(1919)
Me inicié en el mundo musical a mis ocho años en Margarita, la isla que me vio nacer, cuando uno de mis familiares me inscribió en la banda del maestro Lino Gutiérrez. En 1932, me trasladé a Caracas. Llegué a la capital con cierto bagaje musical, pues ya tocaba la trompeta. Hice el solfeo en dos años y retomé los estudios de este instrumento. Posteriormente, durante un año, me dediqué al corno bajo la tutela del maestro francés Pierre Lambert. Integré la Orquesta Sinfónica desde 1947 hasta 1963, formé parte del grupo de músicos que conformaron la primera sinfónica; resultado de la subvención otorgada por Rómulo Betancourt, presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, en 1947 al maestro Vicente Emilio Sojo, haciendo posible que el maestro Ríos Reyna fuera a Italia y trajera músicos e instrumentos.
Fui docente. Enseñé armonía y contrapunto. Fundé en 1970 la escuela Prudencio Esáa y fui director de la Escuela Superior de Música de Caracas. Actualmente, estoy retirado y dedicado a la escritura. Aún compongo; recientemente, terminé un trío para clarinete, violoncelo y piano que se estrenará pronto.
Mi vida ha sido una bastante tranquila, sosegada y productiva. En lo personal, me casé y pronto cumpliré junto a mi señora 60 años de casados. Vamos a celebrar nuestras Bodas de Diamante.
Compositor quise ser desde joven, desde mi llegada a Caracas. En esa época, escuchaba la Broadcasting Caracas, la Radio Caracas de hoy; luego surgieron otras, unas dos o tres, la Voz de la Philco, que dirigió una vez el maestro Augusto Brand. Oír las canciones de Agustín Lara, quien más componía en ese momento, de Rafael Hernández, el puertorriqueño autor de tantas obras famosas como Lamento borincano, Campanitas de cristal, Óyeme Cachita,del cubanoArmando Valdez Pi y de Ernesto Lecuona, creador de Siboney y María la O, alimentaba mis aspiraciones de compositor popular. También lo hacía el leer los folletos que publicaba una sal de frutas mexicana, “Sal de uvas Picot”, y que incluía las letras de las canciones del momento.
Durante esos años, trabajé con mi hermano Francisco en una zapatería. El estudió canto, creó el Trío Cantaclaro, fue el primer difusor del cuatro venezolano y con el tiempo se convirtió en folklorista. Es conocido por varias de sus canciones populares, especialmente por La zapoara: “Llegando a Ciudad Bolívar / me dijo una guayanesa / que si comía la zapoara / no comiera la cabeza…”
De mis composiciones, que son numerosísimas, destacan El quinteto de vientos y La margariteña. La última por las satisfacciones, las alegrías y los momentos especiales que me ha hecho vivir; veo que está bien estructurada, es de una brillantez… Hay una anécdota sobre ella que me gusta mucho, me la contó Antonio Estévez. El la dirigió una vez en Francia cuando fue invitado a dirigir obras venezolanas. Durante el ensayo de esa pieza, realizado en un local poco apropiado para ello, en el “tutti”, parecía que se iba a reventar el techo y uno de los músicos le dijo que si eso era así, que si no estaba exagerado ese tutti; entonces, le dijo: esa obra la escribió un colega mío, nativo de la isla de Margarita, una de las islas más grandes de Venezuela, allí el sol es brillante, el sol quema, por eso a esta música hay que oírla con “anteojos oscuros”. Eso me lo dijo Estévez.
Estas piezas están construidas a partir de la escogencia de un tema, de su elaboración, de su desarrollo durante toda la obra. Aprendí a desarrollar un pasacalle que en aparece en ellas, un tema que se repite y del que van surgiendo variaciones distintas. En mis creaciones, no abordé del todo las novedades musicales. Lo más que llegué a hacer en dodecafonismo fue en mi obertura, que dirigí hace poco; en la Obertura Sinfónica, el comienzo está basado en los doce sonidos y después lo hago con crisantes. En el Deciminio hay un tema dodecafónico también. Pero, en términos globales, mi armonía es tradicional toda.
Hoy en día, a pesar de la existencia de muchísimas orquestas en el territorio nacional tengo la impresión de que mis obras y la de otros compositores venezolanos no son interpretadas. Creo que antes se hacían más. Por ejemplo, yo estrené todas mis obras con la Orquesta Sinfónica Venezuela en el Municipal; mientras que hoy, a mis 90 años, la Filarmónica que ayudé a fundar ni siquiera me envía un saludo. Probablemente, lo que se necesita para contrarrestar esta ausencia de nuestra música en los escenarios sea la publicación de partituras, la difusión de las mismas, la grabación de las piezas y la inclusión de un repertorio de música venezolana en los conciertos de nuestras orquestas y de los que dirijan los directores venezolanos al ser invitados en el exterior.
El mundo de la música actualmente es inmenso, grande, con infinitas posibilidades, quien se aproxime a él debe informarse de todo lo que se hace en estos momentos, todo lo que se ha hecho; debe estudiar los grandes maestros de la época, románticos, modernos, ultramodernos y expresar la obra que espontáneamente quiere dar a conocer de una manera, cualquiera que sea, siempre y cuando esté basada en el conocimiento profundo y en la sensibilidad del artista. Si se hace todo esto, esa obra está garantizada para quedar como una de arte.