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El recuerdo antes de la espada y la armadura: La búsqueda del hombre a la luz de la opción del caballero

Contra el olvido, renovación

Sea por las presiones del trabajo diario, el apego a la rutina u otros agentes de distracción, el ser humano, en general, está tan concentrado en llegar al día siguiente que se va olvidando del día que vive y de sí mismo. Para dejar registro al menos de un caso, yo soy uno de esos que sufren del mal de olvido. Entre los síntomas de este malestar, encuentro el temor al recuerdo de lo esencial, aquello que alguna vez fuese el sentido de mi vida, que ahora veo con horror, cual dragón evidente y espantoso que desgarra mi conciencia en busca de atención. Claro bien una princesa que guarda la esperanza de verme un día hermoso y valiente . Sin embargo, reconocer a la bestia es una cosa, pero enfrentarla es otra muy distinta, aun cuando se crea que se corre más peligro en la indiferencia. El coraje no lo venden en las farmacias, y la razón, que apela a la seguridad de lo conocido, es cobarde la mayoría de las veces.

En todo caso, la perspectiva de una vida razonablemente buena, basada en el bienestar y la seguridad de las distracciones, es una propuesta seductora, por lo menos,aún cuando esté consagrada al olvido de uno mismo y de otras preguntas fundamentales, lo cual termina sugiriendo una muerte prematura de la persona, algo así como una no-vida. Contradictorio y absurdo como es, a fin de cuentas, ¡qué difícil es no sucumbir ante la razón!

La vida es el escenario donde se desarrolla la búsqueda del individuo y veremos que es todo un reto no olvidarse de aquello que se está buscando:
 
“We shall not from cease exploration
And the end of all our exploring
Will be to arrive where we started
 And know the place for the first time ”
 
T. S. Eliot lo propone a su mejor estilo. Al final, la búsqueda se traduce en un esfuerzo por la renovación constante del propio ser. Ahora, esta renovación que hace frente a la distracción o al olvido, puede lograrse por varios medios. Para J. R. R. Tolkien , la humildad es uno de ellos. Una actitud humilde permite hallar en el acontecer diario oportunidades para refrescar la visión, siempre que se nos ocurra mirar desde otro punto de vista – así como el Dickens de Chesterton lo descubriera con el rótulo invertido de una cafetería inglesa –. La humildad sería suficiente para tener la capacidad de percibir las cosas como deberíamos percibirlas, sin subestimarlas. Pero aun si resulta difícil cambiar de perspectiva en el asunto cotidiano existe otra ventana a la posibilidad del recuerdo: un salvavidas denominado literatura.
 
El héroe es quien se recuerda a sí mismo
 
La literatura, en especial aquella que es calificada como “de aventuras”, ofrece una alternativa de renovación para el individuo que se encuentra sometido a las presiones del lunes por la mañana. La narración funciona simultáneamente de válvula de escape e inyector de combustible, abriéndole la posibilidad al destinatario de viajar a tierras lejanas y luego de volver con el impulso necesario para retomar el sendero que ha elegido transitar. Es evidente que esta lectura no es útil dentro de los estándares actuales, como lo es el motor de combustión interna, y tampoco pretende serlo. Ella parte del compromiso del lector con la historia que narra, ella quiere suponer un encuentro íntimo para quien la acoge,  apoyándose en la identificación y los cuestionamientos que pueden traer consigo las peripecias del que protagoniza la trama, aquél que conocemos como el héroe. 
 
Bajo este contexto, el escritor español Fernando Savater afirma, en La infancia recuperada, que la narración se fundamenta en conceder la virtud a aquél que tiene mejor memoria y “condenar toda forma de olvido como un vicio”.  Así, vemos que el héroe alcanzará la hazaña sólo en la medida que sea capaz (y en verdad lo es) de recordar qué busca y por qué lo hace en primer lugar. Enfrentar con apertura el instante en el que se lleva a cabo el acto heroico, que llega a través de la experiencia literaria, representa para el que lee la oportunidad de interpelar despiadadamente al propio ser preguntándose abiertamente quién soy, para contrastar con quién quiero ser o quién quería ser. Quizá para esto vendría bien escuchar a Forrest Gump en el diálogo que inicia estas páginas.
 
Es cierto que en este punto el héroe nos ha ofrecido ya suficiente material para empezar a trabajar en nuestro camino de renovación, pero a este respiradero de la literatura le falta mucho para ser egoísta, y nos ofrece entonces un personaje que elevará las potencialidades del héroe al máximo exponente, asumiendo la hazaña como un estilo de vida. Este personaje resulta ser el caballero. 
 
De la Edad Media, a la que antes solía evocar como época oscura de la humanidad (calificativo que lamento haber utilizado de forma irresponsable), emerge la figura del caballero con su coraje a la n y 5 especialmente su cortesía a la n , valores que reforman la idea de plenitud del hombre y de la vida como búsqueda interminable de esa plenitud. Se presenta el caballero como límite y potencia, como un hombre que ha optado por vivir al extremo, sentir al máximo, actuar sin medias tintas, y que por encima de todo ha elegido dedicar su existencia a la construcción de sí mismo, a la búsqueda de esa plenitud de la que hablábamos.
 
Sí, todas las veces
 
Savater comenta que el elegido es precisamente eso porque ha elegido bien. En el caso del  caballero, esta elección por un estilo de vida determinado y particularmente difícil de seguir — si bien es cierto que llega condicionada por el requisito de sangre noble — pareciera resultar inevitable
para estos hombres de sangre y hierro.
 
Así encontramos al joven Perceval en la floresta, al inicio del Cuento del Grial de Chrétien de Troyes. La primera vez que se topa con un caballero de la corte del Rey Arturo, surge en él la necesidad de ser como aquel hombre de armadura, y se le percibe tan testarudo en ese respecto que su actitud podría calificarse de imprudente e inmadura, de “poco razonable” por lo bajo. Por supuesto, este juicio se agrava una vez que la historia devela que, a su partida, su madre muere de tristeza, y que a raíz de su ignorancia, su primer encuentro con una damisela condena a esta última a vivir un suplicio durante años. Pero ¿cómo señalar a este hombre por atender sinceramente el llamado que emana desde lo más profundo de su ser? ¿Es que acaso no es precisamente eso lo que tanto admiramos de los héroes? De hecho, es sorprendente la convicción de Perceval en relación al ser caballero, la hondura de sí. Esto resulta impresionante puesto que aunque supone el abandono de la seguridad que ofrece el entorno familiar para lanzarse a la aventura sin más plataformas que el cuerpo mismo, el hombre lo asume sin apenas dudar. Debe provocar vértigo, calificativo que usara Rainer Maria Rilke al describir la sensación de aquel que se entrega, consciente de su soledad, a lo desconocido . Con esta actitud, Perceval pareciera retarnos diciendo “¿Cuándo tú has estado tan seguro de lo que eres?” Ahora bien, esta opción del caballero pareciera ser ineludible no sólo por la virilidad con la que se asume el camino en un primer momento, sino por la ruptura que se genera en el hombre que, una vez consagrado a este estilo de vida, ha olvidado su opción por la orden de caballería. Volvemos al olvido entonces y vemos cómo causa estragos incluso en los mejores caballeros del mundo.
 
Habiendo dejado muy atrás la floresta y su antiguo hogar, Sir Perceval, ahora caballero de la corte del Rey Arturo, era tomado por todos como hombre de bien y tan bueno en las armas como el que más. No obstante, luego de mucho tiempo de aventuras y largas cabalgatas en soledad, se reconoce perdido y le aqueja en su interior una pena profunda, resultado del desplazamiento de sus virtudes caballerescas. El azar, o el destino, lo conduce hasta una ermita, habitada por el hermano de su madre. Este último atiende su dolor interior, ofreciéndole una redención  fundamentada en la renovación de sus promesas como caballero, o dicho de otro modo, en el recuerdo de sí mismo. De esta manera, Sir Perceval se descubre nuevamente y retoma la senda de perfeccionamiento constante. Naturalmente, esta renovación no resulta por arte de encantamientos. Al contrario, pasa por un proceso de atención permanente al entorno y acción en consecuencia. Por ejemplo, si hemos sido testigos de Sir Gawain, el caballero más cortés del mundo, en su aventura con el caballero verde, nos resultará irreconocible este mismo personaje descrito por John Steinbeck en Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros. En este último relato, Sir Gawain es un joven caballero rencoroso e inmaduro, que goza de los favores del rey por ser su sobrino. Cuando es encomendado en la búsqueda del Venado Blanco, se pierde dentro de las circunstancias y termina asesinando a una doncella en un acto de villanía. Al final de esta historia, Gawain, arrepentido, pide perdón a la reina, quien le impone como penitencia por sus actos honrar a toda dama y doncella por el resto de su vida. Básicamente, ante el descuido que conlleva a la ruptura del caballero, la única posibilidad de enmienda viene dada por la reconciliación del hombre con su compromiso de vida, consigo mismo.
 
Vemos entonces cómo los mejores caballeros del mundo también caen en las fauces del olvido. Éstos no están exentos de fallar, lo que los define es su capacidad para confeccionar un camino de mejoramiento continuo, empezando por aceptar objetivamente sus carencias.
 
Un caballero es en principio un servidor
 
¿Qué es lo que se esfuerza por recordar continuamente un caballero? ¿Qué es lo que está buscando? La frase que da inicio a este apartado, extraída del mismo libro de Steinbeck, condensa adecuadamente el concepto asociado al que porta el escudo y la espada. Las siete virtudes referidas en la orden de caballería — fe, esperanza, caridad, justicia, prudencia, fortaleza y templanza — sugieren que la opción radical de este personaje es básicamente una opción por el servicio.
 
Recordemos el papel influyente que desempeñó el cristianismo durante los siglos de la Edad Media. Con esta clave, no debería ser sorpresivo que encontremos pistas sobre el ideal de plenitud que persigue el caballero en el Evangelio. Durante el episodio de la Última Cena, Jesús de Nazaret, en el gesto que determina la fundación de la Iglesia Católica, reparte el pan y el vino entre sus  discípulos confesando que son su cuerpo y su sangre que será entregada por ellos . Este acto de autodeterminación, que desemboca en la muerte de Jesús, en Cristo crucificado, es seguramente el punto de partida para la construcción de la idea de hombre que procura el caballero.
 
En palabras de Rafael Tomás Caldera, el caballero descubre que no puede encontrar su propia plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás , y no hay mayor servicio que entregar la vida por otro. El acto máximo de autodeterminación de estos hombres consiste en el don de sí a la dama, o al ser amado, el cual simultáneamente se traduce en un darse constantemente, en respuesta al amor de esta persona, a todo el que lo necesite. Dice este escritor venezolano: “… cuando el sujeto se da, permite al otro llegar al ser-amado”. Para el destinatario, el don del caballero es un presente invaluable puesto que, en comunión con él, ambos llegan a conformar la célula primaria de una comunidad plena. 
 
Lógicamente, la radicalidad que implica esta decisión donarse sinceramente al otro, obliga al sujeto a estar en guardia perenne frente a la posibilidad de flaquear en la empresa. Del texto de Steinbeck recordemos al mejor de los caballeros. Sir Lancelot se ha entregado enteramente al servicio de la Reina Ginebra, declarándole su amor y fidelidad, mientras que ha renunciado a sus deseos para permanecer fiel también a su rey y amigo. Siendo enviado a la aventura acompañado por su sobrino Sir Lyonel, se ve de pronto apremiado por el más tenaz de sus enemigos. Cuando Sir Lyonel, con la intención de sembrarle la duda, le pregunta si le basta con procurar ser el caballero perfecto si acaso nunca siente deseos de Ginebra, vemos cómo Lancelot libra contra sí mismo “un combate tan feroz como el que jamás habían entablado dos caballeros”. Este hombre, nunca derrotado por otro en torneo o justa alguna que se haya realizado limpiamente, del cual huían sus enemigos cuando lo veían acercarse, resulta emboscado por sus propios pensamientos y apenas logra salir victorioso del encuentro, permaneciendo fiel a su opción de servicio a la reina y al rey. Esta experiencia, además de renovar el compromiso de Lancelot, permite la transformación de Sir Lyonel, al punto de convertirle en uno de los mejores hombres del Rey Arturo.
 
Así, la entrega de uno, y de la cual otro es testigo, representa para el último una posibilidad de enmienda y posterior donación de sí. Esta es la base de la relación entre los individuos que propone el caballero, una relación que nace del don sincero de sí por amor a otra persona, conformándose a partir de ello la comunidad. La entrega permite, en primer lugar, que el caballero se encuentre plenamente, y en segundo lugar, compartir esa plenitud con un destinatario. De esta manera, el que se siente amado es capaz de amar de vuelta y amar muchas veces, logrando así que esa plenitud individual evolucione a una plenitud comunitaria.
 
El que procure conservar su vida la perderá; y el que la pierda la hallará
 
Es por lo anterior que resulta imposible para el caballero, y en general, para el que se ha percatado de lo mismo, no comprometerse enteramente con la opción del servicio a los demás, en particular, al ser amado. Una vez que se ha asumido ese camino, al desviarse puede llegar uno a fragmentarse, perderse como Sir Perceval, traicionarse. El recuerdo de sí mismo, y la donación del ser, es la buena elección de la que habla Savater, la opción por la construcción del ser y la búsqueda de la plenitud, que lejos  de constituirse así en motivo de aislamiento e indiferencia hacia los demás, se hace ejercicio de caridad .
 
Ahora, para uno que ha saboreado los maravillosos instantes de plenitud compartida, frutos de esta opción, ¿qué podría distraerle de su búsqueda? Bueno, el ser humano está condenado a olvidar, ya sea por las presiones del trabajo diario, el apego a la rutina u otros agentes de distracción. Sólo el recuerdo de sí mismo, sólo el empeño en renovase continuamente, le dará la posibilidad al hombre de superar las pruebas de la rutina y las distracciones. Se dice fácil, pero la realidad es que se requiere de un inmenso coraje y una buena dosis de virtudes caballerescas para conseguir este objetivo.
 
La literatura, con toda su generosidad, nos obsequia la experiencia de Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda (que trascienden al tiempo y al espacio, y que aún hoy siguen ordenándose desde nuestras casas y nuestros parques), a fin de encontrar en ella un motivo para sobrecogernos con el nuevo día. La atención al entorno, la disposición a aceptar humildemente todo lo que trajo consigo la vida y la voluntad con que se emprendió la búsqueda de la plenitud, definió en última instancia al caballero. ¿Gozaremos nosotros, los infelices que padecemos del mal de olvido, de la virtud suficiente para sobreponernos al miedo? ¿Conseguiremos reivindicarnos y entregarnos enteros a los que amamos, superando las seguridades del egoísmo? ¿Llegará ese terrible dragón a transformarse en una radiante princesa al descubrirnos hermosos y valientes?
 
Por Samuel Udelman