Jonathan Chico
Libros Sobre Infancia y Juventud. LLB-526
Prof. Cristian Álvarez
“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad
con que jugaba, cuando era niño”
Friedriech Nietzsche en Más allá del Bien y el Mal.
El hombre adulto pasa la mayoría de su vida en una búsqueda, una búsqueda que tiene como objetivo lograr la plenitud como individuo, una plenitud que ya tuvo, pero que ahora ha perdido. Plenitud referida como a la pureza de los sentimientos del infante y a la armonía de éste con su ambiente, reconociendo el lugar de cada cosa, así como ser capaz de encontrar la belleza en lugares insospechados. Dicha plenitud se encontraba en la infancia, una época sin prejuicios ni ideas preconcebidas que opacaran nuestra visión del mundo; una época en que los sentimientos eran extremos, bien sea una felicidad total o una tristeza infinita, pero sentimientos puros, no cargados de malicia ni de segundas intenciones como sucede con los adultos. En la infancia el individuo es capaz de estar en completa armonía con su ambiente, pero además para el niño todo es nuevo, todo es asombroso, su mirada no se ha cansado por la cotidianidad y la rutina.
Nietzsche, en la frase mencionada anteriormente, alude precisamente a la existencia de dichos sentimientos extremos, a la plenitud del niño, pero también al parecer nos indica la importancia de la imaginación y el disfrute. Un niño al jugar crea reinos imaginarios, es capaz de encontrar tesoros escondidos en los lugares más insospechados, tal como lo plantea Saint-Exupéry y Albert Camus en sus obras. Pero más importante que esto, es que el niño disfruta del juego, el niño se deleita y alimenta su espíritu a través del juego.
El hombre adulto, por otra parte, ha perdido esa capacidad de disfrute y en su lugar se ha impuesto una necesidad de buscar lo utilitario, aquello que sirve para algo, de esta manera seguirá siendo siempre un ser incompleto. Nietzsche quizás nos sugiere que si queremos lograr la plenitud no debemos buscar respuestas en ningún otro sitio sino dar una mirada a la actitud de un niño.
Lograr conseguir eso que hace al niño un ser pleno, es lo que el filósofo alemán denomina la madurez del hombre, es el reconocimiento de que para poder realmente ser una persona completa, es necesario buscar ese “sabio no comprender” de los niños como lo denomina Rilke; es buscar renovar la mirada, para poder ser como niños jugando a ser reyes de nuestro destino, buscando el crecimiento del alma a través del disfrute.
El juego: alimento del alma
El juego se observa como parte integral del desarrollo de los infantes en el reino animal, este también se observa en los seres humanos, pero para los niños el juego es mucho más que simplemente una herramienta para aprender habilidades necesarias para la supervivencia (Johan Huizinga,Homo Ludens). El juego es un espacio en el cual todo es posible; los únicos límites existentes en el juego son aquellos fijados por los participantes del mismo (Johan Huizinga,Homo Ludens). Para el juego no es necesario poseer complejos aparatos, el único requisito para el juego es la imaginación. El niño es capaz de crear reinos infinitos en espacios limitados, como lo expresó Saint-Exupéry, al referirse al parque en el cual disfrutó su infancia. También esto se puede ver en Memorias de Mamá Blanca,de Teresa de la Parra,en el capítulo “Se acabó trapiche”. En éste se aprecia el punto de vista de las niñas acerca del trapiche, sobre cómo los juguetes para ellas son irrelevantes: lo importante es la creación del juego a través de la imaginación. Esa libertad infinita que ellas poseen en un espacio reducido es lo que hace del trapiche el lugar ideal para jugar. Albert Camus expresa este mismo sentimiento en su relato “El primer hombre” cuando narra cómo un grupo de niños juega en un sótano maloliente e inundado. Estos imaginan que son piratas, navegando a través de los mares. Ello pone de manifiesto la gran importancia de la imaginación en el juego, que permite transformar un lugar que pareciera despreciable, en mares infinitos llenos de promesas, para que los jóvenes piratas puedan saciar la sed aventurera presente en su espíritu.
Es importante notar la relevancia que el juego posee para los que se ven inmersos en él. No sólo es una actividad que se realiza por el disfrute, sino que para los jugadores es un asunto muy serio. El juego debe ser respetado y es de extrema importancia que este no sea interrumpido. Una vez más podemos observar esto en Memorias de Mamá Blanca, en el capítulo “Se acabó trapiche”. Cuando las niñas son privadas de su preciado trapiche, están desconsoladas, ya que han perdido el lugar en el cual podían jugar libremente. Además, se observa la inmensa felicidad que tienen las niñas cuando pueden volver al trapiche a jugar, ya que en él ellas eran reinas y creadoras de todos los lugares imaginables; al igual que los niños del “Primer hombre” de Albert Camus, los cuales, utilizando lo que para muchos era basura, crearon las islas y los navíos de los piratas.
El juego por lo tanto es una actividad seria para los participantes, lo que se corresponde perfectamente con lo que Nietzsche plantea. La seriedad del niño al jugar es absoluta; este no considera el juego como una actividad irrelevante o despreocupada como el adulto lo hace; para el niño el juego es fundamental, es el espacio en el cual él puede viajar y hacer cualquier cosa que pueda imaginar. Está consciente de que se encuentra en un juego pero a su vez está completamente comprometido con dicho mundo, su atención no se fija en otra cosa y su imaginación trabaja constantemente con el objetivo de que el juego prosiga a través de nuevas historias, personajes o lugares. El juego es por lo tanto la manera que posee el niño de saciar aquellos apetitos por aventuras, lugares distintos que existen en el espíritu; es la manera que posee el infante de salirse por un momento de la cotidianidad y visitar mundos diferentes, lo cual evita en gran manera el cansancio de la mirada y permite que el niño conserve la mirada contemplativa.
Para el infante el juego es una actividad en la que la realización de cualquier propósito es posible, desde piratas navegando por los mares como lo plantea Camus en su relato, hasta reinas y reyes de reinos distantes y fantásticos. La imaginación del niño hace que todos estos lugares y situaciones sean tan reales como el mundo en el que vive. Para el niño la imaginación no tiene límites ni fronteras, no está limitada por la cotidianidad ni por los convencionalismos del adulto que ha restringido su imaginación, para el cual la existencia de reinos fantásticos con dragones y reinas, a pesar de que piense que tal vez son ingeniosos, nunca tendrán la misma relevancia que el mundo en el que vive. El adulto ha perdido la capacidad de imaginar libremente y sin fronteras como es capaz de hacerlo el niño; ya no puede crear reinos infinitos en su mente, sin que éstos estén restringidos por su falta de inocencia y plenitud.
El adulto, si bien puede participar de juegos o actividades para el disfrute, ha perdido en gran parte la habilidad de utilizar la imaginación para crear estos mundos. Al crecer, el individuo deja de lado los juegos en los cuales la imaginación forma parte esencial, y en su lugar realiza actividades recreativas que meramente lo mantienen ocupado, entreteniéndolo tal vez, pero nunca llegando a alimentar el espíritu como lo puede hacer el juego. Esto, en conjunto, con la postura de que los juegos son conductas infantiles, hace necesario que el hombre posea alguna manera de poder realizar estos viajes, de poder salirse de la cotidianidad para visitar mundos diferentes y así retornar con una mirada renovada. La cotidianidad y la rutina hacen que la mirada del individuo se vuelva opaca, que este ya no sea capaz de asombrarse de las bellezas y maravillas del mundo. Por lo tanto, el individuo debe momentáneamente realizar un viaje a una realidad un tanto distinta para poder admirar las cosas porque son. La actividad que le permite esto al adulto es la literatura.
Literatura y Juego
La literatura y el juego poseen muchos elementos en común, ambos necesitan de la imaginación de la persona para poder realmente cumplir con su objetivo, que no es otro que el disfrute. Ambos se basan en mundos diferentes al nuestro (algunos con grandes diferencias, otras con sutilezas en su distancia a la realidad), en los cuales el participante toma un rol protagónico en los eventos de dicho mundo; ambos hacen que el participante se embarque en un viaje, separándolo de la cotidianidad. Tanto la literatura como el juego ayudan al individuo a renovar la mirada y apreciar al mundo porque es. Tal como lo expresa Tolkien en su libro Árbol y Hoja, los libros de fantasía nos ayudan a encontrar mundos mágicos en los espacios cotidianos, devolviendo el misterio y el asombro a lo que antes era rutinario.
A través de la literatura un individuo puede temporalmente trascender las barreras impuestas por los prejuicios y la cotidianidad y permitirse viajar a un mundo en el que todo se posible nuevamente, eliminando las restricciones que son puestas al crecer. En esos breves momentos en el que la persona se permite viajar a mundos distantes es posible nuevamente apreciar la belleza intrínseca de los objetos, sin importar que tan cotidianos sean. Un ejemplo perfecto de esto se encuentra en otra obra de Tolkien, en El Señor de los Anillos: un elemento tan común como un árbol nuevamente adquiere belleza y misterio. No sólo se le observa como un objeto inanimado o como un organismo biológico: en el mundo de Tolkien los árboles tienen sus propias voces, tienen historias, pensamientos y emociones; los bosques nuevamente se transforman en lugares llenos de misterios, en el que criaturas fantásticas habitan y, más aún, el bosque se convierte en un personaje por sí mismo. A través del ejercicio de la lectura el individuo, por un instante, logra recuperar la noción de que el bosque es bello, no por que le fue enseñado de una cierta manera, no por recuerdos o convenciones, sino que el bosque es hermoso simplemente por que es.
La literatura y el juego también poseen otro elemento en común que es la repetición: tanto la lectura de un libro como la realización del juego pueden repetirse varias veces, a pesar de que se conozca enteramente cómo se desarrolla. Lo importante tanto en el juego como en la literatura no es el final del mismo: estos no poseen otra finalidad que ser disfrutados; lo importante de estas acciones es que sean realizadas. Los cuentos además tienen la propiedad de que al ser leídos a distintas edades proporcionan siempre una visión diferente, nos permiten identificar sucesos de nuestra vida con lo que le ocurre a los personajes. Esto fue expresado por C.S. Lewis en la dedicatoria que se encuentra en Las crónicas de Narnia, en la cual le expresa a Lucy, su sobrina, que lamentablemente el escribir el libro le tomó más tiempo del que pretendía y que probablemente ella ya era muy grande para libros de fantasía, pero que tenía la esperanza de que ella conservara el libro para que, eventualmente, fuera lo suficientemente mayor para poder volver a leerlos.
Los cuentos tienen la capacidad de exaltar la imaginación del lector, utilizar sus recuerdos, experiencias y anhelos creando una experiencia única para cada individuo, al igual que el juego. Si bien los niños al jugar están siguiendo una misma historia y un mismo conjunto de reglas, la visión que cada uno posee es totalmente diferente, cada uno imagina el universo del juego de una manera distinta. Lo mismo sucede con los cuentos: diversos individuos al leerlo seguirán la misma historia y a los mismos personajes, pero las experiencias de cada uno pueden ser notablemente distintas.
La manera en la que el adulto puede recuperar aquella seriedad de la que habla Nietzsche es a través de la literatura, ya que ésta le permite por un momento entrar en mundos extraños y diferentes tal cual como lo hace el juego y regresar con una mirada renovada, en la que puede observar realmente las cosas por lo que son, eliminando momentáneamente los prejuicios que llevan a cometer grandes injusticias y que son un símbolo de gran inmadurez. Los prejuicios o ideas preconcebidas antes de conocer hacen que el individuo sea incapaz de aceptar realidades o situaciones que son ajenas a lo que él piensa deben ser. Un niño no posee prejuicios, para el todo es nuevo y asombroso, es capaz de ver las cosas tal cual son. En suma, la pureza (y con pureza no me refiero a buenos sentimientos, sino a sentimientos absolutos, no velados por la malicia) de los sentimientos del niño efectivamente lo hacen más maduro que el hombre, lleno de juicios de valor. Esto se puede observar claramente en la película Big de Penny Marshall (Estados Unidos 1988), en la cual un niño pide un deseo y a la mañana siguiente amanece como un hombre adulto. Este desarrolla una relación amorosa con una mujer, que expresa que está sorprendida por lo maduro que él es. Aunque pueda sonarnos paradójico, en realidad tiene mucho sentido si pensamos en que el amor que este niño con aspecto de adulto siente por ella no está velado por ningún prejuicio y no posee segundas intenciones. Él simplemente la ama, con todo su corazón, precisamente por la pureza de sus sentimientos.
La literatura y el juego también poseen la facultad de generar uno al otro. Al leer un cuento un niño probablemente quiera seguir las aventuras de sus personajes en la forma del juego, pasando el a ser uno de los protagonistas de la historia. Por otra parte las historias creadas para la existencia del juego pueden transformarse en cuentos, historias fantásticas pueden surgir de la imaginación al jugar.
Fernando Savater expone este punto en su ensayo “Lo que enseñan los cuentos”. Savater menciona irónicamente cómo los cuentos de aventuras le enseñaron las lecciones más valiosas de su vida, como hacer tinta invisible, como hacer balsas de madera, etc. Como vemos la literatura dio paso al juego, a seguir la historia en la imaginación creando mundos. Savater además dice que la literatura lo protegió de los peligros del crecimiento y la respetabilidad, en otras palabras la literatura como el juego, ayudaron a Savater a conservar esa madurez que los niños poseen, esa misma que les hace apreciar las cosas por lo que son y que les permite encontrar la belleza en los lugares más insospechados. Esa plenitud que tiene el niño al jugar está intrínsecamente relacionada con la madurez de la que habla Nietzsche: es el objetivo que todos los individuos aspiran lograr.
La madurez del hombre es lograr esa plenitud y aceptación que se demuestra en el niño al jugar, es lograr recordar esa pureza de sentimientos libre de prejuicios que se tenía en la infancia y que se fue perdiendo a medida que se crecía. En el niño no hay muestra más grande de su imaginación y de su capacidad de ver las maravillas en el mundo que en el juego, ya que él logra ver magia y objetos ocultos y fantásticos en todas las cosas. El hombre adulto logra realizar esta misma proeza haciendo uso de la literatura.
BIBLIOGRAFÍA
CAMUS, ALBERT. El primer hombre. Traducción Aurora Bernárdez. Tercera edición. Fábula. Tusquets Editores. Barcelona, 2001.
HUIZINGA, JOHAN. Homo Ludens. Traductor Eugenio Imaz. Alianza/Emecé. Madrid, 1984. 296 p.
NIETZSCHE, FRIEDRICH. Más allá del bien y del mal. Biblioteca Edaf de bolsillo. Madrid 1985. p. 97.
PARRA, TERESA DE LA. Memorias de Mamá Blanca. Editorial Monte Ávila. Caracas Venezuela. 2004.
RILKE, RAINER MARIA. Cartas a un joven poeta. Traducción de José María Valverde. Alianza Editorial. Madrid, 1982. Carta del 23 de diciembre de 1903.
SAVATER, FERNANDO. “Lo que enseñan los cuentos”.En Sin Contemplaciones. Ediciones Literarias. Madrid, 1992, pp. 281-285.
TOLKIEN, J. R. R. “Sobre los cuentos de hadas” en Árbol y hoja; y el poema“Mitopoeia”. Con una introducción de Julio César Santoyo. Minotauro. Madrid, pp 11-100.