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Máquinas

Ángel Lezama(*)

"El olvido está lleno de memoria"
Mario Benedetti.

— ¡Mis máquinas, maldita sea, se han ido!...
Pasó la vista de un extremo a otro, mirando aquel insólito lugar, sintiéndose despertar en el sueño de algún sueño anterior a ese y del cual no recordaba haber despertado nunca. No sabia si había estado alguna vez allí, en ese sitio patas arriba, como él mismo pensaba, o si en realidad estaba viendo todo aquello. En todo el trayecto que supuso haber caminado posó su mirada sobre todas esas cosas inacabadas y extrañas que poblaban los alrededores y al sentirse completamente abrumado ante lo incomprensible del lugar, en más de una ocasión trató de invocar aquel mantra aprendido en alguna novela de ciencia ficción: «No conoceré al miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo» . Se lo había repetido cientos de veces, pero, de forma invencible, el miedo retornaba sin mora con las visiones de ese mundo extraño, inabarcable e infesto de soledad y en cual flotaba expectante un terrible hedor a  angustia.
Caminó y solo Dios sabe cuanto tiempo estuvo caminando en aquel llano inmenso y atroz. Pero la sensación de haber estado allí y la certeza de no haber estado nunca se le confundían con extremada e insoportable velocidad, como ases luminiscentes y policromos puestos a girar en una licuadora... sin embargo, quizá al final sabia que, aunque sea de manera inconsciente, ese lugar existía o existió alguna vez en su imaginación... o en su mente... o no sabia en que endemoniado lugar, pero de repente le venía le certeza… juraba que existía, estaba tan seguro de ello, tan seguro que se conocía hasta el nombre... tenia la certeza de conocer el nombre... el nombre…
Pero el nombre no quería saltar a luz de su lengua, el nombre se empecinaba en no ser pronunciado, a no ser develado por una razón irreconocible, como si ello trajese un castigo inminente. Algo le impedía aclarar sus pensamientos, su cerebro trabajaba trabado, vagamente, como en un estado seminconsciente. A veces parecíale tener la memoria tapiada con sal, sal disgregada y caliente a punto de fusión...

— Me importa un rábano molido el nombre de éste maldito lugar –creyó decir en voz alta. Pero de súbito, un pensamiento le rasgó...
— ¡Mis máquinas!...
Y el dolor con sus manos como tenazas solazábase morbosamente sobre su cuerpo cada vez que las recordaba, y cada vez, una insoportable y angustiosa congoja le poseía haciéndole sentir indefenso.
— ¡Mis máquinas, por qué maldita sea, mis máquinas!...
Y la evocación, sentía  como le trepaba por la garganta en un movimiento agitado y rasposo, como el primer  trago de güisqui. Todo lo que recordaba le costaba un trabajo inmenso fijarlo en un pensamiento coordinado, pues todas aparecían y desaparecían con extraordinaria rapidez, sombras que se extendían para luego achicarse y darle paso a su vez a nuevas sombras... “Si supiera la manera de comprobar que el pensamiento pesa —supuso que pensaba en ese momento— le hiciera comprender a todos tan innovador descubrimiento y ser así el primero en dar a conocer tan maravillosa  revelación a la escéptica comunidad científica. Solo  con ello...”... sombras que cedían a otras sombras; lo que hace un momento era un pensamiento, ahora era una idea monocroma que ya pasó, una sombra nacía de nuevo...
Pero una idea —o mejor dicho, un pensamiento— recurría a su memoria con persistencia: Las máquinas. Sabía que estaba en ese lugar buscándolas. ¿Cómo sabia que estaban sus máquinas en ese lugar —lugar de locos sin locos, como el decía... o mejor dicho pensaba... o quien sabe como era fin— cerca de las rocas levitantes? No lo tenía claro, pero así sentía que debía de ser. Pero lo absurdo le asechaba en todas partes, la duda de encontrar el lugar de dichas rocas.
—Las rocas no levitan, ¡diablos! ¿Quién puede cree que las rocas floten tan solo no más? —decíase meneando la cabeza con incredulidad.
Ni tampoco imaginaba como podían flotar tan solo no más todas esas cosas imposibles del llano. Eran esas cosas las que vencían su incredulidad y aprehensión. Quizá las rocas, pensaba que se decía a si mismo, habrían aprendido de alguna forma a hacerlo...
Sabia que tenia que hacer un esfuerzo y coordinar la tormenta de pensamientos que se agolpaban en su cabeza y que le calentaban el cerebro, resultando en un embotamiento instantáneo y doloroso, un embotamiento salitroso que no le permitía fijar un esquema de prioridades y metas en aquella incorruptible soledad del llano. Quería fijar y pensar, pero le resultaba imposible luchar contra la caleidoscópica marejada de frenéticas imágenes convulsas en su cerebro. Trató dejar estáticas en su mente las visiones de aquel mundo imposible de cual conocía el nombre, pero al que, por razones desconocidas, le estaba prohibido por ahora recordar. Quizás, se dio cuenta después, era necesario despejar primero sus pensamientos y efectivamente dejar de preocuparse en pensar y dejar de pensar en sus pensamientos incontrolables, y centrarse en las peculiaridades del llano y con ello ejercitar su poder descriptivo y evitar caer en una  crisis neurótica.
Y que mejor forma de empezar ese ejercicio que hacerlo por el riachuelo de tres franjas suspendido en la nada cuya vista era simplemente desconcertante. Nada de comprender, se dijo, solo describir y nada más, concentrarse en las formas y los elementos que le componen, puesto que hacer lo contrario era perder el juicio ya que de por sí el riachuelo multicolor era insólito. Inhaló y exhaló por pura mecánica de relajación, lo recorrió brevemente en una dirección cualquiera y se dispuso a salmodiar en voz alta y en tono impersonal la bizarra descripción de lo que veía:
—Un riachuelito de tres franjas: una de color azul metálico, de aproximadamente quince centímetros de ancho y dos centímetros de espesor, otra, la del medio, de color blanco mate, de cincuenta centímetros de ancho y seis de espesor y por último, una franja de cuarenta centímetros de ancho aproximadamente y cuatro centímetros de espesor. En la primera se pueden ver unos pescaditos en forma de clip literalmente, donde un ojo blanquinegro con pupila múltiple se sostiene en la nada, una boca pintada como con carboncillo se delinea también en la nada. Al probar el contenido de ésta franja se pudo comprobar que no sabe a nada ni huele a nada ni se observó ninguna corriente interna y hasta el momento, no se pudo ver otra especie de pez u otra forma de vida.
Respiró. Al terminar la descripción no quiso ni tratar de entender lo que hasta ese momento había dicho, cosa del todo absurda, pero de inmediato comprobó su capacidad de retener el presente y contarlo tal y cual era. Reconfortado por este pequeño éxito sobre sí mismo, se dispuso a recorrer un poco más el riachuelo y culminar con la descripción de la otras dos franjas que restaban. Caminó por un rato al borde del riachuelo que se suspendía a un metro del suelo, más o menos y cuyas franjas distaban entre sí unos cinco centímetros. En algunas partes, las franjas cruzábanse entre ellas, perdiendo sus colores originales y trucándose en un negro sin matices y de pétrea homogeneidad. También las franjas se apergaminaban a veces en tramas de zigzag unas alrededor de  otras. En dos ocasiones se elevó  hasta perderse de vista  en la infinidad del cielo absurdo del llano, hasta que, en un lugar cualquiera, descendía de los cielos para luego colocarse a las mismas alturas a las que las encontró por primera vez. Volvió a detenerse frente a las franjas que componían el riachuelo y con un suspiro, se dispuso a terminar la descripción que antes comenzara hace ya un tiempo que no recordaba.
—La segunda franja posee la pigmentación de la leche y sobre su superficie se pueden ver como, de forma desordenada, se distribuyen unas varillitas negras que suben  hasta salir del líquido para luego hundirse en él. La leche... ¡qué digo! Agua... ¡ya vá!... ¡líquido! Eso es, liquido... líquido... muy bien. Las varillitas tienen cincuenta centímetros de largo y un diámetro aproximado de un centímetro. Al probar la sustancia no se obtuvo ningún sabor y no se pudo encontrar otras especie primero, por la falta de visibilidad y, segundo, por no tener equipos necesarios para extraer mecánicamente algún ejemplar de la fauna característica del medio. Tampoco se pudo conocer la naturaleza de las varillas...
— “GLÁNE...”
Escuchó o creyó escuchar, cortándole esto violentamente la descripción  en la cual se empecinaba, perdiendo por breves instantes su monólogo, pero, inmediatamente, logró empalmar el hilo roto hace poco.
—...puesto que fue poco menos que imposible extraer manualmente alguna fibra y visualmente es lisa completamente. Al tacto no se pudo captar presión ni temperatura; es prácticamente como si no existiese...
— “TUREME...”   
Otra palabra le interrumpía descaradamente su salmodia descriptiva ¿es que no estaba solo? ¿Seria más bien que estaba alucinando? ¿Por qué le interrumpían? Y ya el hilo se había perdido en alguno de los fangales del olvido.
— Mis máquinas...
Y de nuevo el dolor insoportable y el agrio sabor del desamparo. Triste... solo, triste y solo quiso gritar...
— ¡AAAHH!... ¿POR QUÉEEEEE?...
E incongruentemente sintió no haber pronunciado ni una sola palabra, pero ahora cayendo en cuenta se preguntaba si alguna vez sintió tal cosa hasta entonces. No recordaba si alguna palabra verdaderamente había resbalado por su lengua y se hubiese proyectado rauda sobre el llano, llano que era pesadilla agorafóbica y fantasmal. Quiso con un ejercicio respiratorio calmarse y volver a su trabajo descriptivo. Jadeó, se secó un sudor imaginario que le recorría la frente y comenzó:
—La tercera franja...
— “TUREME...”
—... es de agua cristalina...
— “GLÁNE...”
—... se pueden observar peces transparentes que saltan fuera del agua...
—“­TUREME...”
—.. y peces en los cuales pareciese que sus órganos gravitan alrededor de él en elipses...
— “GLÁNE...”
—... y otros donde su sistema nervioso o eso parece, gravita sobre una sopa de coágulos de sangre...
— “TUREME, TUREME, TUREME...”
—… Se puede…
— “GLÁNE, GLÁNE, GLÁNE…”
—… ver…
— “TUREME, TUREME, TUREME, TUREME…”
—… ¡YAAA! … ¡BASTAAA!…

Ya no podía seguir de esa manera, siendo interrumpido tan persistentemente y sintiendo de nuevo como en la cabeza se le agolpaban imágenes terribles, sonidos irreconocibles, furia de golpes, gritos cortantes, ulular de sirenas, frases inacabadas y macabras, lluvia, dolor, sangre, ojos, bocas abiertas, lenguas, risas, rechinar de metales, lágrimas y de nuevo el nombre impronunciable de aquel lugar en sus pensamientos... al igual que las máquinas.
Cuando volvió en sí estaba tendido en el suelo cuan largo era. Sus manos apoyaban las palmas en la superficie lisa del suelo, su cabeza estaba ladea sobre su hombro derecho, sus piernas extendidas hacían que sus pies formaran una “V” trunca en el vértice. Le costaba mucho pararse; aunque la sensación de peso carecía en ese instante paradójicamente de significancia, al contrario le parecía que, si por cualquier circunstancia le diera a su cuerpo un leve impulso, saldría proyectado como un cohete al infinito, al infinito donde no existía ni existiría nada... nada que se relacionara con él.
Hasta ese momento su desorden emocional  se había calmado bastante. Ya no escuchaba voces ni alucinaba cosas. Aunque una pregunta le abofeteó descaradamente: ¿realmente escuchaba? ¿O sería más bien que intuía por pensar las palabras que pronunciaba? En este sentido la sensación de percibir algo por sus sentidos le era caprichosamente esquiva. Sin ciertas reservas se paró para luego palmotear sus piernas quitándose un polvo inexistente. Acto seguido continuó caminando, mirándose a cada paso los pies. Mientras esto hacia se topó con una letra roja enorme. La veía tan enorme, como si una mosca mirara una ardilla, era una letra A del alfabeto, una A del tamaño de una torre y supuso que tenia algo que ver con él a lo que instintivamente quiso recordar su nombre... pero no lo recordaba ¡No recordaba su nombre!... era una situación cargada de absurdos, un sin fin de remembranzas se le agolpaban de repente en lacabeza pero su nombre ahora era otro misterio que también poseía malignidad y no le convenía recordar y no sabia tampoco por qué.
Quiso dejar atrás la letra y seguir adelante –pero ¿qué  era adelante?– pero al dejar de ver la letra enorme y bajar la vista se encontró con un campo sembrado de letras... ¡pegadas al suelo! ¡Increíble! No le sorprendió tanto ver una letra enorme flotando a dos metros de altura como ver a esas letras pequeñas posadas sobre la superficie del llano y en éste caso no eran tan solo A, sino N, L y E de muchísimos colores mezclados repetidas desordenadamente, hasta perderse de vista. Trató de arrancar una pero le fue imposible hacerlo pues, estaban firmemente sujetas al suelo y tras luchar por un rato, desistió al fin de sus propósitos. Al momento de marcharse del sembradío de letras, notó que estas formaban un dibujo en mosaico, pero como el campo era tan extenso, no supo con seguridad que era lo dibujado, no obstante pudo distinguir una espada —o la empuñadura de lo que parecía una espada—, unas cruces y unos pergaminos antiquísimos con escrituras incomprensibles para él, pero la extensión del dibujo era tal que le resultaba imposible reconocer todas las partes y los motivos. Y de nuevo la sensación de pánico comenzaba a invadirle, la certeza de un mensaje al cual huía concientemente y cuyo significado no quería oír, ni ver,  ni sentir, ni palpar ni nada, tan solo esquivar, posponer, olvidar.
Retorciéndose las manos y en un acto de absoluta negación, salió corriendo a ningún lugar, lejos de la A suspendida a dos metros de altura, del campo de letras formadoras de un dibujo horrendo, lejos de los presentimientos que le querían rebelar algo terrible y que no quería escuchar, lejos de las visiones y los dolores, lejos, muy lejos de todo. Corrió y no supo cuanto ni hacia donde corrió, hasta que ante sí vio extenderse lo que parecía una orilla de playa y vio un mar sin olas ni viento, sin árboles ni palmeras extendiéndose por todos lados. Se dirigió hacia él buscando sentir a sus miembros y a su cuerpo perder peso en el agua y dejarse arrastrar por la placidez y la calma de su soledad...
No pudo realizar nada de lo que se proponía pues al adentrarse en el agua no sintió que su cuerpo perdiera peso, ni sintió corrientes internas, ni fluir de olas ni la densidad del agua de mar, no sintió nada en realidad. Acongojado por esto se sentó donde se había detenido y por puro acto reflejo deslizó su vista sobre el agua de tan raro mar. Sentado, el agua le cubría hasta un poco por debajo de los hombros. Debajo del agua sus manos se entrelazaban por delante de sus piernas flexionadas, quedando las rodillas apoyadas en su pecho. Mientras miraba con indiferencia el agua, vio como los pequeños pececitos dentro del ella quedábanse estáticos, con si estuviesen sumergidos y encapsulados en una colada de cristal. Dirigió su mano hacia una de los pececitos y lo extrajo del agua. Al verlo fuera del agua, notó que no era igual a como lo veía dentro, había sacado la mitad de un pez o por lo menos no tenía la cola que supuestamente debería tener, quedando como un dibujo incompleto. Lo dejó caer al agua y lo vio disgregarse para luego quedar en el lugar en el que estaba con su forma anterior. Intrigado por esto se sumergió  y vio toda una fauna acuática estática. Como hizo anteriormente el pececito, hicieron los que movió en esta ocasión, disgregándose y colocándose de nuevo en el lugar donde se encontraban. En eso estuvo un rato hasta que de repente se acordó que estaba sumergido en agua del mar, pero al salir a la superficie no notó ningún cambio entre estar sumergido y el estar fuera del agua. En un puño agarró un poco del agua y la dejó caer notando que más bien parecía arena y no agua.
Se incorporó y comenzó a caminar, adentrándose en el mar que para su sorpresa no se ahondaba, la profundidad no variaba hasta que un instante, no se dio cuenta cuando, se fue hundiendo poco a poco. Sin embargo para su sorpresa, no se estaba hundiendo, era más bien que el mar se iba elevando como un manto ondeado por la brisa, ascendiendo hasta perderse de vista... inmediatamente cayó en cuenta que estaba en el lugar de las piedras levitantes.
Aquello no lo imaginaba de esa manera. Como todos, hizo especulaciones acerca del aspecto que tendrían aquellas rocas flotantes y de cómo sería o tendrían que ser los entornos que las circunvalarían; pero para su desgracia, allí solo estaban cinco rocas desnudas expuestas a la difuminada luz del llano proveniente de todas partes o de ningún lugar a la vez. Dichas rocas cambiaban de color incesantemente o simplemente se transparentaban, girando todas en un círculo que se extendía y se contraía constantemente sin concierto aparente. Todas eran de forma y de tipo diferentes y a la distancia que le separaba de ellas pudo apreciar su considerable tamaño, aunque no podía detallarlas completamente puesto que la distancia que aún le separaba de ellas era amplia.
Trató de dar un paso para acercarse, sin embargo vió con consternación que estaba suspendido en el aire. Pataleó desesperadamente sin poder avanzar ni un centímetro más y al momento una pregunta hace ya mucho tiempo olvidada volvía a su mente, ¿existía verdaderamente allí aire? No lo podía afirmar, fragmentos de su estadía en el mar aquel se lo insinuaban. tampoco podía afirmar que existiera el tiempo ni si efectivamente recordaba. Todo se tornaba en confusión y absurdo, todo le parecía carente de sentido, ni ahora ni antes he estado en algún lugar, no me he movido de ningún lugar, se decía a sí mismo, perdiendo la razón en la devastadora soledad del llano. El pánico y una asfixiante angustia se cernían sobre él sin violencia y sin pausa, palmo a palmo, hostigándolo acorralándolo, sin prisa, macabramente. Ya estaba siendo presa de la locura cuando de la nada y de repente, saltaron sobre él aquellas palabras que interrumpieran sus esfuerzos descriptivos anteriores. saltaron como animales salvajes en cámara lenta...
— “TU... GLÁ...  RE... NE... ME”
Podía verles colmillos y garras a éstas silabas oscuras, sílabas que parecían sacarle la lengua y burlarse de él. Pero más que a las sílabas, sentía terror por el significado que sabía encubrían detrás de sí. Como lo sabía, ni remotamente idea tenía, pero de ello estaba más seguro que de su verdadera existencia, mas algún motivo le velaba cual era.
Dejó su infructuoso y empecinado pataleo y dejose llevar por las circunstancias. Frente a él estaban acercándose lentamente las sílabas que antes solo escuchara en su pensamiento hasta que se detuvieron a solo cincuenta centímetros de su cara. Allí mismo empezó una danza macabra, en donde aquellas se enfrascaron en una sangrienta lucha en donde iban descuartizándose entre sí en frenética y orgiástica fiesta de sangre y miembros destripados, fiesta brutal y sin tregua, sin ningún tipo de límites. Cuando todo hubo terminado, flotando quedaron unos repugnantes coágulos viscosos en brutal parodia de lo que fueran simples letras.
Ya no razonaba, ya sentiase vencido por una lógica ilógica que no comprendía. Mientras el carnaval dantesco se desarrollaba en el exterior, interiormente se sincronizaba otro carnaval compuesto por el reflujo de complicadas imágenes yuxtapuestas a gran velocidad. No podía combatir contra todo aquello, ya sabiase vencido, era demasiado,  ya no le importaba nada, incluyendo las máquinas...
— Mis máquinas… se han ido –dijo como para sí  mismo, en vos lastimera.
Y de nuevo la caleidoscópica marejada de imágenes y narraciones incomprensibles formadas en su locura y protagonizadas por su propia voz... “Aquí pareciese que el tiempo es una unidad de referencia completamente inútil. Aquí no hay por qué contar el tiempo, las cosas incesantemente vuelven a empezar, incansablemente vuelven al mismo lugar, por lo que no se sabe si han comenzado alguna vez. Aquí la vida no termina, pues ni siquiera ha comenzado en realidad. Todo esta a media terminar o a medio comenzar, es inútil decir que algo prosigue, pues esto es sinónimo de continuar, pero aquí nada continua, con tal que no sea para terminar por el principio...”
Otra narración voló ligera como una mota de polvo... “alguna vez vi a unas cañas bambolearse como si un viento las golpeara y las quisiese arrancar de raíz, pero ningún viento sentía en ese lugar. Aunque si bien se piensa, esas cañas flotaban en el aire ¿De donde podían ser arrancadas entonces? Pero allí estaban, siendo castigadas con saña una y otra vez por un viento inexistente, y digo con saña, pues a la vegetación anaranjada que le rodeaba no le pasaba nada, como si no hubiese aire para ellas, aunque el aire era un nombre solamente, porque aire no sentía en ese lugar y ver lo que es ver, no me atrevo a afirmarlo, puesto que lo hacía, al parecer, mediante una membrana o memoria de un hecho que recuerdo haber olvidado...”
— ¡Hey, pís, tú!
Escuchó que le llamaban con su propia, o por lo menos una voz que pensaba era la suya.
Abrió pesadamente los párpados y vio a alguien montado en una de las piedras flotantes, la cual se acercaba silenciosamente en su dirección. Sobre la piedra estaba una persona sentada, enfundada en lo que parecía un frac escarlata. Sobre su cabeza, flotando,  un sombrero de copa enorme, escarlata también.
— ¿Quién eres tú? –se atrevió a preguntar.
Aquel no respondió, todavía no divisaba a la distancia que aún les separaba, la tez blanca de sujeto. Cuando alcanzó a verlo bien, no pudo dar crédito a sus ojos. Aquel ser no poseía orejas, ni ojos, ni nariz, ni ninguna otra cosa en su cabeza que no fuese una boca exageradamente grande, la cual estaba puesta en diagonal y ocupaba casi la toda la cara y en cuyo interior se movían unos dientes grises como si fuesen correas transportadoras, parodiando una grácil sonrisa nómada.
—Hola –saludó la boca amigablemente.
— ¿Quién eres tú? –Volvió a preguntar con desconfianza, apretando los puños.
El otro no se animó a responderle, en cambio la boca le formuló otra pregunta con sus labios sonrientes.
—Me figuro que sabes por qué estas en aquí, ¿Lo sabes, verdad?
Y el doloroso presentimiento otra vez, la punzante angustia... el recuerdo de las máquinas fugitivas…
— ¡Mis máquinas, maldita sea... se han ido... me han abandonado! ¡Las estoy buscando!... ¡Las necesito!...
Su voz era un nudo, un nudo de angustia impotente apenas articulado, un fantasma de voz, un silencio sonoro. Pero su voz le seguía preguntando insistentemente...
— ¿Y que te hace pensar que están aquí –dijo levantando las manos a medio extender con las palmas hacia arriba– en este lugar?
Apenas había escuchado la pregunta, inmerso como estaba en su angustia solitaria, pero efectivamente no sabía por qué impulso desconocido buscaba allí a las máquinas, y ahora tampoco sabía como había llegado a ese lugar demoníaco, todo en su cabeza daba vueltas furiosamente, pero se defendía de su terror...
—...no lo sé, ¡Maldición, no lo sé!, pero lo sé, claro que lo sé, claro... claro que  sí... si...
No sabía ya que decía, y ya no quería decir nada más, lo que quería era olvidar, olvidar todo, olvidarse de las máquinas y de ese mundo maldito y triste, olvidarse de ese ser grotesco sentado frente a él, olvidarse de sí, de todo... de todo.
—Aunque no lo sabes, aquí hay millones como tú, vagando por todos lados, buscando como lo haces tú, a las cosas que tú llamas máquinas; algunos se dan cuenta que aquí no las encontraran, que en cambio las perderían por siempre, y su misma memoria se olvidaría que un día estuvieron en este lugar. Lo único que pudieses encontrar aquí es una llave, un conocimiento u entendimiento del funcionamiento de los secretos de llano como lo llamas inconscientemente y que te harían volver al lugar de donde provienes, pero las máquinas como tal no están aquí, y es vana tu búsqueda y todo el esfuerzo que en ello pongas. Tienes que irte, no te conviene estar por más tiempo en el llano, ni un instante más, no debes esperes más, no tardes más...
— ¡Mentira! —le espetó con ira—  ¡Es mentira, maldita boca mentirosa! Solo quieres engañarme, ¡No te creo! ¡Están aquí, están aquí! ¡Ja, ja, ja, ja...! ¡Aquiiiiiií! ¿Por qué mientes?, ¿eh? ¡Por qué me mientes! ¡¡¡Por queeeeeé!!!...
—Bueno –dijo con resignación alzándose de hombros la boca– ya has visto las palabras de advertencia, no volverán a mostrarse. Y con respecto a los significados que presiente, es mejor que no los averigüe Ángel...
Un centellazo....
— “GLÁNE...”
... su nombre...
He irguiose el hombre sobre la roca. Cerró su puño derecho juntado las yemas de sus dedos pulgar e índice en un ademán de agarrarse el inmenso sombrero. Aunque lo hizo en el aire, el sombrero bajó como si hubiese sido agarrado por el ala y, con la venia que le hizo el hombre, vio un número bordado en la tapa  del sombrero, un uno que se fue descosiendo lentamente hasta desaparecer. Inmediatamente tuvo la certeza de que no podía hablar.
En su desesperación vio alejarse la roca hacía donde estaban las otras rocas girando lentamente, cuando de repente, del cúmulo de rocas, una salió como disparada hacía él, deteniéndose en seco a unos tres metros de distancia. Sobre ella estaba un adolescente vestido con un frac multicolor, sin ojos ni nariz, ni boca, ni otra cosa que no fuesen dos orejas enormes. Al momento pensó con pánico que iba a ser despojado de su poder auditivo como antes lo había sido de su voz. Pensó esto con desesperación, pero su cuerpo no respondía y no le quedaba otra sino ver como era despojado de su poder auditivo sin oposición de su parte. Aquel adolescente también poseía sombrero, pero este era de tamaño normal y estaba fuertemente incrustado sobre su cabeza, y contrastaba con las orejotas. Hizo el muchacho la venia y de sus orejas salieron unos “dos” vaporizados que rápidamente se desvanecieron. En instantes dejó de oír, pero esto no duraría mucho, pues inmediatamente subió a niveles dolorosos su capacidad auditiva. Todo el llano se pobló de millones de voces, voces atormentadas, histéricas, suplicantes, aterradas, distintas.
El adolescente se alejó velozmente sobre la roca, hacía las demás. Al momento una de las rocas del fondo, se esfumó para luego aparecer frente a él. El peñasco tenía sobre sí a una niña que también vestida de frac y sombrero volador, pero el frac era rosado y le quedaba pequeño. Suponía entre las furiosas imágenes que se retorcían en su cerebro que era niña por el color rosa del frac y por las trenzas rosadas que adornaban una enorme nariz y las cuales colgaban desde dentro de las fosas nasales. Hizo la venia ritual, pero no salió ningún número de ningún lado, pero si aparecieron a sus lados las rocas que faltaban por aparecer. En una estaba un bebé vestido de negro y un sombrerito suspendido sobre él, con unos ojos inmensos en la cara solamente. En la otra estaba un ser hecho de pies, manos y tronco sin ningún orden o concierto. Donde iba la pierna derecha, estaba la mano izquierda y también con sobrero volador. Donde iba la mano derecha, iba la pierna izquierda y de ésta manera era la visión de un ser humano sin cabeza, empatado de forma grotesca y brutal.
No daba crédito a todo lo que veía y por centésima vez pensó que estaba en una infernal pesadilla, pesadilla extremadamente larga y dolorosa. Centellaron sus ojos, se aguzó su olfato y el dolor lo sintió aumentado en mil veces más. Vio un millar de gentes deambulando el llano de la misma forma que él lo hiciera. Percibió mil olores diferentes, pero todos con reminiscencias de alcohol y acero. Escuchó mil ruegos diferentes, sin fin de lamentos distintos...
—Éste es el llano –dijo su propia voz de manera tajante y con ensordecedor eco– y aquí nunca encontrarás a las máquinas, tontamente te has quedado en él y el tiempo si ha marchado y lo peor es que ha marchado en tu contra, y eso, ya no lo podrás remediar... bienvenido al desierto del olvido total...
Era la boca vestida de frac, era la boca transmutada en él mismo.
— Aquí solo podrás ver el reflejo de lo que fueron tus máquinas...
...rugido de sirenas, golpes, gritos...
—Y del llano solo te queda el final...
Y fue cuando comprendió el significado y lo que era en sí ese lugar, la estancia neutra al último lugar al cual quería ir. Sus máquinas aparecieron delante de él conectadas a un cerebro brillante que se levantaba en el centro del circulo que formaban las rocas levitantes. El control sobre sus máquinas no lo tenía y ahora por siempre jamás lo perdería.
Él mismo se rió y le dijo:
— Adiós, no nos volveremos a ver.
Y vio como se disgregaba poco a poco. Vio con el cerebro se apagaba y las conexiones con las máquinas se iban muriendo. Vio su cuerpo y se dio cuenta de su desnudez. Levantó sus manos y vio como desaparecían, también vio como desaparecían sus pies y su torso. Al final solo quedaron su boca y sus ojos suspendidos en la nada, y viendo como el piso del llano se cubría de unas palabras desconocidas.
Para sí mismo dijo:
            — “MUERTE...”
Y desapareció por completo.

En algún hospital, Ángel Della era sacado de la sala de cuidados intensivos y llevado a la morgue.         
Dune, Frank Herbert

 

(*)Estudiante de Tecnología Electrónica.

 

Universalia nº 25 Abril-Julio 2006