Imagínese usted que se despierta en la mañana, abre los ojos, el cielo esta nublado, hace frío. Mira el reloj, son las 6:40 am, debió haberse despertado hace media hora. Se apresura al baño, hace un esfuerzo por cambiar esa inmutable expresión en su cara, fallando miserablemente. Se cepilla los dientes, se baña, se viste, toma una taza de café y sale a la calle sin desayunar, porque ya es demasiado tarde y no hay nadie que cocine para usted.
Camina a pasos grandes y rápidos, se confunde entre la multitud con maletines y trajes oscuros que camina hacia la próxima estación de tren. Entra al vagón, rostros inexpresivos, ceños fruncidos, y un silencio ensordecedor mantiene un clima de tensión implacable e insoportable. El chofer del tren anuncia la próxima estación. Se baja allí, toma una bocanada de aire y se dirige a uno de los tantos edificios de oficinas, altísimos y grises que se encuentran en el centro de la ciudad. Se monta en el ascensor, mismo escenario del vagón pero en un espacio aún más reducido. Se baja en su piso, llega a su cubículo y se dispone a trabajar haciendo el máximo esfuerzo por mantenerse calmado y enfocado.
Es la 1 pm, hora del almuerzo, revive la escena del ascensor una vez más y llega a la mezzanina del edificio, donde está el comedor. Toma una bandeja de las grises. No hay otro color. El menú del día es el mismo de ayer, de antes de ayer y de hace una semana. Toma la comida y paga. Se sienta a comer en una mesita de las individuales. Solo existen de ese tipo. Se dispone a leer el periódico mientras come. Las noticias son casi siempre las mismas, no varían mucho, y tampoco son muy interesantes. Termina de comer y vuelve a trabajar.
La tarde transcurre igual que la mañana, se hacen las 5 pm y es hora de regresar a casa. Abre la puerta de su apartamento. Se detiene un momento a contemplar las paredes blancas y vacías. El piso negro y polvoriento; y esa sensación de incomodidad e intranquilidad a la que tanto se ha acostumbrado vuelve a apoderarse de sí una vez más. Abre la puerta de la nevera y toma cualquier cosa para comer, da lo mismo, todo es igual, insípido.
Son las 8 pm, toma un baño, se cepilla los dientes y se prepara a dormir. Se acuesta en la cama y mira al techo.Abre y cierra los ojos, la pausa entre abrir y cerrar se hace cada vez más prolongada, hasta que por fin, se duerme.
Es ahora cuando entra a un mundo desconocido, un mundo que cambia y es diferente cada vez que lo visita; allí nada es habitual, nada es predecible. Ve a las personas caminando por la calle, sus miradas y la expresión en sus rostros es diferente. Parecen felices y usted se siente bien, lo deleita un sentimiento indescriptible de satisfacción y armonía. Camina apreciando todo lo que es sensorialmente perceptible: el canto de los pájaros, el calor de los rayos del sol, el olor de los árboles, los colores del paisaje que observa.
De repente se encuentra frente a una pared blanca, de una blancura casi cegadora. Mira al piso y observa numerosas latas de pintura de colores, colocadas allí para usted. Los colores son hermosos y exquisitos, se siente increíblemente atraído por ellos y su primer impulso es introducir una de sus manos en una de esas latas. La sensación de la pintura entre sus dedos es relajante y excitante. Contempla como la pintura chorrea entre sus dedos, deslizándose por su mano, de forma natural y espontánea.
Alza la mirada y contempla el magnífico lienzo colocado allí para usted. Tan insoportablemente blanco que debe intervenirlo inmediatamente. La mano llena de pintura, la coloca en la pared y la levanta, observa la impresión. Se siente más liviano, como si se hubiera quitado un peso de encima. Ahora se siente en plena libertad de hacer lo que quiera con ese lienzo y esas pinturas. Deja correr su imaginación. Arroja pintura, hace dibujos con los dedos, se divierte, combina colores y agrega otros más.
De repente siente que tiene que parar. No, no lo siente, sabe que tiene que parar, observa el muro y lo invaden mil sentimientos a la vez, tristeza, alegría, amor, dolor, nostalgia, esperanza, optimismo, en fin, una cantidad de sentimientos que nunca había experimentado. Se siente feliz y satisfecho con el trabajo realizado y lo contempla un rato más. Ahora más calmadamente; comienza a darse cuenta que la pintura deja de ser suya y se convierte en un ente ajeno a usted. Un ente que está listo para enfrentar al mundo y ser visto por él.
Repentinamente todo se desvanece, parpadea varias veces y voltea a ver el reloj: son las 6:00 am. Se levanta de la cama, mira por la ventana y esta lloviendo, no hay ni un rayo de sol. Va al baño, se ve en el espejo y observa la misma cara aburrida de siempre. Nada diferente, se lava los dientes y se baña. Va a la cocina, toma algo de la nevera y se sienta en la mesa con una taza de café.
Mientras come con desgano, observa que entra un pájaro por la ventana y se posa en uno de los muebles de la sala; es un pájaro de blancura impresionante, y usted se apresura a espantarlo. Cuando corre tras el animal, se tropieza con algo y cae; el pájaro huye volando. Voltea a ver con que se tropezó y se da cuenta que una de las tablas del piso esta floja, pero hay algo debajo de ella, algo de color. Trata de levantar la tabla de al lado y lo logra sin mucho esfuerzo, la siguiente también, y se da cuenta que hay algo abajo. Mueve los muebles rápidamente y desesperadamente levanta todas las tablas; se levanta del piso para poder contemplar esa escena.
Una lágrima rueda por su mejilla; el cuadro que pintó en sus sueños esta allí, frente a usted, dejándose ver por el mundo. No sabe que pensar, se siente confundido. Levanta la pintura y se da cuenta que hay otra debajo de ella, y debajo de esa hay otras más. ¿Cuándo había hecho esto?, ¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo y ¿por qué no recordaba nada?
Se sienta a reflexionar por un momento, comienza a recordar los sueños uno por uno. A medida que observaba las pinturas, cada una de ellas relataba una historia distinta. Pero estas historias necesitaban ser escuchadas por el resto de la gente, necesitaban salir al mundo. Inmediatamente, sale a la calle con los lienzos en mano; comienza a pegarlos uno a uno, por cuadra, empezando por la de su edificio. Lo hace así hasta pegarlos todos, y se siente como nunca lo había hecho, feliz.
Mientras va caminando de vuelta a casa, observa cómo grupos de gente van aglomerándose alrededor de las pinturas; esos gestos inexpresivos en sus caras ya no existen, estas personas ahora están sintiendo y usted puede verlo en sus caras. Puede ver las sonrisas y miradas de aprobación de algunos y también los gestos de rechazo y las miradas hostiles de otros.
A usted lo que más le impresiona es cómo cada persona se comunica con la pintura, cómo es que cada uno sostiene un diálogo sincronizado con la misma; y, juzgando por las expresiones de la gente, este diálogo se convierte en lo más personal e íntimo posible para cada una de las personas. Este diálogo se desarrolla en un nivel muy distinto al lingüístico, involucra sentimientos y pensamientos tan complicados que son imposibles de traducir a palabras.
Cuando llega al apartamento ese ambiente de pesadez ha desaparecido por completo; toma algo de la nevera y su sabor es totalmente nuevo. Prueba toda la comida de la nevera y le resulta increíblemente deliciosa. Ahora, el aire huele distinto y la luz penetra alumbrando toda la sala y la cocina.
Decide asomarse por el balcón a observar el magnífico panorama que el mundo le regala: un par de montañas al fondo, los rayos del sol penetrando las nubes que cubren a la ciudad, los pájaros volando a través de los árboles, el clima cálido y fresco a la vez. La gente por su parte no fue hoy a trabajar, se las ve caminando por las calles contemplando las obras de arte, hablando entre ellas, interactuando. Las obras han generado esa conexión entre las personas, las han obligado a comunicarse, a reaccionar ante lo que se les presenta; es precisamente el efecto de las obras en la sociedad lo que a usted le impresiona más aún que las obras como tal, esa cualidad que tienen de conmover a las personas, de tocarlas de una manera especial y distinta a como lo haría cualquier otra cosa.
Y ahí mismo, reflexionando en su balcón, se da cuenta que las obras han dejado de ser suyas, ahora le pertenecen a la gente, al colectivo. Y eso es lo que pasará con las obras de los demás, cuando ellos se animen a hacer lo que usted hizo: sus obras también serán de la sociedad, perderán esa conexión directa con su creador y formarán parte del pensamiento colectivo. Los nuevos artistas serán todos aquellos que logren sensibilizarse y hacer un estudio introspectivo de sus personas; serán todas esas personas que logren plasmar lo que sienten de manera auténtica.
Hoy usted ha cambiado el mundo, ha eliminado las barreras que lo limitaban a usted mismo y al resto, le ha dado libertad a la sociedad; libertad de expresarse, libertad de reaccionar, libertad de opinar; le ha regalado a la sociedad la oportunidad de formar parte de esa revolución; de ese movimiento. Usted les ha abierto las puertas, ellos decidirán si atravesarlas o no.
Mayra Castellanos
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Universalia Nº 30
Universidad Simón Bolívar. Decanato de Estudios Generales