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De la lectura y la escritura en el Ciclo Básico

 

Comprensión lectora. Desarrollo de habilidades para redactar. Capacidad de síntesis y de ampliación. Elaboración de esquemas, de comentarios, de textos expositivos y argumentativos. Desarrollo de habilidades para acercarse al hecho literario y artístico.

 

A grandes rasgos, son éstos los aspectos que los programas de Lengua y Literatura abarcan durante el Ciclo Básico que cumplen los estudiantes que ingresan a la USB. Expuestos así, tan fríamente, parecen ser simples estrategias para, de manera quizás mecánica, leer y escribir adecuadamente. Sin embargo, lo cierto es que las frases con las que inicié este texto esconden tras su sencillez una complejidad que espero poder presentar a continuación.

 

Es natural que al comienzo del año académico, muchos estudiantes entren al aula donde se imparten los cursos de Lenguaje con una actitud un tanto defensiva. Quizás ven a su docente de esta materia como una especie de corrector inclemente, que los va a torturar con reglas y normas ortográficas, que les va a forzar a hacer ejercicios aislados para aprender a conjugar los verbos, que les dictará clases magistrales sobre el uso de tal palabra o frase, sobre la corrección o no de un giro del habla. Un ser que es diferente de ellos porque se ha dedicado a un área de estudio que está un tanto distante de la que escogieron. Un profesor de Lenguaje frente a futuros ingenieros, arquitectos y científicos, parece lucir un tanto fuera de lugar o, en todo caso, parece tener un lugar extraño: “Dime que escribo mal, corrígeme y dame la clave para darte gusto y salir de esto”, seguro es un pensamiento que ronda las mentes de muchos de los nuevos estudiantes.

 

Pasado el susto inicial que toda nueva experiencia supone, creo que los jóvenes se llevan una sorpresa cuando descubren que en Lenguaje las clases magistrales son escasas, por no decir que no existen. Lo que hay  es un docente que desde el primer día les requiere que escriban, que demuestren sus capacidades lingüísticas, no tanto o no sólo para corregirlos, sino para poder conocerlos a ellos. Y es que para el profesor de este curso, conocer a un estudiante no es saber su nombre o reconocer su rostro; es identificar su forma de escribir, comprender la forma en que comprende el alumno, adentrarse en su mundo. Esto es lo primero: el profesor quiere entender cómo sus jóvenes entienden y aprenden, para poder llegar a ellos. Así, esa imagen de suerte de cancerbero lingüístico comienza a derrumbarse: el profesor es cercano, está abierto a las preguntas y dudas de los jóvenes, no se dedica simplemente a señalar las fallas, sino que apunta hacia las fortalezas de cada quien.

 

Los cursos de Lenguaje, descubren los estudiantes, son dinámicos y prácticos. La lectura y la escritura se ven como procesos integrados, que están fuertemente articulados y que suponen habilidades que señalan a un mismo lugar: que el estudiante sea capaz de comprender textos académicos y artísticos y que pueda escribir sobre ellos, y también construirlos. Para ello, una novedad para los jóvenes, no hay otra fórmula que adentrarse en el mundo de las letras. Algunos piden soluciones fáciles: “Dime cómo logro sintetizar lo que dice este texto”. No hay una clave, les dice el profesor. Sólo la práctica y el esfuerzo son la respuesta.

 

En ese sentido, lo que enseña el profesor es cómo, desde el punto donde se encuentra el estudiante, alcanzar las metas que los programas de LLA (código general de los cursos básicos de Lenguaje) proponen. Así, el profesor en primer lugar le pide al estudiante que se tome el tiempo necesario para, por ejemplo, hacer una lectura. Esto, que parece sencillo, es toda una nueva realidad: leer requiere de tiempo, leer no es pasar la vista por una página escrita sino adentrarse en un mundo que el texto presenta y para comprenderlo cabalmente hay que respetar el pacto de lectura que el autor muestra. No es lo mismo leer un mensaje en el celular, un texto breve y hecho para ser consumido con velocidad, que acercarse a un material de cinco páginas, digamos, que ha tomado quizás días en ser escrito y que por tanto, supone un tiempo relativamente extenso de lectura. El profesor enseña, por tanto, que ese tiempo de lectura no tiene por qué ser una tortura, como quizás al comienzo piensan los estudiantes. Y es que el profesor escoge sus lecturas pensando en ellos, en sus alumnos. El  profesor sabe que son jóvenes que aún están desarrollando sus capacidades lingüísticas y que no puede, que sería contradictorio con lo que postulan los cursos de Lenguaje, hacerles leer materiales que van más allá de sus capacidades. El profesor, en este sentido, se ha tomado tiempo para buscar lecturas a través de las cuales el estudiante se inicie en el intricado mundo de las lecturas académicas y artísticas. El profesor no “espanta” al estudiante; lo seduce, lo atrae, le muestra que el mundo de las letras está poblado de materiales vivos, que simplemente están callados y que sólo están esperándolo para hacerse escuchar.

 

El proceso de la escritura es semejante. El estudiante se enfrenta a un profesor que, simultáneamente a proponerle lecturas, incita la escritura alrededor de ellas. Puede ser que pida el resumen de un texto, o un comentario sobre él, o un texto expositivo-argumentativo generado a partir de la lectura. En cada caso, el profesor acompaña al estudiante en el desarrollo de su escritura. No es que le dice: “Escribe” y luego corrige. No. El docente sigue con celo la forma en que cada material es desarrollado y motiva al estudiante a que utilice todos los recursos que están a su alcance para que su texto sea, no simplemente adecuado, sino excelente. El profesor dice, en general: “Escribe no sólo para ti, sino pensando en tu lector”. Y esto es algo nuevo para los jóvenes: no se le pide   textos que lo complazcan al docente, pues no es, como ya dijimos el dictador del aula, sino textos que puedan ser comprendidos por otro lector exigente, exigente, como el propio profesor le ha pedido al estudiante que sea con los materiales que lee. El estudiante así, se sumerge en una realidad de palabras, sobre todo escritas. No hay salida de este mundo; en realidad, estamos inmersos en él, aunque no nos demos cuenta. Todas las nuevas tecnologías y formas de comunicación implican habilidades de escritura y de lectura, aunque, es cierto, las que se desarrollan en las aulas de LLA son un tanto particulares, como ya hemos dicho, pues son habilidades que suponen la comprensión y redacción de textos académicos y artísticos. Pero de lo que se trata es de que el joven aprenda a distinguir el uso de lectura y la escritura en Twitter de la que se necesita para comprender un ensayo, un artículo científico o académico. Ahora bien, y distinguiéndolos, el estudiante también descubre que las puede articular, que quizás las habilidades sean distintas, pero no están completamente divorciadas. Cuántos malentendidos hubieran podido ser subsanados si un mensaje veloz hubiera sido comprendido con cierto detenimiento. Si vivimos en el mundo de palabras escritas en general, cuando se entra a la universidad se toma contacto con un mundo particular de palabras y el estudiante, como miembro de la comunidad académica, debe expresarse y hacerse comprender en este mundo.

 

 ¿Vale la pena o rinde sus frutos el esfuerzo que tanto el profesor como el estudiante ponen en estos cursos, tal como los he descrito? Ciertamente que sí. No hace mucho encontré a un antiguo alumno al que le había dictado uno de los cursos de Lenguaje. Lo saludé y le pregunté sobre su rendimiento académico. Su respuesta fue  muy satisfactoria; me dijo: “No sabe cuánto he utilizado las estrategias que usted nos enseñó para desarrollar textos argumentativos”. Ya en Ciclo Profesional, ya en carrera, este joven me demostró que lo impartido no cae en saco roto. Que los estudiantes perciben la continuidad que va desde los cursos básicos de su primer ciclo en la universidad hasta los más avanzados.

 

Es hermosa, por otro lado, la tarea de servir de guía en el mundo en las letras académicas. Ser testigos de la sorpresa del nuevo descubrimiento, del reconocimiento de un logro, es algo invaluable. Estar en contacto con la frescura de los nuevos jóvenes que llegan a la universidad nos lleva a tener un pie en tierra. Es un reto que la realidad nos impone: conquistar a los alumnos de reciente ingreso y ganarlos para el mundo de la escritura académica y artística.

 

María del Carmen Porras