Por Br. Andrés Chacín(*)
En los últimos años, la política ha tomado un importante papel en la vida de los venezolanos, debido a un proceso revolucionario, que aspira importantes cambios en nuestra sociedad. De esta manera, el actual gobierno, mantiene una ideología socialista, reflejada en sus acciones y proyectos, que han influido de forma considerable en las instituciones venezolanas.
A tal efecto, no era de extrañar la presencia del ojo revolucionario sobre la educación superior, dada su primordial función de preparar y capacitar a los futuros profesionales, que conformarán la fuerza laboral, encargada del desarrollo del país.
Así pues, el gobierno desea imponer ciertas propuestas (contradicción con sentido oficial), que permitan cambios ideológicos enmarcados dentro del llamado proceso. En concreto, se persigue la modificación del sistema de admisión, ya que es excluyente e injusto, y solo favorece el ingreso de los hijos de la oligarquía. Además, los estudiantes universitarios, formados académicamente a costas del estado, son enviados a la CIA por el imperio norteamericano, para aprender estrategias desestabilizadoras, que serían aplicadas luego de su llegada a Venezuela.
Con esto, no intento insultar la inteligencia del lector, sino demostrar que se requiere de una gran paciencia y tolerancia, para tomar en cuenta una propuesta engendrada por la línea de pensamiento del discurso anterior.
Reconociendo, pues, a la universidad como propulsora de novedosas ideas y visiones de mundo, recibimos con los brazos bien abiertos la propuesta impuesta del Ministerio de Educación Superior. No obstante, para mal del gobierno, la lógica y la racionalidad son cualidades propias de la humanidad, que particularmente son desarrolladas con gran vivacidad por los estudiantes. Por lo tanto, es inevitable no poner en duda la vialidad y efectividad de un sistema de ingreso creado de un Aló Presidente para lunes.
Ahora bien, el número de bachilleres que desean ingresar a la educación superior es mayor a la cantidad de cupos que ofrecen la totalidad de las universidades, por tal razón se requiere de un mecanismo para elegir a los aspirantes, de acuerdo al nivel de preparación académica. De allí, la existencia de las pruebas de admisión.
Como resultado, la mayoría de los ingresados provienen de colegios privados, lo que nos lleva a la rápida deducción: La educación privada es superior a la educación impartida por el estado. Un gobierno normal realizaría planes de educación para mejorar la calidad académica de sus colegios públicos, y así, mejorar las oportunidades de los sectores menos favorecidos.
Sin embargo, regresando a la incoherente política nacional, el gobierno ha mantenido la firme decisión de eliminar las prueba internas, y basar el sistema de ingreso en el promedio de notas obtenido en educación secundaria. Tal que, los primeros estudiantes de cada promoción, tendrían la potestad de elegir la carrera y la casa de estudio de su preferencia.
Si bien es injusto para un alumno proveniente de un liceo público, competir con personas que disponen de suficientes recursos para optar por una educación de mayor calidad, también es cierto que el nuevo sistema discriminaría a aquellos jóvenes de bajos promedios, que deseen redimirse para optar por un grado académico en la educación superior.
Aunado a esto, el control de calidad de la educación en Venezuela es deplorable, para no decir inexistente. De tal forma que una nota o número dado, no siempre podría representar el nivel de esfuerzo y conocimientos de los estudiantes. En muchos casos, premiarían las habilidades de copiado, o variadas e interesantes estrategias de adulación, o sencillamente el abandono.
En definitiva, la lucha es por la equidad y la igualdad de oportunidades, pero con esta propuesta no se logra solventar los problemas, al contrario, compromete la calidad de las universidades, para dar rienda suelta a nuestro peor enemigo: La mediocridad.
(*)Estudiante del Ciclo Básico
Universalia nº 27 Abril-Julio 2008