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Diana Arismendi

(1962)

Me inicié en la música desde muy niña, con el piano y como estudiante regular de música. Desde el principio, estuvo muy presente en mí la idea de que no era suficiente leer las notas e interpretarlas. Había algo más que yo estaba buscando y era la parte creativa. Hice todos mis años de piano, de solfeo, de lo que me correspondía hacer y a los 15 años cuando entré a la clase de armonía del maestro Inocente Carreño, a quien considero uno de los más importantes creadores de este país, me dije: ¡esto es! Desde ese momento, empecé a escribir pequeñas cosas. Él las veía y me aconsejaba, allí comenzó mi relación con la composición que luego se formalizó cuando estudié composición y piano y me dediqué al proceso creativo. Todo cambió cuando me levanté y me dije: ¡es composición! De eso hace 30 años.

En todo este tiempo, he tenido algunas dudas ya que es una carrera muy difícil, poco reconocida, poco compensada; pero, no me veo haciendo otra cosa que escribir música. De hecho, es el centro de mi vida, no sólo profesional; sino también, de la personal. La creación  es el centro de mi vida; por eso,  me he convertido en una especialista de lo que hago. Si tuviera que decir porcentajes, el 80% de mi tiempo, de mi esfuerzo y dedicación están destinados a la composición, a producir obras. En realidad, es trabajo, trabajo y más trabajo; por eso, les recomiendo a los jóvenes compositores que tengan fe en sí mismos, en lo que hacen y no teman a la labor de componer.

Crear es una necesidad vital para mí que satisfago a partir del trazado de un objetivo y de alcanzarlo a través de un proceso que va de la idea, pasando por el lápiz, el papel, la computadora hasta hacerse objeto concreto. Hay ideas que plasmo directamente en el papel, pero, a veces lo armónico se impone y hago uso del teclado; de allí  nacen imágenes sonoras que luego llevo al papel. La computadora también me es útil, me siento cómoda con ella.

Mi música no se relaciona con el folclore ni con la música popular, aunque la idiosincrasia venezolana la determina. En ella, hay etapas. La primera es reflejo de mi formación francesa y del contacto que tuve en los 80 con la vanguardia de la música contemporánea. A la visión europeizante que yo tenía de la música, se le añadió un manejo otro del tiempo que me marcó profundamente; esta temporalidad distinta me fue presentada por mi maestro japonés Yoshi Sataira. En este período, hice una música de la cual estoy contenta.

A mi regreso de Francia, tuve un black out porque sentí un choque entre lo que producía y lo que se estaba haciendo en Venezuela. Sentía que no había relación, que no combinaba. Tuve un año de silencio absoluto y al cabo de ese tiempo, empecé a escribir una música distinta.  El cambio en mi producción comenzó a notarse en 1987 con la composición de Tres noches sin luna para clarinete solo y Ficciones para mezzosoprano y gran orquesta sinfónica. A partir de ese año, hay un cambio fundamental que ha marcado estos últimos veinte. Tiempo en el que he adquirido un estilo propio caracterizado por un gusto por la atonalidad, por un lenguaje absolutamente atonal de armonías poco tradicionales, con presencia de un  sistema de consonancia, de tensión y reposo que es muy importante para mí e incorporando el lirismo.

            Actualmente en la escena musical, hay un momento muy especial de colaboración con instrumentistas particulares o con grupos que están muy interesados en tocar música nueva y que tendrá promoción inmediata; una muestra de ello es mi trabajo más reciente, una obra escrita para Jorge Montilla y la Academia Latinoamericana de Clarinete y los proyectos que llevo a cabo. En estos momentos, estoy escribiendo una obra para trompeta sola; también, estoy trabajando en proyectos de colaboración con instrumentistas y solistas extraordinarios provenientes del sistema de orquestas venezolano. Estoy haciendo una para el joven trompetista Francisco Pacho Flores, que ganó hace tres años el concurso Maurice André; seguidamente, escribiré otra para Edison Ruíz, el contrabajista venezolano que toca en la Filarmónica de Berlín. Inmediatamente después, haré una pieza para el Ensamble Latinoamericano de Música Contemporánea.

De mis obras, probablemente las más conocidas sean algunas para piano y la música vocal. De esta última,  se han presentado con frecuencia Los epigramas, ensambles de tres músicos para soprano, guitarra y percusión; Las Ficciones, pieza sinfónico/vocal para mezzosoprano y orquesta sinfónica sobre textos de Jorge Luis Borges, que ha sido grabada y da nombre a mi primer disco y  Las escenas de la Pasión según San Mateo, una obra sinfónica para narrador ―sin menoscabo de lo vocal―. Con el piano sigo teniendo un vínculo muy estrecho, quiero a todas las piezas que he hecho para este instrumento; no obstante, debo destacar tres: Los cantos, mi primera pieza de piano; Las aves mías, lo primero que escribí después del nacimiento de mi hijo por lo que le tengo especial afecto y Señales en el cielo (2001), homónima de mi disco del 2007, es una obra importante.

Estas composiciones han ido cobrando vida propia, hecho que me emociona y contenta. El enterarme de la interpretación de una de mis piezas sin tener conocimiento previo de ello es maravilloso, me deja ver que no necesariamente tengo que estar detrás de la promoción de la obra; pues, ya existe y forma parte de un repertorio en ciertos círculos en Venezuela, América Latina, en Estados Unidos, en todo el circuito de universidades en Europa. Eso para mí es un gran logro. Especialmente porque no soy una compositora premiada, debido a mi desinterés en los concursos. Sin premios acumulados, considero logros el ya mencionado, las grabaciones de mis obras en formato CD como los tres que ha producido la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, por nombrar sólo algunos,  y primordialmente mi catálogo constituido por partituras en todos los formatos y combinaciones.

Este catálogo está completamente respaldado en papel y buena parte de él ya está digitalizado; ha sido transcrito por mí a excepción de dos o tres obras muy tempranas. Personalmente, me he dedicado a copiar ciertas cosas para conformar un archivo digital en pdf que se encuentra en discos duros físicos y virtuales; de tal manera que pueda acceder a él  en cualquier parte del mundo.

Además de mi oficio como compositora, me dedico a la academia. Esta experiencia ha sido muy nutritiva para mí. Admite, permite y recompensa en tiempo de investigación que en mi caso se convierte en tiempo de creación también. Mis 15 años en ella han propiciado una madurez en mi obra. Soy profesora de la Universidad Simón Bolívar, de esta labor docente proviene mi manutención económica cotidiana. Desafortunadamente, la música no me genera un medio de vida; en estos momentos, no puedo vivir de la composición, del pago de derechos y de encargos, aunque en los últimos años he recibido algunos interesantes que me han permitido devengar honorarios profesionales y he obtenido también el pago por los derechos de ejecución de mis piezas. Así que en este sentido, el panorama parece estar cambiando. No obstante, lo ideal sería que el Estado venezolano apoyara la creación pues no lo ha hecho nunca. No hay ninguna tradición de apoyo al creador, por lo menos al compositor, y ésta es una obligación estatal. Se debe implementar un estímulo a los creadores a través de un apoyo económico para la creación como existe en otros países latinoamericanos, en México por ejemplo, para que puedan concentrarse en la escritura de la música y en la maduración de la misma.

Paralelamente a la creación y a mi rol de docente-investigadora, está también el de organizadora del Festival Latinoamericano de Música junto a mi esposo el compositor Alfredo Rugeles. Comencé a colaborar en él en 1996, desde esa fecha hemos realizado por lo menos seis encuentros. Este evento es bianual, se celebra en Caracas y se ha convertido en un escenario importante para la música, compositores e intérpretes latinoamericanos porque  nos hemos esmerado siempre en ofrecer un programa equilibrado que represente todas las tendencias estéticas, incluya el mayor número de compositores de la región, permita presentar compositores y piezas desconocidas y no sea repetitivo. Su organización es un proceso muy arduo y absorbente que requiere de mínimo la dedicación a tiempo completo de los involucrados por un lapso de seis meses y comprende  la preproducción ―el seleccionar a los invitados (grupos, compositores, etc.), la búsqueda del financiamiento, el trabajo práctico del montaje en sí de la producción―, el desarrollo del evento y la postproducción del mismo ―cancelar los honorarios y los derechos de ejecución, concluir la edición del evento, cerrar ciclos y hacer un balance general del festival―.

Recientemente, Alfredo y yo iniciamos otro proyecto conjuntamente con el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela (FESNOJIV). Tenemos ya un año trabajando en ello y consiste en la edición musical masiva. La idea es que cada integrante del FESNOJIV tenga una partitura original de los compositores de su país, también comprende el apoyo a la creación, el encargo de obras y la difusión de las mismas. Es ambicioso y apenas está en sus comienzos.