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Entrevista a Juan Carlos Núñez

(1947)

 

 

            Yo nací en un país que todavía aspiraba los aires de la II Guerra Mundial, nací en Caracas en 1947 en el seno de una familia de músicos. En mi ciudad natal, inicié tempranamente los estudios de piano con Sergio Moreira, luego con Moisés Moleiro. Posteriormente, estudié composición y otras materias con los maestros Vicente Emilio
Sojo, Inocente Carreño, Francisco Rodrigo y Evencio Castellanos en la
Escuela Superior de Música José Ángel Lamas.  A este mundo musical, llegué gracias a mi padre Miguel Modesto Núñez, a su interés por la guitarra, al hecho de que compartía conmigo sus intereses musicales sin importarle que yo fuera un chiquillo, a las conversaciones sobre música que sosteníamos y a su ejemplo. 

            Por un breve tiempo, me alejé de los estudios formales para retomarlos nuevamente en 1973 cuando me fui a Polonia para cursar dirección de orquesta y composición en el
Curso del PWSM con el maestro Stanislaw Wislocki. Esta formación me permitió asumir a mi regreso al país el rol de director de la Orquesta Juvenil en varios de sus primeros conciertos, entre ellos los de la primera gira a Colombia.

            Aunque tengo una larga trayectoria como compositor, no me gusta autoetiquetarme en un estilo determinado. Antes bien, prefiero pensarme como un autor; es decir, como un creador que posee una estética dentro de su propio degradé icónico y que ha conformado una obra. En todo caso, si tengo que pensar en mi estilo musical diría que es modernista post-nacionalista.[1]Dentro de mi obra que incluye composiciones clásicas, operísticas, vocales así como para cine y teatro, destacan tres piezas: las óperas Chuo Gil ―con libreto de Arturo Úslar Pietri― y El tambor de Damasco, partituras de una gran dificultad musical y vocal que pude estrenar, así como la Toccata Nº1 con la cual gané el Premio Nacional de Música en 1972.

            Estas obras al igual que otras que he compuesto han sido ejecutadas bien sea en conciertos orquestales, en piezas teatrales, de danza, o han formado parte de la banda sonora de alguna película. Todas estas composiciones gozan de una buena difusión gracias a las grabaciones que incluso pueden ser localizadas en myspace y especialmente a las ejecuciones. Valga como muestra el hecho de que la Tocata Nº1 haya sido interpretada recientemente en un concierto y que con frecuencia me inviten a participar en diversos encuentros para conversar sobre música, especialmente la venezolana, desde mi perspectiva de creador, director, arreglista y docente.

            Estos roles no podría interpretarlos sin otro que funciona como piedra angular de ellos, el de instrumentista. Si bien es cierto que no me imagino frente al piano, mi instrumento, en una sala de conciertos, también lo es que tampoco puedo imaginarme sin tocarlo. Me aproximo a él diariamente en una especie de dialéctica diaria del pensamiento musical que me permite conectarme con el proceso creador. Un proceso que realizo de modo tradicional, que no pasa por el uso del ordenador y de los programas; herramientas que empleo como soporte de lo creado ya.

                Todo esto ha sido posible por la marcada presencia de lo popular en una tradición musical donde la música popular es prácticamente todo. Con esto quiero decir que mi incursión en el mundo musical se dio porque existía una música popular venezolana, personas que la hacían, entre ellas mi padre un guitarrista popular que perteneció al trío “Los cantores del Trópico”, y porque ella atraviesa todo cuanto se haga en este país. En este sentido, lo popular en mi producción está presente como sustrato.  

            Antes mencioné que asumo mi vida musical desde diferentes roles. Aunque en realidad ellos funcionan como un todo y hacen de mí un músico integral, son dos a los que más me dedico y en los que se sustenta mi modo de vida: el de compositor y el de docente. La composición me permite vivir por los múltiples encargos que he recibido y sigo recibiendo. La docencia, la enseñanza de la composición a la que me dedico desde 1990, es la actividad que constituye mi forma de ingreso más estable. Esta última me ha permitido repensar  el tema del compositor venezolano, uno triste y hasta trágico por su carácter marginal; puesto que en Venezuela un compositor no recibe ningún tipo de apoyo institucional real y sostenido por parte del Estado y esto limita su dedicación al proceso creativo. Todo esto se traduce en que el compositor no puede entregarse por completo al pensamiento y a la actividad musical, por lo que va siendo relegado poco a poco del banquete mundial de la música hasta que llega el momento en que no es “invitado” a él.

            Este lugar periférico podría desplazarse progresivamente hacia el centro de la cultura si hubiese una política estatal que contribuyera con la difusión, promoción y conservación de las composiciones musicales venezolanas para así amasar el patrimonio musical de un modo más tangible. También lo haría la creación de un programa de subvención al compositor.   

            Por todo lo que he mencionado antes, sugiero a todo aquel que se inicie en la composición que debe tener presente el carácter cuasi religioso de este oficio; uno lleno de entrega, sacrificio  y especialmente de fe en la labor creadora y en la creación en sí. Un oficio que sólo puede ser ejercido por un sujeto cultivado, consciente de una tradición cultural glocal. Un sujeto que debe recordar siempre que lamúsica tiene unas reglas, que es un lenguaje sumamente críptico y metafórico gracias a poseer solamente 150 signos, por lo que pasará el resto de su vida tratando de responder la siguiente pregunta: cómo aprender el secreto más grande de la música que es componer música.

 

 



[1]Por modernista post-nacionalista el compositor quiere expresar un estilo musical de corte moderno y posterior al movimiento musical nacionalista venezolano conformado por los maestros Vicente Emilio Sojo, Antonio Estévez, Juan Bautista Plaza e Inocente Carreñopor nombrar a los más representativos del mismo.