Los textos que presentamos fueron elaborados en el marco de una secuencia didáctica desarrollada en el programa de Lengua y Literatura LLA-112, cuyo objetivo fundamental es el mejoramiento de las competencias escriturales de los estudiantes y, en particular, sobre los géneros discursivos argumentativos. Este proyecto de escritura implicó un intenso trabajo: la selección de un tema controversial y de interés, búsqueda y procesamiento de información, planificación del texto, escritura de borradores, revisión de éstos por los compañeros, elaboración del artículo definitivo...
Sin duda el estímulo desde el inicio fue la ilusión de publicar el artículo en “Universalia”. (¡Parece que al fin lo logramos, muchachos!). El resultado lo juzgará el lector.
Profesora Isabel Martins
imartins@usb.ve
Departamento de Lengua y Literatura
¿Ecología o economía?: El Protocolo de Kyoto
Por Gabriela Ávalos
Estudiante del Ciclo Básico
Desde finales de la década de los 80, se ha desencadenado una preocupación ecológica respecto al clima terrestre, que ha motivado acciones polémicas por parte de la Organización de las Naciones Unidas. El problema que presentan los científicos y ecologistas es el aumento de la temperatura media del planeta debido a la actividad humana, lo que denominan calentamiento global. Una de las medidas que más controversia ha causado es el llamado Protocolo de Kyoto, el cual tiene como objetivo disminuir en un 5% las emisiones de gases invernaderos respecto a 1990, entre el año 2008 y 2012. Este Protocolo compromete a los países firmantes a reducir la emanación de estos gases, y en mayor proporción a los países desarrollados. Ello significa una clara amenaza para el sistema económico mundial a cambio de una disminución de la temperatura global no significativa.
Considero que el Protocolo de Kyoto es ecológicamente ineficiente. Como afirma el profesor de biogeografía de la Universidad de Londres, Philip Stott: “El Protocolo de Kyoto es malo para la ciencia, para la economía, para la política y para la sociedad, en el sentido más amplio”. Hace algunos años se creó una alarma parecida con respecto a la entrada la Era de Hielo. Hoy, los científicos, incluso algunos de los que apoyaban aquella tendencia, presentan el problema opuesto: el calentamiento global.
El clima de la Tierra está cambiando, pero no existe ninguna evidencia de que sea causa de la actividad humana. Por otro lado, las metas del Protocolo no disminuirían significativamente la temperatura global. Se habla incluso de apenas 0,04 ºC menos de aquí al año 2100, y esto sin contar que no todos los países se han unido al Protocolo, lo que incluye a varias de las naciones más contribuyentes en gases. En pocas palabras, el Protocolo amenaza el desarrollo económico mundial, a cambio de una mínima reducción de la temperatura media terrestre.
El peligro que corre la economía con la aplicación de este tratado se debe a que está basada en la producción de bienes que en su proceso de elaboración emiten gases invernaderos. El sector energético se vería especialmente afectado, debido a que la mayoría de los carburantes son combustibles fósiles, que en su utilización emiten grandes cantidades de gases invernaderos. Los países más desarrollados son obligados por el Protocolo a reducir su producción para poder cumplir con los objetivos del mismo; lo cual provocaría un retroceso en el desarrollo económico de estas naciones, tan importante en la modernidad para el resto del mundo.
Aunque los partidarios del Protocolo afirman que este impacto podrá ser reducido, gracias al “mercado de emisiones” (el artículo nº 6 del documento) que establece que los países que tengan una mayor cuota de emisiones pueden venderlas a las naciones que poseen menor porcentaje, de igual forma, las economías de los países que necesiten comprar emisiones se verían afectadas, ya que el precio de éstas es elevado y los costos no pueden ser fácilmente absorbidos por las finanzas públicas. En este sentido, se crea además una paradoja: ¿cómo pretende el Protocolo de Kyoto reducir las emisiones de gases invernaderos si el déficit de las naciones puede ser cubierto por la compra de emisiones a otros países? A simple vista se puede notar que sólo se lograría mantener las emisiones e incluso podrían subir y, en definitiva, el Protocolo de Kyoto no cumpliría sus objetivos ecológicos.
Está claro que el clima es importante, y que debemos cuidarlo porque hasta ahora es el único planeta que tenemos. Pero considero que no es la mejor forma tratar de controlar al clima. Debemos dirigir la mirada al desarrollo tecnológico, de tal forma que podamos adaptarnos a los cambios climáticos normales y encontremos energías menos contaminantes y más eficientes. Para ello debemos dejar que la economía continúe desarrollándose para que provea los recursos necesarios para la investigación. Hasta ahora la idea de controlar el clima es fantasiosa y poco consistente, y es obvio que nos llevará a un retraso en el desarrollo económico mundial.
Deteniendo las turbinas de las centrales hidroeléctricas y nucleares,
¿Salimos del invernadero?
Por Rubén Ensalzado
Estudiante del Ciclo Básico
En los últimos años se han venido registrando aumentos en la temperatura media del planeta. Las estadísticas muestran un incremento de 0,3 a 0,6 grados centígrados desde 1860 y como consecuencia de esto, el nivel del mar ha subido unos 25 centímetros desde entonces. Según expertos del Centro Nacional de Datos sobre el Clima de Estados Unidos, la década de los 90 ha sido la más calurosa jamás registrada, siendo 1998 el año en que se presentaron los picos más elevados en cuanto a temperatura refiere. Estas estadísticas no sólo representan el comportamiento del clima en este país, sino en todo el mundo. Las regiones polares han sido las más afectadas por este cambio climático. Numerosos estudios señalan que esto es consecuencia del llamado “Efecto Invernadero”. Es por ello que a nivel mundial se han venido tomando una serie de medidas, dentro de las cuales figura como el mayor logro cooperativo de naciones (luego del Protocolo de Montreal referente a los CFC, 1987) el llamado “Protocolo de Kyoto”, firmado en esta cuidad japonesa en diciembre de 1997.
El Protocolo tiene como principal objetivo la disminución de la emisión de los gases que producen el efecto invernadero, particularmente seis de ellos: dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, compuestos pentafluorocarbonados, compuestos hidrofluorocarbonados y hexafluoruro de azufre. Además, establece una serie de sectores que deberán reducir sus emisiones. Estos sectores han sido previamente ubicados en dos categorías: los regulados y los no regulados. Dentro de la primera, el más afectado es el renglón de producción de energía eléctrica. Es por ello, que los firmantes del acuerdo deben buscar formas alternativas de producción que no produzcan gases nocivos a la atmósfera, sin que disminuya la calidad de vida de los habitantes de estos países. Visto así, el Protocolo representa un plan bastante ambicioso.
En el artículo 12 se establecen mecanismos que denominan los firmantes como “de desarrollo limpio”, ya que establecen la necesidad de prescindir de las formas de producción energética que trabajen fundamentalmente con combustibles fósiles que generan gases nocivos para el ambiente. Ahora bien, de estas formas de energía alternativas los firmantes del Protocolo excluyen a la producción nuclear y a la hidroeléctrica por considerar que atentan en contra la letra y espíritu del artículo en cuestión.
La energía nuclear es producto de la fisión de los núcleos de isótopos de átomos de elementos químicos pesados como lo es el uranio (U-235). Esta energía es aprovechada bajo el mismo principio de las centrales termoeléctricas para generar electricidad, sólo que su combustible no produce ningún gas contribuyente al efecto invernadero. En adición a esto, las medidas de seguridad adoptadas para evitar accidentes radioactivos, por lo menos en el caso de Estados Unidos, Japón y Francia que poseen la mayor parte del potencial energético nuclear mundial, son extremas. Por su parte, la energía hidroeléctrica aprovecha el potencial cinético de los caudales de grandes ríos para la producción eléctrica, sin la emisión de ningún residuo nocivo para la atmósfera. En el caso de Estados Unidos, estas dos formas de producción energética suplen cerca del 30% de la demanda en este sector; un 70% lo abastecen las plantas termoeléctricas o que consumen combustible fósil y el resto de la demanda es cubierta por la energía eólica, solar y otras de menor importancia. Asimismo, Francia produce un 85% de su electricidad en centrales nucleares e hidroeléctricas. En el caso de Venezuela, más de un 70% de la energía consumida en el territorio es generada solo por las centrales hidroeléctricas.
Si los firmantes deben regular el uso de combustible fósil, ¿qué alternativas tendrían estos países en caso de que el Protocolo les exigiese regular estos dos sectores, o, en el caso de la energía nuclear, desmantelar su funcionamiento? A mi parecer, no muchas. ¿Tiene algún sentido regular alguno de estos dos sectores si no representan una amenaza, en ninguna forma, para la atmósfera o para el objetivo primordial del Protocolo? Creo que no.
Como ya se mencionó, la razón principal por la cual surgió el Protocolo de Kyoto fue la preocupación general que generaron las consecuencias ambientales que está trayendo el efecto invernadero al clima mundial, y su objetivo primordial es reducir a través de una serie de medidas la emisión de los gases que producen tal efecto en la atmósfera. Es por ello, que el Protocolo no debería restringir otros sectores que no influyen en ninguna manera con el calentamiento global. En el caso de la regulación nuclear, hay otras organizaciones, convenios y pactos que se enfocan estrictamente en ello de una manera sensata y factible; y en el aspecto de la producción hidroeléctrica, ¡no plantea siquiera los argumentos que justifican su rechazo hacia ella! Esto genera que países que producen gran cantidad de gases nocivos para la atmósfera, como es el caso de Estados Unidos (20% del total mundial) tomen posturas negativas hacia el Protocolo y tan radicales como la actual.
Los firmantes del Protocolo consideran que la producción nuclear genera una contaminación al ambiente mayor que cualquier combustible fósil y desequilibra el balance de los ecosistemas, en caso de haber un accidente de magnitudes serias. Este argumento es cierto. Sin embargo, es todavía más cierto que esta consideración está atada a la condición: “en caso de accidente”. La tecnología de los países que manejan esta forma de producción de energía (que no es la más barata, pero insisto: no contamina en la más mínima proporción a la atmósfera) ofrece excelentes opciones de seguridad que disminuyen a un número casi inapreciable las posibilidades de un accidente radioactivo y sus posibles consecuencias ecológicas. En el marco hidroeléctrico, no conozco con precisión las objeciones que tengan los firmantes, pero supongo están orientadas a las alteraciones a los sistemas bióticos que se presentan cuando se construyen las presas de las centrales. Estas inundaciones son previamente estudiadas en todo aspecto, por lo que este “posible daño” se reduce al mínimo.
Según informaciones de la ONU, el Protocolo de Kyoto entró en vigor en febrero de este año, exhibiendo un carácter jurídicamente vinculante. Si en este texto no se reconsidera el artículo 12, donde establecen los mecanismos de desarrollo “limpio”, muchos de los países firmantes podrían atravesar una seria crisis económica y social en los próximos años. En un plazo tan corto de siete años (hasta el 2012), los países que ratificaron el documento deberán regular sus sectores energéticos que funcionan a base de combustible fósil, lo que afectara de manera directa a sus actividades productivas. Además, sustituir la energía nuclear e hidroeléctrica, que no generan emisiones de gases nocivos, por otras que sean capaces de generar una productividad y eficiencia similar, no es una tarea sencilla. En países como Estados Unidos, Japón, Australia y en general, naciones industrializadas, el consumo de energía eléctrica per cápita es de los más altos en el mundo y para mantenerlo los países firmantes deberán ingeniárselas lidiando con sus características culturales, desarrollo económico, posición en el marco mundial para mantener las metas establecidas por el Protocolo.
Las opciones de energía alternativa que propone el protocolo, como es el caso de la eólica, la de ciclo combinado y la solar representan propuestas atractivas pero totalmente potenciales. Su eficiencia, productividad y factibilidad no es suficiente para mitigar la demanda de ningún país de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, a la cual pertenecen Japón, Francia, España, Brasil, Estados Unidos, entre otros. Para el año 2000, estas formas “alternativas” de producción eléctrica representaron menos del 3% de manera global en estadísticas de esta organización, y en casos particulares llegaba a apenas un 0,7% de la producción total. Además, el coste de sustitución y desmantelamiento en los casos de las producciones energéticas nucleares e hidroeléctricas sería incalculable y poco factible de asumir en siete años.
En resumidas cuentas, es necesario que se planteen soluciones en el marco ambiental para el grave problema que representa el efecto invernadero y el calentamiento global, las cuales traerán, sin duda alguna, sacrificios individuales para lograr el bien común. Sin embargo, hay que estudiar detenidamente las acciones que se pretendan tomar, ya que las consecuencias que generen, en sectores como el de la producción eléctrica, pueden ser insostenibles para la mayoría de los países y sus habitantes. Hay que cuidar que mientras se solucione un problema, no se generen muchos más que pudieron ser evitados sólo modificando unas cuantas líneas de un documento de 50 páginas.