Traducción de Mariela Aita. Departamento de Idiomas USB
Vuelvo esta noche de la Martinica donde he participado, con la delegación de la Guadalupe, en las exequias nacionales de Aimé Césaire. Un momento de tanta densidad que se olvidaba el cuerpo mismo de Césaire para vibrar al ritmo de la alta frecuencia de su poesía y de su amor por la Martinica. Todo el sentido de su obra, de sus combates se materializaban en la muchedumbre que, por una vez, se formaba como pueblo y en el homenaje rendido por la presencia de dignatarios de Francia, de África, de la Guadalupe, de la Martinica y de otros lugares del mundo.
Ese cuerpo yacente allí, prodigaba en todos la energía orgullosa y la luz solemne de la dignidad. Estrecha comunión entre un destino excepcional y todos los destinos que componen un país. Estrecha comunión entre la marejada de las palabras, la rebelión del pensamiento, el poder del querer y los oficiantes de una ceremonia de adiós, de una ausencia que se perfilaba. Estrecha comunión entre la soledad trágica del poeta y el afecto popular dejando surgir la leyenda del "Padre de la Nación".
Dirigí la mirada hacia el rostro de sus hijos, Jean-Paul y Marc. Vi en sus ojos la fuerza tranquila de los herederos que recogen lo mejor del legado: el nombre enraizado en el futuro. Dirigí la mirada hacia las delegaciones del Estado, del Senegal, del Partido Socialista Francés y vi la sombra proyectada por una negritud a la vez incandescente e insolente hija de lo universal.
Césaire, armado con su eternidad, penetraba en nuestros cuerpos como levadura y hundía en nuestros corazones la roja espiga florecida de una promesa por asumir.
Allí radicaba todo el valor de la presencia de Daniel Maximin, de Jacques Martial y de Akonio Dolo. Ellos le dieron a las palabras el peso de un testamento, la riqueza de un legado, el fragor de una tormenta y el filo de la belleza.
Jacques Martial con su bella cara negra elevaba la palabra como una hostia, removía dolores y hacía explotar la pólvora en las sorderas contrarias. Todas las palabras estaban allí aplastando las pequeñeces, sacudiendo los adormecimientos, plantando por siempre el árbol donde la poesía intacta nutre las raíces e ilumina los pájaros de la esperanza. Palabra de guerrero consagrado. Palabra de creyente fiel a su humanidad. Palabra de iniciado, de brujo, de rey abriendo el camino a paso de sediento sobre ríos de lava. Palabra de sol entrecortado y de tierra prometida. Palabra derecha y abundante cuya lluvia fecunda las urgencias y las impaciencias de un futuro contrariado. Palabra prestada, ofrecida, robada al fuego de los sacrificios y a la justicia de las forjas. Palabra restituida a su zócalo de volcán, a la pureza enceguecedora de la muerte, a su verdad bíblica. Palabra sísmica y de mar de leva crecida por la rabia del viento. Palabra de hipocampo herido que nos aparta de la trampa del anzuelo. Palabra libre que se embriaga en su libertad de isla puesta en marcha. Esto envolvía a Jacques Martial y lo elevaba por encima de las estrellas.
Y hemos recibido tanto y tanto que necesitaremos más que oídos para escuchar la vivificante cadencia de un free-jazz, los asaltos incesantes del tambor. Más que una memoria para comprender que en esta muerte, sobre su cresta silenciosa, la vida nos invitaba a vivir no como hijos de esclavos, sino como parteros de nosotros mismos. Nos corresponden, de ahora en adelante, los mitos fundadores y la bella violencia de una partida de nacimiento.
Y he sentido mis hombros más pesados por esta responsabilidad, mi corazón tan frágil por tener que inventar sus alas, mi historia llamándome, deletreándome hacia la gratitud del hijo que dice gracias a la revuelta redentora. Me sentí nacer y renacer a esta inmensa perfección del NO y a la incertidumbre de un SI fermentado en la cuba de los cerros, de los cimarronnajes, de los manglares, de las latitudes donde el hombre se levanta como hombre sin tener que pedir perdón de existir, sin color infamante, sin mirada condescendiente, sin saber excluyente, sin ser prisionero de las buenas maneras impuestas, de las semejanzas prefabricadas, de las cortesanerías obligadas…Si al hombre, no al colonizado, al trepanado, al asistido.
Ese es el Sí que yo oí en la voz centenaria del Doctor Aliker."¡Los únicos especialistas de la Martinica son los martiniqueños!" ¡Bella palabra! ¡Sin odio! ¡Sin arrogancia! ¡Lúcida y profética! Bella palabra que una juventud en las tribunas ha recogido como la perla del agua de lluvia. Jacques Roumain llamaba a esto gobernar el rocío …
¡Hay en nuestras islas tanto rocío por gobernar! ¡Hay en la tierra tanto país por irrigar! ¡Pero debemos inventar los puntos de agua en nosotros mismos!
Proseguí la ceremonia, tras el ataúd elevado sobre los tributos. Un hombre partía hacia su última morada. Había considerado importante decirnos que nos quería y sentíamos que su panteón, su único verdadero panteón, era ese mensaje, insertado en nuestros corazones como una semilla. ¡Una muy pequeña semilla! Y esta semilla, nuestra arma milagrosa sabría encontrar la ruta de llegada.
Ernest Pépin
Traducción Mariella Aíta
Estas palabras fueron pronunciadas por el poeta guadalupense Ernest Pépin en el homenaje al poeta martiniqueño Aimé Césaire
Aimé Césaire (Basse-Pointe 25 junio 1913 - Fort-de-France 17 abril 2008) fue fundador de la revista "Etudiant noir" junto a los escritores Léopold Sédar Senghor y Léon Gontran Damas en 1934. Entre sus obras más importantes figuran: Cuaderno de un retorno al país natal (1939), Y los perros callaban (1946) Las armas milagrosas (1946), Sol cuello cortado (1948) La tragedia del rey Christophe (1963), Una temporada en el Congo (1946), Discurso sobre el colonialismo (1955), Una tempestad,(1969), La poesía (1994).
Ernest Pépin (Lamentin, Guadalupe 1950 ) Poeta y novelista laureado con los siguientes premios: Premio Casa de las Américas, Prix des Caraïbes, Prix RFO (Radio France d'Outre-Mer) du Livre. Su obra ha sido traducida a diversas lenguas. Su obra poética en prosa Carta abierta a la juventud fue publicada por Equinoccio.
Universalia nº 28