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Música, alma y expresión

Víctor Sifontes

La música es aquello que nos capta, nos seduce y nos hace reflexionar. Es una energía, una fuerza que viaja y se propaga por los aires hasta llegar a nuestros sentidos, a nuestros oídos. Podría dejarme llevar por la tentación que induce en mí mis pocos conocimientos de ciencia y aseverar que tan sublime expresión es la superposición de cientos de ondas, de vibraciones mecánicas, cada una con intervalos, frecuencias y amplitudes características del instrumento que la origina. Entonces, ¿nace la música del instrumento o…?
Es un arte antiguo del cual empezamos a tener idea de su evolución poco después de las edades oscuras, durante la época medieval; fue entonces cuando se hablaba de cantos gregorianos, música puramente religiosa y monofónica, interpretada en latín. Y aunque seamos pocos conocedores de historia, nos consta que al igual que el ser humano, la música ha evolucionado y se ha diversificado. Ha resistido los embates de escepticismos y de mentes conservadoras, manteniendo su vigorosa cadencia cambiante: desde Léonin hasta Stravinsky, pasando por Machaut, Josquin des Prez, Mozart, Beethoven, Berlioz, Debussy, Bartók, Górecki e infinidad de otros compositores; naciendo del Ars Antiqua, evolucionando durante los períodos Barroco, Clásico, Romántico, Post-Romántico y fragmentándose, como un fuego artificial, en las miles de formas populares actuales: salsa, rock, electrónica, trip-hop e incluso el infame reggaeton, entre muchísimas otras.
Este arte tan variado se basa en la fugacidad juguetona y, a veces, traicionera del tiempo. Así pues, como vemos las hojas caer durante el otoño, podemos apreciar a la música como esa marcha inminente de las hojas: se desplaza, danzante, por nuestros oídos, dejando impresiones en nuestra mente; estas impresiones representan la huella que la música marca en nosotros y corresponden a la forma en la que ella esculpe nuestros conceptos. Nos marca porque nos deleita, nos hace reír, nos hace sufrir, nos hace experimentar. ¿Seguro nace la música de los instrumentos? Si la analizamos como el conjunto de ondas transitorias que penetran el aire, pues podría decirse que la música de hecho nace de artefactos elaborados por el hombre. Sin embargo, esto sería analizar un fenómeno en un estadio tan lejano de sus orígenes como para ser valedero: el instrumento es accionado por el músico y el músico es accionado por una fuerza que viene de alguna parte: a veces viene del interior de éste, a veces del interior de otro quien alguna vez compondría la pieza que el músico hoy ejecuta. Entonces la música tiene sus orígenes en otra fuente: esa “alguna parte”, algún lugar. Freud lo dijo una vez: “la vida no es fácil” y tampoco lo es el darle origen a una expresión como la música que, aparentemente, nace del ser humano. Pero, ¿nace del compositor, de su cerebro o de su alma? Más aún, ¿por qué nace la música? Pareciera, entonces, que tenemos un complejo sistema de interrogantes: ¿de dónde y por qué surge la música?
La pregunta planteada podría ayudar a dilucidar un poco más sobre una de las hipótesis de la relación entre la tríada música, alma, expresión. Para ello se pretende explicar diversas opiniones que van desde primeras interpretaciones personales hasta el uso de ciertas ideas filosóficas y psicológicas. Se superpondrán estas ideas para tratar de crear un panorama que ubique al lector y, de tener éxito este pequeño texto, le ayude a considerar ciertos aspectos que quizás no haya contemplado anteriormente. Se espera, pues, que esto sirva no sólo para tratar algunas consideraciones sobre la música y el alma sino que también sirva como catarsis de quien lo escribe.
Entonces, la pregunta que ya podría plantearse más claramente corresponde a dilucidar si la música, como expresión, proviene del alma. En este punto resulta de crítica importancia comprender qué es el alma e, incluso, comprender si ésta existe o no. De no existir, no tendría sentido hablar de la expresión de la nada…
En el tratado “Alma del mundo y de la naturaleza” cuyo autor se cree fue Platón y que luego fuera plagiada por Timeo de Locres , se encuentra un fragmento que llama la atención independientemente de quien haya sido su autor:

Dios, por lo tanto, hizo el alma la primera, tomando desfile luego en la mezcla con que la formó una parte igual a trescientas ochenta y cuatro unidades (…) Todas estas cantidades, dispuestas según los intervalos musicales y formando octavas, son treinta y seis en número, y dan una suma total de ciento catorce mil seiscientos noventa y cinco; y las mismas divisiones del alma son de ciento catorce mil seiscientos noventa y cinco en número. Así es como Dios ha compuesto el alma del universo .

Dos de los aspectos más relevantes y pertinentes de este texto se reflejan en el hecho de que no sólo se menciona la existencia de un alma, sino que la proporción de sus “componentes” está dispuesta con respecto a intervalos musicales. Sería lógico, pues, considerar que algo cuya naturaleza esté en armonía con uno de los fundamentos básicos de la música, sea capaz de resonar en conjunción con los sonidos musicales, impulsando a su poseedor a exteriorizar dichas resonancias en forma de una música perceptible por los sentidos de los demás seres humanos. Más aún, adjudica al alma humana una parte racional y una irracional. Según Platón (o Timeo de Locres), la parte racional del alma se aloja en la cabeza mientras que “…la parte privada de razón, la cólera está en el sitio del corazón y las pasiones en el hígado”2. Esta dualidad del alma, esta racionalidad e irracionalidad, podría explicar de una manera muy específica la existencia de dos de los períodos musicales más fecundos de la historia: el Clásico y el Romántico. Podría suponerse que durante la época del Clásico se dieron las condiciones necesarias para cultivar y nutrir la parte racional del alma, mientras que las diversas guerras y revoluciones que ocurrieron más tarde en la historia dieron un motivo ideal para el florecimiento y la sublevación de lo irracional ante lo racional; y es que el mismo Platón dijo que la parte racional del alma es la que somete tanto a su parte irracional como al cuerpo. Así se ve que, como un ente influenciable por factores externos, el alma responde ante diversas situaciones provocándose entonces alteraciones en su forma de expresión a través del cuerpo y del tiempo… El alma está expuesta al mundo exterior, presentando vulnerabilidades ante los distintos estímulos que puedan originarse de una realidad tan diversa: “Todas las sensaciones que turban el estado natural del alma, son dolorosas; todas las que son conformes con él, se llaman placeres”2.
Por otra parte, Aristóteles percibe a la música como un goce capaz de imitar todos los sentimientos del alma: “Ahora bien, nada hay tan poderoso como el ritmo y el canto de la música, para imitar, aproximándose a la realidad tanto como es posible (…), todos los sentimientos del alma” . Si bien es cierto que esta postulación no alude directamente a un alma capaz de expresarse sino que más bien la dibuja como un ente pasivo, también es cierto que si la música es capaz de imitar los sentimientos del alma, sea lo que sea que escriba esta música debe tener algún conocimiento de estos sentimientos. Siguiendo esta línea de razonamiento y haciendo la salvedad de que al alma no se le ha clasificado como un ente exclusivamente pasivo, entonces sigue que de ser artísticamente activa ¿quién sino el alma podría conocer mejor sus propios sentimientos y plasmarlos en música?
Aunque estos razonamientos vienen de la cultura occidental, es sabido por muchos que las culturas asiáticas aceptan al alma como algo más que una idea. Esto nos podría dar un indicativo de que, aún cuando las diferentes culturas estén aisladas por de miles de kilómetros de distancia entre sí, existe la creencia común de un alma que reside en el interior todos los seres humanos y que inspira pensamientos y creatividad en el hombre, expandiendo su legado a través del tiempo y el espacio.

¿Y los escépticos científicos? ¿Creen estos en la existencia del alma? Un conocido intento para establecer, mediante experimentos, la existencia o no del alma, fue llevado a cabo por el Dr. Duncan MacDougall en 1907. El Dr. MacDougall, quien se dedicara a pesar a pacientes en su lecho de muerte para establecer si el alma era o no material y medible, fue el responsable de atribuirle la cantidad de 21 gramos al peso del alma. Sin embargo, estos experimentos fueron considerados poco concluyentes y el peso anteriormente mencionado tiene poca validez científica. De esta manera, se tiene que la ciencia aún no ha podido dar una respuesta a esta interrogante, por lo que se podría argumentar que sin alma no puede haber expresión del alma. Esto lleva a pensar que de no existir el alma, la producción de ideas del ser humano dependería entonces de las complejísimas reacciones bioquímicas que ocurren en el cerebro. ¿Es la música, entonces, el resultado de un bailar cuántico de electrones responsables de todas las reacciones químicas existentes? Esta radical afirmación está lejos de tener validez debido a que la forma cómo las complejas creencias humanas son elaboradas, a través de la actividad cerebral, es aún desconocida. Y aunque la existencia del alma sigue siendo un misterio, la existencia de la música no lo es. Tal como dijera el filósofo francés Voltaire:

El hombre es un ser que obra, que siente y piensa: he aquí todo lo que sabemos; pero ignoramos qué es lo que nos hace pensar, sentir y obrar. La facultad de obrar es tan incomprensible para nosotros como la facultad de pensar .

Como puede apreciarse en la cita anterior, la postura de Voltaire es menos inocente que la de Platón o Aristóteles. Para Voltaire, el alma es una ingeniosa creación del hombre que tiene como objeto el explicar cómo y porqué pensamos. Además, el filósofo advierte que no se deben atribuir a causas desconocidas lo que se puede atribuir a causas conocidas: “… puedo atribuir a mi cuerpo la facultad de pensar y de sentir, luego no debo buscar la facultad de sentir y de pensar en lo que se llama alma o espíritu…”4. De esto se parte, muy claramente, que la música es atribuible al músico como cuerpo, como ser humano. No obstante, dado que desconocemos lo que es el alma, no podríamos nunca atribuirle a ésta la capacidad de inspirar y pensar música.
Siguiendo la propuesta de Voltaire, nos encontramos ante un dilema al no poderle atribuir al alma la creación de música. Si la música nace del cuerpo del compositor cómo se explica la genialidad de músicos como Beethoven o Mozart quienes en condiciones terrenales paupérrimas lograron componer piezas asombrosas. ¿Y Sibelius? Jean Sibelius quien, como muchos finlandeses de la época, veía en el dominio Ruso y en el temido proceso de “Rusificación” el fin de toda identidad nacional. ¿Qué impulsó entonces a todos los compositores nacionalistas a revelarse ante fuerzas dominantes? Siguiendo los designios de Voltaire, no queda más que conformarnos con saber que la música proviene del ser humano y no del alma, ya que no sabemos con certeza si el alma existe o no… “Deduzcamos, pues, de esto lo que antes dedujimos, que somos ignorantes ante los primeros principios”4.
Pero Voltaire no es el único renuente a la existencia del alma. El filósofo alemán Friederich Nietzsche, en su obra “Así habló Zaratustra”, le resta importancia al espíritu, al alma, y promueve el cuerpo al primer plano del pensamiento:

Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el sí-mismo. El sí-mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu (…) Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido - llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo .

Por consiguiente, todo esto parece apuntar a que la música sí es, como fruto del pensamiento, una forma de expresión capaz de airear ideas nacionalistas o tormentos emocionales, incluso posee criterios estéticos de forma y color dados a ella por el compositor. No obstante es el hombre como cuerpo quien obra, independiente de las riendas racionales del alma que describiera Platón en su época.
Es increíble cómo resultan numerosas las fuentes que relegan al alma a un segundo plano, dándole al cuerpo un rol predominante. Sigmund Freud habla sobre los diversos mecanismos de protección de la mente humana, resultando uno de estos, llamado “sublimación”, capaz de convertir impulsos inaceptables ya sean sexuales, de rabia, de miedo o de otra índole, en una forma socialmente aceptable. De esta manera surge pues una fuente alterna al alma como fuente de inspiración: música como una expresión del sexo, la ira, el miedo, etc. Si se aplica la teoría Freudiana a la situación planteada anteriormente de los músicos románticos y nacionalistas, se puede comprender de dónde provino la inspiración para componer música tan emocionalmente densa: ésta tiene su origen en impulsos negativos que el Yo del artista convierte en una salida positiva como respuesta a la amenaza que estos representan. Entonces, siguiendo los postulados de Freud, el Yo es quien se expresa a través de la música.

Ahora bien, ¿qué sucede si el alma no habita dentro de nosotros? Esto explicaría el porqué de los fallidos intentos de determinar su peso y materialidad. Áreas del saber que tratan más con la naturaleza mística y esotérica de nuestro universo, como la teosofía, exponen que:

Un artista ve la belleza de la naturaleza y entiende el significado de la forma, del color y del sonido. Pero la mayoría de nosotros ni siquiera le presta atención a esto; somos sordos y ciegos ante la armonía de la naturaleza y la vida y ante los movimientos sutiles. Pero para aprender a conocer y experimentar la belleza del alma, es necesaria una aprehensión que ampliamente supera la del artista .

Ya no es el alma quien vive dentro de nosotros y quiere expresarse, ya no es el cuerpo que puede pensar y obrar independientemente. Es el alma como una entidad universal, más allá de las fronteras de nuestro ser, cuyo objetivo no es expresarse sino servir de fuente de inspiración. ¿Pero deberíamos fiarnos de una ciencia tan poco consistente como la teosofía? Personalmente, considero que sería algo poco prudente…
Sin embargo, el propósito de haber involucrado una ciencia esotérica como ésta en la discusión, no tiene como fin demostrar un punto a favor o en contra de la música como expresión del alma sino, más bien, se quiere esbozar cómo la diversidad de opiniones sobre el tema es tan abrumadora que debería ya ser evidente que el establecimiento de una verdad absoluta resulta imposible actualmente. Se ha visto cómo filósofos como Platón y Aristóteles creen en la existencia de un alma. No obstante, pensadores al estilo de Nietzsche y Voltaire se niegan a poner sus manos en el fuego por dicha entidad. Más aún vemos que para Freud, la razón de muchas artes viene dada por una canalización de impulsos y emociones bastante básicas…
Queda, entonces, que la única tendencia clara que se ha podido establecer mediante la presentación de los estudiosos tratados en esta disertación, es el hecho de que con el tiempo los pensadores han perdido su inocencia: hace miles de años se creía que el alma tenía en su composición “relaciones musicales”, hace menos de 100 años se empezó a creer que nuestras obras e ideas no son más que el producto de los estratos de nuestra mente cercanamente relacionados con nuestro estado de ánimo.
Es imposible predecir el futuro y mucho menos lo que el hombre pensará en el futuro. Sin embargo, algo es evidente y es que, aún cuando no sepamos de dónde ni por qué se origina la música, siempre será posible deleitarnos con sus armonías y disonancias, con sus toques cromáticos, con sus ritmos y cadencias y con sus juegos de intensidades… Entonces surge una pregunta que cada persona deberá responder a juicio propio: ¿Está la solución en dejarse llevar por el flujo del tiempo y aprender a disfrutar del arte sin cuestionarnos su porqué y esperar que, algún día, algún tipo de respuesta sea despertada en la mente del ser humano?

Trabajo realizado en el curso
Cien Años de Música Instrumental (CSZ-623)
Del Prof. Eduardo Plaza, Departamento de Ciencias Sociales

Bibliografía consultada:

Patricio de Azcárate.  http://www.filosofia.org/cla/pla/azc11119.htm

Platón. Extraído de: http://www.filosofia.org/cla/pla/azc11121.htm

Aristóteles. Extraído de: http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03173.htm

Voltaire. Extraído de: http://www.filosofia.org/enc/vol/e01094.htm

Nietzsche, Friederich. Así habló Zaratustra – De los despreciadores del cuerpo.

“En konstnär ser naturens skönhet och uppfattar formens, färgens och ljudets betydelse. Men de flesta av oss lägger inte ens märke till detta; vi är döva och blinda, för naturens och livets harmoni och subtila rörelser. Men för att lära känna och erfara själens skönhet krävs det en uppfattningsförmåga som vida överskrider konstnärens.” Extraído de: http://www.teosofiskasamfundet.a.se/sriram.html. Traducción: Víctor Sifontes.

 

Universalia nº 25 Abril-Julio 2006