Por Br. Víctor Trejo, estudiante de Ing. Mecánica
El sol golpea amargo mi cara y despierto. Huele a ropa sucia y a Whisky barato, el piso es un reguero de papeles inutilizados por algún error de tipeo, mi cabeza palpita, la somnolencia lo cubre todo como telaraña y no la encuentro a mi lado, pero tengo que levantarme.
Desorientado en este espacioso apartamento de uno coma cinco metros cuadrados golpeo mi meñique desnudo con la vieja Olivetti en el suelo, consigo una puerta y ah, ahí está.
-Helena…
-Mamá murió, es Alicia, papá, Alicia.
Veo que comienza a incorporarse y me voy a la mesa de la cocina a hacer algo por mi meñique, pero sólo me queda soportar. Sus manos rompen un par de huevos que van pronto a la sartén. Consigo un periódico de hace una, dos semanas. Me entretengo, no será diferente al de hoy. Dejo los huevos a la mitad, la veo arremangarse la blusa para intentar arreglar la canilla del lavaplatos que gotea y gotea.
-Alicia, yo lo arreglo…
-Van 3 días.
-Déjalo, lo arreglo al llegar.
Desaparece tras la puerta de su cuarto. Me dispongo a salir. Podría tomar el autobús, pero no quiero compañía y prefiero retrasar la jornada de papeles y luz mortecina paseando por las calles sucias y reales que más tarde recorreré en busca de un trago.
Carajo, olvidé levantar a Valentina. Bueno, ya se ocupará Alicia.
Lomas de la Alameda, Barrio Alto, Terrazas del Telar, comienza otra vez el recorrido de la Reina de la Colina. Me fui pa’l monte buscando guayaba, por la vereda del 8 y el 2. Acompañada de Rubencito, eso sí y no todo es tan malo. Avanzo por mi ruta con las llamas estampadas en la carrocería ya casi ocultas por el hollín y la despampanante calcomanía en el vidrio trasero. Mucho he viajado por el mundo y nunca nunca pude encontrar. Pronto se comenzará a poblar la unidad. Abordarán los repetidos y los desagradables, pero también los que no están tan mal. Creo que mis favoritos son los chiquillos con sus ojos nuevos. Se abre la puerta y magia, la máquina chupa el ticket y magia, qué fácil. Una guayaba que me gustara y detuviera mi caminar. Y está ella. Parece reconocer la canción al abrirse la puerta y sólo sonríe al pagar el pasaje. Pasa, hija le digo y sin demora ya está instalada en su asiento, siempre en uno diferente. La reinita, por falta de nombre, sube una y hasta dos veces a la unidad todos los días y con su cuadernito y sus audífonos recorre la ruta completa para bajar donde abordó. Y aunque encontré una casa dorada. Llegamos a la estación del Cojito, que no es estación, pero sí parada obligatoria para esta unidad. Le digo pa’l cafecito, gracias corazón me dice y sin esfuerzo se estira, toma la platica de mi mano y me guiña el ojo. Esa guayaba no pude hallar. Sospecho que los audífonos son un disfraz, que escucha atenta y mete a los pasajeros en su cuadernito con su bolígrafo. Me pregunto qué dirá de las parejas de viejitos. Dime esa guayaba bonita dónde la encuentro, ay Dios. Con su muleta y su pierna única lo veo en la calle vendiendo sus cachivaches y lo veo también en la cola para el jeep. Siéntate corazón y aparta su muleta. Es buena conversa el cojito. Buscando guayaba ando yo. Se baja la reinita porque acabó la ruta que no es más que un círculo que nunca va a levantar ni con todo el sube y baja, pero Rubencito sigue sonando y no todo es tan malo. Lomas de la Alameda, Barrio Alto, Terrazas del Telar…
La tiza desliza sobre el pizarrón, la mayoría se adhiere y un poco se riega alrededor. Las manos del profesor conjuran la atención del público con sus gestos enérgicos, pero siento que todo esto tiene poco que ver conmigo y mi pensamiento resbala a otros lugares. Los pasillos están bastante solos, la poca bulla entra a través de los balcones. La jardinera del balcón es un cementerio de cigarrillos. Sólo quedan dos en la caja, decido fumar uno e imaginar que es un Gauloise de ésos que nunca he visto y nunca probaré. Ahí está Alicia, entre los muchachos, pero no realmente entre los muchachos. Ríes poco y sonríes mucho. Pareces distraída, pero escuchas con atención e intervienes de vez en cuando. Tal vez piensas en otra cosa. Creo que me quedaré observándote un rato, así habrá valido la pena. La nicotina o su olor me estimulan y recuerdo.
Recuerdo aquella vez cuando te encontré en una feria de libros en Altamira. Me intrigó la posibilidad de averiguar lo que interesaría y no pude hacer otra cosa que seguirte sin que me vieras. No fue difícil permanecer oculto, estabas absorta en los libros. Yo hubiera visitado dos o tres stands, pero tú, tú lo veías todo con el mismo interés, sin siquiera un asomo de prejuicio. De repente comenzabas a tararear o cantar una canción hasta que te sentías observada, entonces parabas por uno, dos minutos y reanudabas la música. Era fácil acercarse mucho a ti cuando te distraías con un libro en las manos y era fácil distraerme viendo tu cuello, el inicio de tu espalda, tus hombros algo descubiertos gracias a tu forma particular de vestir. Lo veías todo y mostrabas especial interés por cosas que yo tal vez no habría mirado más de una vez. En tus manos cómics viejos o Los 7 Mejores Cuentos Rusos adquirían una cualidad extraordinaria invisible a los demás. Ese día entendí que el poder de tus ojos es dar sentido. Si pudiera ser objeto de tu mirada…
Como papá no me ha recogido en semanas, la mamá de Natalia me da la cola y yo le cuento lo que hicimos en el colegio, pero no le cuento tus historias que es lo que quiero escuchar al llegar a casa mientras me peinas como todas las noches.
Llego y llamo tu nombre. No contestas. Te encuentro dormida en mi cama. Duermes de lado como duermen los bebés. No quiero despertarte. Tranquila hermana, hoy te peino yo, hoy yo te cuento historias.
Te tomo de la mano y salimos del apartamento. Vamos a la azotea porque queremos sentir el viento. Son muchos pisos, pero no importa, porque tú vas adelante y los escalones se hacen rampa bajo tus pies. Tampoco estaremos solas en el ascenso. Escucha, hermana, escucha, es el sonido de teclas y es alegre. Allá, fíjate fuera del edificio, mira a través de la ventana, es papá que tipea feliz porque escribe sus cosas y no las de los demás. Escucha cómo de su Olivetti brotan notas que se transforman en instrumentos, en trompetas, en pianos, en tambores que se funden en el aire en una figura que es mamá y que toma a papá en brazos con todo y máquina de escribir, lo arrulla y se lo lleva con una canción de cuna. Siente las paredes hermana, vibran, resuenan con la respiración de un animal poderoso, ya lo veo, es la Reina de la Colina allá por encima de aquel edificio. Las llamas brotan del bus al ritmo de alguna canción, cambian de color con la melodía. El cojito de un brinco se monta en una gaviota con su pierna y muy rápidamente construye un parapente que ayuda a la gaviota a perseguir el bus que alcanzan sin esfuerzo. Conversan risueños a través de la ventana del piloto mientras describiendo una espiral multicolor se elevan, se elevan, se elevan. Allá en el edificio de enfrente, en el balcón, ¿lo ves? Es el muchacho del cigarro. Hace figuras imposibles con el humo, pero se aburre y lo abandona. Ahora hace movimientos graciosos y se eleva como un globo. Al moverse por el aire deja una estela que dice Alicia y también Valentina. Ahora se esmera escribiendo en el vacío frases en idiomas que no existen y que no entendemos, pero que nos dicen mucho. Se despide agitando la mano y se pierde en el horizonte. Ahora sí, hermana, llegamos y aquí me puedo divertir viéndote recolectar historias para nosotras. Te paseas por los bordes de la azotea sin vértigo, con una sonrisa en la cara. Abres tus brazos con expresión victoriosa, lo puedes sentir todo. Pero ahora estás cansada, hermanita, y yo también. Descansa hoy, mañana traspasaremos todas las ventana