Prof. Rafael Escalona
Ray Bradbury publicó en 1953 Farenheit 451, número que en el título hace alusión a la temperatura de combustión del papel. En esa novela, los bomberos no se dedican a apagar incendios. En la sociedad distópica donde se desarrolla la historia, los bomberos tienen la misión de quemar libros, ya que según los gobernantes, leer impide a los ciudadanos “ser felices porque los llenan de angustia”. Según el razonamiento de la casta militar gobernante, al leer, instruirse y aprender, las personas empiezan a ser diferentes cuando deberían ser todas iguales. ¡Ciertamente, el leer es considerado para algunos regímenes políticos como una actividad altamente peligrosa y subversiva1
En contraposición a una presencia de mensajes audiovisuales permanentes y avasalladores, la lectura y su proceso casi se ve como un atavismo culturoso, una actividad demodé que va en contra de la dinámica comunicacional imperante: rápida, inmediata, abierta y pública. El twitter, el facebook, el blogspot, el intercambio de pins entre modelos más sofisticados de blackberrys, todos ellos atentan contra una actividad lectora, que por naturaleza y esencia es calmada y aislada, privada, algunas veces íntima, que exige al mismo tiempo concentración y entrega por parte del lector.
Ya se habrá advertido que no me refiero a la lectura superficial que inducen los medios electrónicos antes señalados, o al revoloteo pseudo-lectural de hojear una revista o un periódico de circulación breve y fugaz. No. Me refiero obviamente a ese proceso mediante el cual se crea una vinculación afectiva y casi simbio-neurológica entre un lector y un libro.
En la Universidad Simón Bolívar, entre los méritos que han tenido y tienen las asignaturas de Estudios Generales desde su instauración y a lo largo de su historia, es que casi todos ellas obligan, y en el mejor de los casos, persuaden y convencen, a los estudiantes a lecturas extensas e intensas. De hecho, algunas veces los cursantes de Estudios Generales han pasado de ser lectores avezados a escritores incipientes. Es más, en ciertos casos muy elocuentes, han propiciado el descubrimiento de una auténtica vocación por la escritura. ¡Ingenieros y licenciados en ciencias básicas que concursan y ganan en poesía, ensayo, cuentística o crítica literaria!
Pero ciertamente, más allá de estimular y propiciar uno de los procesos cognoscitivos más complejos y elevados del cerebro del homo sapiens, si transmitimos, recuperamos o propiciamos el gusto por la lectura por sí misma, ya habremos logrado mucho para la formación integral de nuestros estudiantes.
En conclusión, y recordando al maestro Santos Urriola, un muy recordado colega y Decano, la incitación a leer que procuran estas asignaturas de libre elección y obligatorio cumplimiento, conlleva facilitarle al estudiante conocer y aprehender su realidad y de comprenderse mejor a sí mismo, ofreciéndole una ocasión de ayudarle a formarse en tanto ciudadano responsable, estudioso inteligente, usuario eficaz de su propio idioma y sobre todo una persona que propenda en todo momento a su propia autorrealización.
Prof. Rafael Escalona