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MIGUEL OTERO SILVA: FRAGMENTOS ESCOGIDOS

 

Yo sé que mi pueblo no puede morir. Los pueblos no mueren nunca, ¿verdad? Yo siento repercutir en mi corazón un rumor de trompetas lejanas; mi corazón redoble como los tambores. Yo sé que mi pueblo ha de despertar un día. Despertará como el tuyo, viejo Dostoievsky, como todos los pueblos templados en el sufrimiento. Y entonces será una corriente de esqueletos insurrectos, un torrente de legítima venganza desencadenado sobre los campos anchos de mi patria.”

(Miguel Otero Silva, Fiebre)

“Por encima de nuestro sobresalto de acosados, por encima del filo del machete de nuestros perseguidores que en todo instante lo vemos a milímetros de nuestras nucas, por encima de nuestros pies hinchados y de nuestros trajes hechos jirones y de nuestras barbas crecidas y de nuestro sudor mugriento, salta un chiste, una risotada, una burla, una copla. He amado siempre esa valiente alegría del pueblo venezolano. Recuerdo que un compañero universitario –Saldaña naturalmente- atribuía la risa fácil a cinismo, la chacota a impotencia servil y ambas cosas a castrada indolencia. Se equivocaba. Esta gente ríe en el dolor, ríe en el sacrificio, ríe en la rebeldía, ríe en la victoria. He oído decir que Andalucía es un país alegre; tal vez de los abuelos andaluces, nos venga la herencia. Lo que ignoro es si los andaluces, como los hombres de este pueblo, mantiene incólume la gracia en sus horas más trágicas.”

(Miguel Otero Silva, Fiebre)

 

“El camión amarillento, dieciséis estudiantes, doce soldados, un capitán de uniforme y un coronel tuerto vestido de civil, siguió por el camino de los llanos, dando tumbos entre los baches, levantando nubarrones de polvo reseco y caliente. En Ortiz quedó su huella perdurando largas horas. En la bodega de Epifanio, en la casa parroquial, en el patio de las Villena, en la escuela de la señorita Berenice, en la Jefatura Civil, no se habló de otra cosa durante todo el día.
(…)
            -Dios mismo los acompañe –respondió el padre Pernía, preocupado-. Por el camino que se fueron no queda sino Palenque, que es la muerte.
            ¿La muerte? Ése era el tema, la muerte. De los trabajos forzados de Palenque, moridero de delincuentes, regresaban muy pocos. Y esos pocos que lograban volver eran sombras desteñidas, esqueletos vagabundos con la muerte caminando por dentro.”

(Miguel Otero Silva, Casas muertas)

“El señor Cartaya esperó pacientemente en aquella ocasión el final del discurso y luego arremetió en defensa de la insurrección:
            -Berenice (era la única persona en el pueblo que la llamaba Berenice a secas), Berenice, yo no soy partidario de la guerra civil como sistema, pero en el momento presente Venezuela no tiene otra salida sino echar plomo. El civilismo de los estudiantes terminó en la cárcel. Los hombres dignos que han osado escribir, protestar, pensar, también están en la cárcel, o en el destierro, o en el cementerio. Se tortura, se roba, se mata, se exprime hasta la última gota de sangre del país. Eso es peor que la guerra civil. Y es también una guerra civil en la cual uno solo pega, mientras el otro, que somos casi todos los venezolanos, recibe los golpes.
Pero no se rindió fácilmente la señorita Berenice. Volvió a insistir una y otra vez acerca de las calamidades de las guerras civiles acarreaban, acerca de la estéril consumación de aquellos sacrificios.
-Y ahora se van a llevar al novio de Carmen Rosa –concluyó desolada.
-A mí no me va a llevar nadie, señorita Berenice. Yo me voy por mi cuenta –dijo Sebastián.

(Miguel Otero Silva, Casas muertas)

 

Universalia nº 29