Los recordatorios de fechas pasadas desprenden un cierto olor de tejido apolillado. Aún más cuando se trata de la nostalgia de ese mayo francés que sacudió el mundo hace exactamente cuatro décadas.
Fue un movimiento cultural muy consciente de que los proyectos de reinvención de la vida en sociedad suelen acabar en modas comerciales o votos para nuevas versiones de partidocracia. Por eso se negó a sí mismo como actor político, afanado como es lo usual en la toma del poder. Es por eso que existe cierta incomprensión de su realidad y su significado.
La resignación ciudadana conlleva el riesgo de que nos pongamos a pensar y a actuar de acuerdo al modelo de que la “Política es mala”, extraña. Así, los políticos se ocuparían de lo suyo (el poder) y nosotros de lo nuestro (la vida en todas sus facetas). Esto por supuesto es la negación del concepto de participación ciudadana. En las democracias verdaderas, estables y con adecuados contrapesos de poder, las personas pueden refrendar a unos políticos y castigar a otros cada tanto tiempo, según como nos haya ido o lo peligrosos que nos parezcan algunos.
Slogans como “Seamos realistas: hagamos lo imposible” o “Prohibido prohibir” son los testigos de esa otra manera de pensar la acción política, no como parte de un engranaje partidista, sino como una participación espontánea de esa juventud francesa que fue audaz, creativa, innovadora.
Porque a fin de cuentas, de eso se trata: de reivindicar a los jóvenes como un motor de cambio, con esa manera fresca y apasionada que acompañan sus acciones en los movimientos históricos. En Venezuela la generación del 28, la participación activa y decisiva de la juventud en enero del ’58, y más recientemente con el despertar y la activación de ese “gigante dormido”, nuestro mayo venezolano, el del 2007, son nuestros ejemplos locales ¡y que ejemplos! de cómo los jóvenes desean cambiar el mundo, porque consideran, acertadamente, que no es el más adecuado para sus expectativas, esperanzas y sueños de realización personal.
El mayo francés quiso cambiar el mundo en todas las dimensiones, empezando por la libertad sexual, indudablemente uno de los motores del movimiento, por la autogestión de la producción, por la liquidación de las burocracias políticas de izquierda y derecha, por la solidaridad con los inmigrantes y con el tercer mundo, por la crítica del consumismo y por la fusión con la naturaleza. El país galo dejó de trabajar durante semanas. No porque se hubiera declarado la huelga general por algún comité central sino porque millones de personas estaban demasiado ocupadas discutiendo en sus lugares de trabajo cómo cambiar su trabajo y su vida. Como alguien dijo acertadamente: “El sistema dejó de funcionar pero la gente empezó a funcionar”.
Esa es la herencia de aquel mayo de hace 40 años.
El feminismo, el ecologismo, la defensa mundial de los derechos humanos, la crítica de la política partidista, la participación ciudadana, la libertad de crear, el ser uno mismo sin pedir permiso a nadie son valores normales para los jóvenes de hoy que el movimiento de mayo del 68 afirmó en la escena mundial y grabó en las mentes de todos. Son valores de libertad, de tolerancia, de creatividad que todos los uesebistas debemos reivindicar como propios, ya que de hecho son parte de nuestros valores institucionales.
Para apoyar esa libertad y esa creatividad, este vigésimo octavo número de Universalia está dedicado a los flamantes ganadores de los concursos de cuento, poesía y “Segundo Serrano Poncela” auspiciados por el Decanato de Estudios Generales como justo reconocimiento a esa juventud uesebista que se forma, que lucha y que sueña.
Prof. Rafael Escalona - Decano
Universalia nº 27