(1949)
Mi incursión en la composición fue un tanto casual. Al terminar el bachillerato, me inscribí en la Universidad Central de Venezuela para estudiar Comunicación Social. Sólo duré tres meses; pues, luego, en 1968, la cerraron. En vista de esto, empecé a estudiar idiomas hasta que apareció en mi vida el maestro Yannis Ioannidis― compositor griego/venezolano casado con la pianista venezolana Lilian Pérez―, quien dictó un Curso de Técnicas de Composición Contemporánea en la Escuela Juan Manuel Olivares. A este curso, me aproximé con la intención de ampliar mis conocimientos musicales, la idea de ser compositor aún no me rondaba; pero, Ioannidisimpulsó esa vocación en mí gracias a su formación integral, al hecho de que es un gran maestro y comparte su saber musical, personal y general con sus alumnos. Suya fue la sugerencia de continuar los estudios de composición en Alemania. Sugerencia que aceptamos mi colega y amigo Emilio Mendoza y yo.
A Alemania, llegué en 1976. Allí estudié, en el Instituto Robert Schumann de Düsseldorf, Composición con Günther Becker y Dirección de Orquesta con Wolfgang Trommer. De estas dos carreras, obtuve diploma en 1979 en Composición y en 1981 en Dirección de Orquesta. Antes de cursar estos estudios y de alcanzar estos grados, ya había realizado otros en Caracas en la misma época en que estudiaba composición con Ioanidis como Dirección Coral y Orquestal con Alberto Grau y Gonzalo Castellanos, respectivamente; guitarra clásica con el Maestro Antonio Lauro y después con Flaminia De Sola; también estudié canto. Además, fui subdirector y tenor en la Schola Cantorum de Caracas. Estuve durante nueve años cantando, dirigiendo coros y trabajando directamente con el Maestro Alberto Grau en la Schola Cantorum de Caracas antes de partir a Alemania.
Durante aquellos años, en mis inicios, mientras estuve bajo la batuta del maestro Ioannidis, mi música se caracterizaba por ser atonal, libre. Me interesaba la no tonalidad, lo arrítmico, lo no regular; sin embargo, a través del tiempo este criterio fue cambiando. A mediados de los 80, comenzó a ser más digerible, más melódica, más rítmica, más tímbrica. Había un poco más de búsqueda del color, de la tonalidad como tal usándola como color; ya sin el prejuicio de que todo tenía que ser disonante e irregular. Incluso incorporé ritmos como el tango o la salsa en piezas de piano como Tanguitis y Salsita; así como el uso de citas musicales como referencia a otros estilos y propuestas. Actualmente, hay una mezcla de esas dos cosas; tanto de lo regular como de lo irregular, el pulso, el ritmo, la melodía. Creo que esto es una evolución en mi estilo personal. Podría quizás hablarse de una especie de multi-estilo, una mixtura de lo tradicional con lo moderno.
Así como ha cambiado mi música, lo ha hecho el modo en que la compongo. Hasta hace poco, siempre escribía a lápiz y usaba goma de borrar; de hecho, todavía lo hago en muchas ocasiones. No obstante, mi obra más reciente, que compuse en el 2010, la hice por primera vez y completamente en la computadora. Utilicé para ello un programa de digitalización ―bastante amigable para el compositor― denominado SIBELIUS. Esta es una herramienta fabulosa para componer, pues puede verse la partitura prácticamente editada, extraer las partes individuales y escuchar lo que se está haciendo. Es una ventaja para una persona que tiene experiencia componiendo, mas no para los que se están iniciando.
En cuanto a la conservación de mis composiciones, aún hay mucho por hacer. Tengo un archivo de las grabaciones de mis obras; pero, no todas las partituras están digitalizadas. Algunas las he copiado en digital y otras están todavía pendientes. Las más recientes si están respaldadas.
Si me preguntan por mi obra y me hacen escoger algunas de mis partituras, escogería ocho. Somos nueve con la que obtuve en 1979 el Premio Nacional de Composición y fuera una obra comisionada por la Fundación Teresa Carreño; Salsita y Tanguitis, escritas para piano y que presentan ritmos populares ―han sido muy tocadas y exitosas. Con la última, fui merecedor en 1985 del Premio Municipal de Música―; Sinfonola, obra para orquesta en la que utilizo lo espectral del color, de las armonías como colores. Añado a la lista una muy querida por mí, con la cual me gradué y marcó el inicio de mi carrera profesional: Camino entre lo sutil e inerrante,dedicada a mi amigo y colega Emilio Mendoza. Para finalizar, tres creadas a partir de los poemas del poeta tachirense Manuel Felipe Rugeles, mi padre, cuya poesía caracterizada por lo musical es siempre un punto de partida y fuente de inspiración. La primera es El ocaso del héroe que es para recitador, coro mixto y orquesta de cámara; está dedicada a los últimos tiempos de Bolívar y fue un encargo de la Universidad Simón Bolívar para su XIII aniversario, coincidió con el Bicentenario de El Libertador en 1983. La segunda, Oración para clamar por los oprimidos es una mixta, comisionada por la Sociedad de Música Electroacústica, para grupo de cámara, con una mezzosoprano, arpa, sintetizador, contrabajo, oboe, flauta y batería electrónica. La última, Todo lo que es mi vida está en tu vida, encomendada por el Grupo Barroco La Folía ― grupo de música barroca que toca música contemporánea, reside en Madrid y es dirigido por el Maestro Pedro Bonet―, para una instrumentación muy particular: dos flautas dulces, todo tipo de flautas desde la sopranino hasta la bajo, una cantante soprano, viola da gamba, clavecín y electrónica. Esta hermosísima pieza se la dediqué a mi esposa Diana Arismendi que también es compositora, con quien tengo una compenetración musical y más allá de lo musical.
Como habrán notado, de las ocho composiciones que menciono la mitad fueron encargos. En esos casos, he recibido honorarios profesionales; pero, no siempre las obras son remuneradas. Por ello, para sobrevivir me he dedicado a la dirección orquestal y a la docencia. Dirijo la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, imparto clases en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (IUDEM), ahora UNEARTE, en la mención música, y en la Maestría de Música de la Universidad Simón Bolívar. También participo como director invitado en otras orquestas nacionales e internacionales. Considero importante mis tres roles profesionales, sobre todo la enseñanza; pues, creo que muchos de los que han pasado por mi clase de dirección de orquesta están actualmente dirigiendo muchas de las orquestas del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela y continúan con el proceso de formación de músicos. Algunos han participado en concursos nacionales e internacionales de dirección de orquesta y han ganado, así que me siento a gusto y orgulloso de tener muchos alumnos exitosos también en la carrera de Dirección de Orquesta. Aquí me permito hacer una digresión para sugerirles a los compositores en formación ―aunque no es el área que enseño― que deben educarse integralmente de modo que puedan crearse un criterio de selección de la música, del gusto, de la calidad, de distinción entre lo que es bueno, malo o regular y profundizar en distintos estilos de música. Es importante leer; oír mucha música local, regional, nacional e internacional; ver numerosísimas partituras; ir a ensayos, a conciertos; asesorarse con instrumentistas; contactarse con la mayor cantidad de compositores de los cuales pueda nutrirse; informarse. Si le es posible, estudiar un instrumento, cantar en un coro, dirigir. Todo esto contribuye a una mejor formación.
En este último punto quiero detenerme un poco. Si bien es cierto que tenemos muchísimos instrumentistas fabulosos, orquestas extraordinarias y hemos alcanzado un altísimo nivel técnico que musicalmente hablando es de vanguardia, de los primeros en todo el mundo, también lo es que todos estos logros son para el mundo instrumental, orquestal. Pero, desde el punto de vista de la creación no podemos hacer una enumeración como esta. Habría que recordar que los conciertos y los intérpretes son efímeros, mientras que la creación del compositor, lo escrito, lo compuesto, la obra, es eterna independientemente de si es académica o popular. Recordar que la composición es una sola, una labor creativa que se traduce en un producto musical, cultural. Producto que es reconocido por la historia, identifica a un país y trasciende. En este sentido, queda mucho por hacer, espacios que llenar en el área de la composición.
A pesar de que en Venezuela hay muchos compositores y una actividad importante de los mismos ―que se constata en los festivales latinoamericanos de música que organizamos cada dos años en Caracas, y por el cúmulo de partituras que hemos venido acumulando―, la composición dentro del mundo musical venezolano ha sido, de todas las disciplinas musicales, la menos apoyada, la de menor interés en general. ¿Curioso, no? Especialmente, si tenemos presente que la composición musical atraviesa al cine con la banda sonora, al ballet y le da vida a la orquesta. Por eso, creo que debería haber un apoyo al compositor proveniente del Estado y de las autoridades competentes para poder, digamos, suplir esa falla. Tal vez se podría empezar con pagar los derechos de ejecución de las obras interpretadas; es decir, cumplir con el pago de alquiler de partes o partituras a los compositores cuyas obras se ejecutan. Tal como se hizo en el Festival Latinoamericano de Música en su edición anterior y se ha venido haciendo en las orquestas Simón Bolívar, la Municipal y la Filarmónica.
Otro punto importante a considerar es el de la difusión de las composiciones. En mi caso en particular, cuando soy invitado a dirigir suelo incorporar en el repertorio la obra de algún compositor venezolano incluso la mía. Otros directores han hecho lo mismo como el maestro Pablo Castellanos cuando estuvo en la Orquesta Filarmónica Nacional y Rodolfo Saglimbeni. Lo ideal sería que en la temporada regular, durante los conciertos programados, se incluya siempre una obra venezolana. Es perfectamente posible por ejemplo en vez de hacer una obertura de Beethoven o de Mozart, hacer una obra de Núñez, Ruiz o Teruel por mencionar algunos autores. Otra forma es correr con la suerte que he tenido, la de que la música sea interpretada como tal. Mencionaré el caso de Tanguitis que ha sido interpretada en muchas partes del mundo. Sergio Puccini, guitarrista argentino, la grabó en una versión de flauta y guitarra y la ha tocado muchas veces. Marta Marchena, que es una pianista extraordinaria, también la grabó en la versión original de piano y la toca con frecuencia.
Hay otras iniciativas que en este sentido constituyen un aporte significativo. Una es el Colegio de Compositores Latinoamericanos de Música de Arte ―cuerpo colegiado que contribuye al conocimiento y la difusión sistemática de la música de las tierras latinoamericanas. Un organismo independiente, no lucrativo, creado con el propósito firme de difundir sistemáticamente la obra de sus miembros, como una muestra válida del pensamiento musical actual y un sólido nexo para las nuevas generaciones―, fundado por el maestro Manuel de Elías, mexicano, y con sede en México. En él, estamos representados tres compositores de cada país latinoamericano, yo soy uno de ellos por Venezuela junto al maestro Del Mónaco y Adina Izarra. Esto ha permitido una cierta difusión en los encuentros de compositores. Otra es el Foro de Compositores del Caribe donde hemos participado varias veces y que se ha llevado a cabo en países como Puerto Rico, Costa Rica, Panamá, Colombia. Allí también se ha podido escuchar nuestra música. No puedo dejar de mencionar el Festival Latinoamericano de Música que organizamos en Caracas y cuenta ya con dieciséis ediciones.
La difusión es fundamental, pues gracias a ella nuestra música llega al público. Uno que se ha ido reconciliando con la música contemporánea, que muestra más interés y se ha acostumbrado más a ella.