Carlos Pacheco
Docentes de cursos de Estudios Generales ha habido y hay muchos, pero el profe de Generales en el que estoy pensando no es cualquiera. Tengo la impresión de que es una especie particular de homo docens cuyos rasgos se han ido definiendo en tradiciones universitarias como la de la USB. Posee un perfil característico de formación e intereses, perspectivas y valores, comportamientos y estrategias pedagógicas que procuraré bosquejar en esta nota.
El hecho me impresionó de manera muy definida desde que llegué a la USB en 1979 y a lo largo del par de décadas siguientes, durante las cuales tuve la responsabilidad de enseñar tanto a los alumnos del Ciclo Básico como a los del Ciclo Profesional de los Estudios Generales y en especial cuando me tocó coordinar el segundo de estos programas junto a Iraset Páez Urdaneta y sucederlo como decano.
Sin embargo, quien primero me hizo notar ese perfil fue Fernando Fernández, a la sazón jefe del departamento de Lengua y Literatura al que yo ingresaba. Me confrontó de inmediato con un hecho fundamental que yo no había advertido: que mis alumnos no eran aspirantes a Licenciados en Letras, sino potenciales ingenieros o científicos. Aunque la materia pudiera ser la misma (en mi caso, aspectos del lenguaje y de su formalización artística, la literatura) no eran iguales los objetivos y por tanto debían diferir también los métodos y los enfoques. Nunca agradecí suficientemente a quien llegaría a ser uno de mis modelos de vida universitaria que me lo hiciera ver de manera tan pronta como nítida.
Así que la dinámica de las clases me mostró desde las primeras semanas que el profe de Generales en el que necesitaba convertirme no es cualquiera. Requiere unos talentos y cualidades, unas inclinaciones pedagógicas y unos modos de proyectarlas que afortunadamente llegué a reconocer en mí y a desarrollar gradualmente; por cierto, con gran disfrute y provecho para mi desarrollo profesional y humano.
Pues sí, el profe de Generales es una “personalidad académica” singular y muy valiosa, independientemente de la formación y los títulos específicos que pueda tener. Su virtud más destacada es que ama su asignatura, su carrera, su especialidad, el área del conocimiento a la que se ha dedicado. La ama y la disfruta. Comprende su importancia para la formación del ser humano y para su vida en sociedad.
Consecuentemente, como ama su disciplina, le apasiona difundirla, despertar en otros y sobre todo en los jóvenes, un genuino interés por ella, aportarles instrumentos conceptuales para conocerla, disfrutarla y comprenderla. No importa si se trata de la protección del medio ambiente o de la historia de la filosofía; de los derechos humanos o de la novela negra; de la ética empresarial o de la cultura italiana. El profe de Generales se apasiona por todo lo relacionado con esa parte del conocimiento y por sus vinculaciones sistémicas con el resto de la realidad.
Es más, en algunos casos, aunque sus estudiantes más jóvenes a veces no se enteran jamás, el profe de Generaleses un académico pleno, respetado profesor, autor de libros, conferencista internacional y director de tesis de postgrado sobre su especialidad; pero nada de eso le impide o lo aleja de inventar con ingenio y agudeza explicaciones, ejercicios y tareas originales y divertidos que la hagan asequible a quienes por primera vez se acercan a ella, a quienes nunca la visualizaron como “carrera” o tema de investigación. Ése es otro de sus rasgos distintivos: el profe de Generalesdisfruta tanto el contacto humano y docente con sus jóvenes y legos estudiantes de las asignaturas de Estudios Generales que --permítanme la exageración-- pagaría por dictarlas.
La razón es sencilla: en esos cursos él sabe cómo despertar el interés y el entusiasmo por lo que enseña. Inventa formas alternativas y a veces muy poco convencionales para facilitar el aprendizaje. Sorprende con originalidad. Explica con claridad. Reta con agudeza. Aporta con generosidad. Exige con gentileza. Escucha con paciencia. Comparte con franqueza. Enseña la necesidad del rigor. Hace apreciar el conocimiento como deleite del intelecto y la sensibilidad. Estimula un diálogo en el que puede haber diferencias de opiniones y posiciones, pero no puede faltar el respeto y las buenas maneras. No tiene miedo de corregir. Comunica el gusto por una expresión oral y escrita que conjugue corrección con eficiencia comunicativa.
En los años ochenta y noventa conocí varios colegas como Rafael Tomás Caldera, Ana María Rajkay, Cristian Álvarez, Marisela Hernández, Pedro Pablo Yáñez o Lourdes Sifontes, que según creo encarnaron ese perfil de manera sobresaliente. Quien realizó ese ideal con plenitud fue mi admirado Iraset Páez Urdaneta, a quien muchas tardes dejé en su oficina de decano de Estudios Generales enfrascado en animadas conversaciones sobre mitología griega, literatura japonesa o los cuentos de Borges con varios estudiantes que no aceptaban que su clase se les hubiera acabado tan pronto. La revista Universalia, en su primera etapa, fue concebida y realizada en aquella misma oficina. Todos ellos y muchos otros profes de Generalesfueron para mí fuente de estímulo y buen ejemplo.
Es cierto: se trata de virtudes apreciables y deseables en cualquier docente, pero imprescindibles para un verdaderoprofe de Generales, porque su clientela académica (con perdón del término) no suele sentarse frente a él por una definida elección profesional, como en los cursos de su carrera, sino por intereses o aficiones secundarias, en el mejor de los casos, y en el peor, por razones que tienen más que ver con el azar (que a veces se denomina “único horario posible”) o por creencias a menudo ilusas y siempre deleznables como “aprobaré con mínimo esfuerzo” o “me servirá para subir el índice académico”. Por eso el profe de Generales tiene que ingeniárselas para seducirlos, motivarlos y mantenerlos activos y participativos.
El esfuerzo vale toda la pena del mundo porque no siempre, pero en algunos casos, se produce una respuesta que supera sus expectativas. Así motivados, los estudiantes son capaces de ser ellos quienes lo sorprenden a él con la inteligencia, creatividad y originalidad de su respuesta, al atreverse a innovar en la presentación de sus trabajos, luego de haberse documentado en fuentes que son para él un verdadero descubrimiento, luego de haber experimentado la sinergia del trabajo en equipo. Como suele suceder, tras un trabajo honesto y consecuente, a veces, se produce el milagro. Son momentos que perduran en la memoria y de los que en ocasiones surgen amistades para toda la vida.
No siempre sucede así, insisto. Pero el profe de Generales siente a veces la certeza de que ha dado en el clavo. Que ha despertado en esos pichones de ingenieros, de arquitectos o urbanistas, de matemáticos, físicos químicos o biólogos, nuevas y valiosas dimensiones intelectuales (la valoración de la música o la lectura literaria, la preocupación social, política o ambiental, la frecuentación de la filosofía o el interés por su salud física y psíquica, por ejemplo) que serán valiosas compañeras de su profesión y que les servirán de por vida.
Durante algunos años me correspondió acompañar como decano las graduaciones desde el presidium de las Autoridades. Y no pocas veces algunos de mis exalumnos de generales, ya diploma en mano, me transmitieron con su mirada, con su sonrisa y con la intensidad de su apretón de manos que aquellas horas de docencia les habían dejado algo perdurable y valioso que los había convertido en mejores profesionales y mejores seres humanos.
Sartenejas, febrero de 2011.