciudad. A las luces sin estrellas. A lo inútil de la vida. Volver sin el sol y sin el mar, no estoy seguro de querer volver. Tú duermes a mi lado, cansada y ajena al tiempo –extrañaré tu desamor- digo mientras trato de recordar lo que no ha sucedido. Las luces se hacen más fuertes trayendo consigo las críticas de mis amigos hacia tu no perfección. Y no frunzas el seño, sabes que careces de ella en mucho. Pero es eso exacto lo que me atrae de ti. Eso que haces ahora, tu confianza. El beneplácito que sientes al leer estas líneas y saber que estabas en lo cierto, siempre lo estuviste. El misterio. El maquillaje corrido. Los brazos fuertes. El rostro adormecido. La mirada despectiva.

Stefanía, en este instante el corazón late acelerado, víctima de ti. Mil veces victimas de ti. Victima al igual que el corazón (o lo que sea que nos hace pensar que todo está perdido) de todos los que conozco. No por ti, por otros. 

...

No es una carta de despedida Stefanía, no. Es otra cosa. Algo que algún día leerás y te hará reír o que tal vez nunca leas y sirva solo para recordar lo que alguna vez sentí por ti. Un testimonio dedicado a todas las veces que vi tu sonrisa en sueños.

(*)Estudiante de Ingeniería Mecánica

Universalia nº 25 Abril-Julio 2006