(1948)
Desde muy pequeño sentí atracción por la música, pero, no pasaba de ser simplemente eso, un gusto. En ese entonces, no tenía la menor idea de que en el futuro iba a ser músico profesional.
Cuando alcancé los diez años, tuve la oportunidad de comenzar a estudiar música. Inicié mis estudios en la escuela Juan Manuel Olivares, iba ilusionadísimo a cada clase. En la medida que el tiempo pasó, esa ilusión creció y fue afinándose, definiéndose. Al terminar el bachillerato, cuando mis compañeros estaban ya por decidir qué carrera iban a hacer en la universidad, yo no sabía qué hacer porque a mí lo que me gustaba era la música y no existían en esa época estudios musicales universitarios.
Yo tenía fe en mí y en que me podía ir bien; por eso, al graduarme de bachiller no ingresé a ninguna universidad y continué mis estudios de música. Cuando culminé los de la Escuela Juan Manuel Olivares, inicié los de la José Ángel Lamas. Allí estudié composición y terminé de hacer, digamos básicamente, mi carrera. En ella tuve como maestros a Primo Casale, al maestro Vicente Emilio Sojo, a Evencio Castellanos ―mi maestro de órgano y clavecín―, Paúl Manenski y María Elena Dramper ―mis profesores de piano―. También estudié acordeón en la Academia Fisher con el maestro italiano Antonio Ruperti. Alcancé un nivel técnico bastante alto, gané varios concursos nacionales de acordeón organizados por la Asociación Venezolana de Acordeonistas. Pero, llegó el momento de decidir entre el trabajo, el instrumento y los estudios de composición; me atrajeron tanto éstos que opté por ellos y dejé de tocarformalmente por mucho tiempo. Luego estuve en el extinto Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), donde hice un curso durante varios años con el maestro griego Yannis Ioannidis sobre las técnicas de composición del siglo XX.
Han pasado ya unos cuantos años, tuve que luchar bastante. No fue ni ha sido fácil, nadie dijo que lo fuera. Me tomó mucho tiempo que las personas que no creyeron en mí se convencieran de que valía la pena hacer lo que yo estaba haciendo; los pocos que sí creyeron no dejaron de hacerlo y no les sorprendió que con el correr del tiempo yo tuviese éxito.
A lo largo de mi carrera, mi estilo musical ha cambiado considerablemente. Siempre he sido muy inquieto, incluso a la hora de componer; por eso, no me siento satisfecho con escribir de una sola y única manera. De ahí que cuando tengo un tiempo trabajando en una cierta tendencia, surge la necesidad de hacerlo en otra. Al sacarle partido a un cierto lenguaje, comienzo a buscar otro. Por ejemplo, en mis inicios, durante mi formación, el lenguaje que manejaba era el de la escuela nacionalista venezolana (Sojo, Castellanos, Lauro, Estévez, Sauce, Sandoval, Bor); pero, al mismo tiempo, me interesaba por las tendencias más recientes de la música a las que accedí gracias al maestro Ioannidis. Manejaba los dos lenguajes simultáneamente, podía escribir en uno como en el otro, simplemente pasándome el suiche mental. Después, me volví atonal, me inscribí en el atonalismo estricto, e hice muchas experimentaciones hasta que gané el Premio Nacional José Ángel Lamas para obras sinfónicas grandes. Este hecho marcó el fin de un cierto período. Posteriormente, alrededor de 1982, empecé a hacer cine y teatro. Estuve varios años haciendo esto. En este caso, produje una música muy emotiva que llegara directamente al público y lo impactara.
Esta experiencia con el cine y el teatro fue tan positiva que decidí incorporar esos elementos a mi composición. De una manera bastante ecléctica, incluí en mi lenguaje todos los componentes que pudieran interesarme. Empecé a moverme en la frontera entre lo tonal y lo atonal, a emplear aspectos de la música folklórica venezolana y latinoamericana; lo que me permitió expandir un poco mi radio de acción, y usar libremente la tonalidad, la politonalidad, la modalidad, de una manera práctica. Últimamente, he empezado a sentir la necesidad de volver a modificar algo del lenguaje. En estos momentos, me gustaría hacer música más abstracta, pues ya tengo una producción considerable dentro de la tendencia que acabo de referir con el elemento afro-caribe por ejemplo. Mi segundo concierto de piano tiene eso, una sonata para dos violines que no se ha tocado en Venezuela, también, varias de mis obras más recientes están un poco en esa onda y quisiera cambiar otra vez para transitar niveles más altos de abstracción.
Me estoy planteando también la posibilidad de escribir algunas obras para el acordeón, aprovechando su resurgimiento a nivel mundial y la existencia de excelentes ejecutantes. Este instrumento es el único que toco razonablemente bien, aunque me acerqué al cuatro en mi infancia con el maestro Adrián Pérez, autor de la canción El muñeco de la ciudad, y estudié formalmente piano, órgano y clavecín. De hecho, sigo ejecutándolo y ahora estoy cambiando el acordeón que siempre toqué, con teclas del lado derecho, por el cromático que tiene cinco filas de botones. Todas las noches practico hasta media noche.
Desde finales de 2001, año en el que empecé a manejar el programa de escribir música, utilizo la computadora para componer. Ahora la mesa de arquitecto donde trabajaba y hacía mis manuscritos, quedó como pieza de museo, ocupando un sitio en la nostalgia. Aún la mayor parte de mi música está en papel. De hecho, el archivo de mi obra es literalmente un archivo, un mueble archivador con todo lo que conservo de mis originales. La digitalización de los mismos se inició en el instante en que comencé a usar el ordenador, todo lo que he escrito lo tengo respaldado de manera virtual; además de las copias realizadas en impresión láser.
A lo largo de mi carrera, he acumulado un número considerable de premios y condecoraciones. Esta es una etapa que he cubierto con bastante solvencia. He obtenido prácticamente todos los premios posibles que pudieran ganarse en Venezuela. Hasta el momento, he ganado 26 de composición, más el María Teresa Castillo que me concedió el Ateneo de Caracas por mi trayectoria como músico y compositor en el teatro y en el cine venezolano. De los premios nacionales de composición que ya no se convocan, los gané todos con excepción del Juan Bautista Plaza otorgado a la Obra Sinfónica Breve. Concursé hasta 1989, desde esa fecha los galardones que he ganado son de teatro y cine como el de la Enciclopedia Británica otorgado en 1991 por mis trabajos musicales tanto en el teatro como en el cine venezolano. Me han condecorado varias veces. La última vez hace unos cinco años, en el Municipio Los Salias, cuando me homenajearon y tocaron mi música; también fui merecedor de la Orden Vicente Emilio Sojo en Primera Clase.
Mis obras son como mis hijas, no tengo una favorita, ni predilección por alguna. Son todas mis hijas y las quiero por igual. Lo que sí debo reconocer es que algunas han tenido más éxito que otras, me han dado más trabajo como cualquier hija. Por eso, podría más bien mencionar las más exitosas y las más difíciles. En este sentido, tengo tres obras que sin duda son las más exitosas en mi haber: El Santiguao ―un preludio y fuga que escribí para el Quinteto Cantaclaro en 1976 y que los coros hicieron suyo―, Los martirios de Colón cuyo proceso fue cuesta arriba ―ópera que me produjo mucha angustia por una cantidad de vicisitudes relacionadas con escribir ópera en Venezuela, con emprender un proyecto de ese tamaño y con la posibilidad de poder estrenarla que tomó diez años. Esta pieza tuvo un éxito inesperado especialmente para mí. Recuerdo que en una de sus presentaciones en el Teatro Teresa Carreño tuvo un lleno absoluto y aún había personas haciendo fila para ingresar.― y Piezas para niños menores de 100 años ―un ciclo de 19 piezas para piano que están pensadas para los estudiantes de piano del conservatorio; fueron estrenadas por Olga López y difundidas por Clara Rodríguez―.
Las partituras de mis obras no han sido publicadas, a excepción de cuatro: Trío de cañas y Tres piezas para guitarra por la Fundación Vicente Emilio Sojo, el tercer movimiento de mi Sonata para Acordeón y Valles del Tuy, una de las Piezas para niños de 100 años, en versión para guitarra por la Casa Italiana BERBEN.
Realmente es muy poca la música editada. Hay alguna dispersa en distintos discos como la grabación del Ensamble Brahms de mi Ave María, de la Cantoría Alberto Grau del Magníficat que escribí y le dediqué, aparte de varias obras que están haciendo en discos de distintas agrupaciones. Uno de los discos más especiales para mí es el que realizara Clara Rodríguez en Londres con mi música para piano; en él, compiló prácticamente todas mis composiciones para este instrumento. Incluyó algunas de las Piezas para niños menores de 100 años, la sonata Tríptico tropical, una suite ―mi única obra dodecafónica― y algunos valses. Además de los mencionados, hay también cuatro discos que hice con el Quinteto Cantaclaro desde finales de los 70 hasta mediados de los 80 en el formato LP.
Los premios que obtuve y que incluían un aporte en metálico, junto a los ingresos percibidos por las ventas de algunas de las grabaciones y especialmente los encargos constituyeron mi sustento económico durante un tiempo determinado. Dada la irregularidad de estas entradas, me dediqué por un lapso específico a dictar clases de solfeo y armonía en algunos conservatorios de Caracas, así como a la dirección de coros; pero, en detrimento de mi labor creadora. Por esta razón, decidí retirarme de estas actividades y dedicarme por completo a la composición. Hoy día vivo de mi trabajo como compositor. Estoy concentrado en la escritura de música para cine y teatro, además de otros proyectos y algunos pedidos.
La única ayuda monetaria que tuve durante mi carrera provino de mi padre y de mi familia durante mi época de estudiante. De haber recibido algún financiamiento o sido beneficiado por un programa de apoyo, mi historia hubiera sido otra. Teniendo en cuenta mi experiencia y conociendo de cerca la de algunos de mis colegas, propondría la creación de una fundación estatal para la creatividad musical que permitiera la encomienda de obras a los compositores, ir a las comunidades, presentar sus piezas y establecer un puente entre el público y la obra. Desde este organismo, se podría organizar una serie de conciertos que posibilite la presencia de las composiciones de los que se han ido como Modesta Bor, Nelly Mele Lara, Blanca Estrella de Méscoli, Ángel Sauce, Antonio Estévez, por nombrar sólo algunos e incorpore una sección de diálogos entre los compositores y la audiencia que introduzca a los autores, sus aportes y la importancia de su trabajo. De este modo, se establecería una comunicación más allá de lo musical, una verbal, de contacto personal con las comunidades y con el público en general.
Esta iniciativa contribuiría con la composición en términos de creación, por el apoyo monetario al creador, y de difusión, por llevar la música directamente a la comunidad para que ésta luego se traslade a la sala de concierto. También llenaría ese espacio vacío que vemos en algunas de las orquestas venezolanas que aún no son conscientes de su carácter de instrumento colectivo cultural de una sociedad a la que se debe; es decir, deber ser un artefacto cultural de la sociedad que le permite su existencia y para la cual trabaja. Por tanto, la proporción de obras venezolanas presentes en el repertorio debe ser equitativa a las de otras latitudes.
Viendo el panorama musical venezolano actual y desde mi experiencia, les recomiendo a los compositores emergentes que en principio constaten su vocación. Comprobada ésta, deben entregarse sin reserva al trabajo de la escritura musical, ser pacientes, perseverantes, estar abiertos a tendencias, ideas, sugerencias, críticas y dejar de lado el ego.