Por Fernando Torre Mora est. Ing. de Computación
-¿Cuánto falta?- inquirió José.
-Siete años, nueve meses, y tres días,- gruñó Pedro en respuesta desde su litera. -¿Quieres dejar de preguntar eso?
-Ya quiero llegar,- chilló José emocionado, ignorando su réplica respondona. -¿Crees que sea muy diferente de la Tierra que recordamos?
-No, no lo creo,- recitó Pedro, fastidiado. -¿Te quieres callar? ¡Estoy tratando de dormir!
-Pero, Pedro, ¡tan sólo imagina! ¡Ya casi llevamos la mitad del camino! ¡Un mundo nuevo, esperando por nosotros! Me vas a decir que no te emociona?
-¡Lo sería, si no llevaras diciendo eso los últimos cinco años!
-Cin… Ah, siempre se me olvida que subiste en Urano
-A pesar de todo lo que me incordiaste por eso.
-Vamos, Pedro; ¿qué no lo ves? El hecho de que…
-¡Duérmete ya!- interrumpió Pedro. -¡Además, están por quitar la luz!
Y en efecto, como si hubiera estado esperando a que Pedro lo dijera, en ese momento una voz anunció por el altoparlante el “¡Fuera luces!” y todo quedó en tinieblas.
-Sí, tienes razón,- exhaló José. -Mañana será otro día.
-¡Pedro!- llamó José desde lejos. -¿Quiénes son tus amigos?
Pedro se hallaba en la sala de recreo hablando con un par que José no conocía.
-Yo soy Pablo y él es Andrés,- dijeron, a manera de presentación. -Nos acaban de reclu…
-tar,- interrumpió Pedro, terminando la frase.
-Me llamo José,- les respondió José. -Pero hagan lo que hagan, no me digan “Pepe”.
-¡Ah! Tú eres el compañero de Pedro!- exclamó Andrés, con una repentina comprensión incomodante. -Hemos oído burda de cosas ti.
-¿Ah, sí?- preguntó José, mirando a Pedro con curiosidad. -¿Cuáles cosas?-
Pedro le lanzó una mirada de advertencia a Andrés.
-¡Pues, de cómo no dejas al pana Pedro dormir! Ya sabes, la emoción y eso.
-Ah, es eso?- José se permitió una carcajada. -¡Creí que sería otra cosa! Pero díganme, ¿de dónde son?
Pablo y Andrés voltearon a ver a Pedro. Pedro les hizo un gesto con la mano que claramente les decía, “adelante, díganle.”
-¡Pues, de la Tierra, claro, como ustedes!
-¿Ah sí? ¿Y acaban de subir?
-Sí,- dijeron los dos al unísono.
-Pero en donde vivían? Creí que no habría más paradas hasta Luyten 789-6!
Pablo y Andrés se miraron las caras risueñamente.
Pedro rápidamente tomó el control de la conversación: -¿Qué, no te enteraste? Ayer nos alcanzó una nave de transporte de Lacaille 9352. Pablo y Andrés están entre los que hicieron transbordo… ¿no es verdad?
Los dos asintieron con la cabeza.
-Y… ¿ya los asignaron?
-Ah, sí,- dijo Andrés con desdén. -Parece que nos van a tener un rato en plom…
Andrés sintió un golpe detrás de su cabeza y volteó a ver a Pedro. Pedro se hizo el inocente, pero Andrés entendió y se corrigió: -…en las reservas de aire.
-¡Ah, pero si ese es el trabajo más importante en la nave! ¡No muchos logran que los asignen ahí!
-Ni que quisie… ¡Ay!- El comentario de Pablo había sido interrumpido por otro golpe en la cabeza.
-Mira, Pedrito, te lo voy a decir sólo una vez…
Pero no pudieron saber lo que sea que Pablo iba a decir sólo una vez, pues en ese momento, se oyó por el altavoz, “Terminó el recreo; ¡todos vuelvan a trabajar!”
-Seis años, un mes, y cinco días,- suspiró Pedro. -Creí que nunca vería el día.
Pedro guardó otro libro en la maleta; ya casi no quedaba espacio.
-¡Pedro! - exclamó José. -¿Qué haces vestido así?
Pedro se sobresaltó. No lo había oído entrar.
-Y tu uniforme de tripulación?
-Ya no soy parte de la “tripulación”,- dijo Pedro, volviéndose. -Ya cumplí mi tiempo.
-¿Qué, tu viaje no duraba siete años? ¿No ibas a ir hasta Gliese 876 c como yo?
-Me dejarán salir antes por buena conducta.
-¿Vas a bajarte aquí? ¡Luyten 789-6 es un sistema con tres soles! ¡No vas a resistir!
Pedro lo ojeó con preocupación. “José, yo…”
-¡Muévete, bola de grasa!- gritó el supervisor. -¡No tenemos todo el día!
Suspiró. -Sólo quería dejarte el Catálogo de Estrellas.
-¿De pana?
-Síp,- dijo, tomando el libro que acababa de colocar en su maleta. -Yo ya no lo voy a necesitar.”
“¡Guau, gracias!”
José se sentó con su libro y comenzó a hojearlo. Pedro cerró su maleta, la recogió, y comenzó a dirigirse hacia la puerta.
-José…
-Ajá?
-…cuídate.
-¡Olé, hatajo de inútiles!- gritó el supervisor, con su notable acento español. -¡Hoy trabajaremos por fuera! ¡Acaba de llegar un cargamento de pintura, y podéis apostar a que vamos a gastarlo!
-Ahora bien,- continuó, -¡quiero que todos estéis impecables! ¡Ningún tío sale si no tiene su casco! Si veo un traje haraposo, una cremallera abierta, os enviaré a confinamiento solitario. ¡Estáis claros?
-¡Sí, señor!- cantaron los hombres al unísono.
José miró a su izquierda. Su pareja para esta salida era nuevo.
-Disculpa, ¿cómo te llamas?
-Me llaman Billy el destripador,- contestó con una voz gruesa y amenazante.
-¿Billy? Soy José. ¿Tú por cuánto vas a estar aquí?
-¡Me dieron ciento quince años!- gruñó fuertemente.
José silbó. -Te espera un viaje largo en verdad.
-No me digas
-Mi viaje termina en unos seis años,- dijo José, tratando de mantener la conversación.
-¿Viaje?- repitió Billy, y se rió para sus adentros.
-¿Qué es tan gracioso?
-Nada.
-¡Olé!- gritó el supervisor, -¡Ojos al frente! ¡Preparaos para salir!
Sonó una alarma, y las inmensas puertas que los separaban de la desolación en el exterior, se abrieron. Marcharon hacia afuera, asegurándose de caminar junto a la pared.
-¡Distribuíos a lo largo del muro, hombres!- dijo la voz del supervisor a través del radio.
José y Billy quedaron juntos, y comenzaron a pintar.
-Sólo es tu forma de ver las cosas,- dijo Billy.
-¿Disculpa?
-Dijiste que era un viaje, como si estuvieras aquí por gusto.
-¡Vamos, no creo que nadie esté aquí en contra de su voluntad!
Billy se rió a carcajadas. -¡Ésa es buena! Pero hay que ponerse serio. ¿Por qué estás aquí?
-Voy para Gliese 876 c.
-¿Qué?
-Gliese 876 c. Bueno, a una de sus lunas. 876 c en sí es un gigante gaseoso.
-¿De qué estás habland…? Mira, cállate y escucha un momento. Yo estoy aquí por desmembrar a un degenerado que intentó robarme en mi apartamento. ¿Y tú?
José estuvo en silencio un rato. -Es broma, ¿verdad?
-No sabes cuántas veces he deseado que lo fuera.
-Pero no entiendo. ¿Por qué los asentamientos de Luyten 789-6 aplicarían el destierro penal? ¿Que los asentamientos no necesitan, por definición, toda la población posible?
-¿Luyten? ¡No, Dallas!
-No, no. Me refiero a la estrella. Cuando yo salí de la Tierra, aún la denominaban Luyten 789-6.
-¿Cuál estre…? Mira, otro ejemplo.- Billy hinchó sus pulmones. -¡Hey, tu! ¡Fideo escurrido!
-No tienes que gritar,- susurró José, -todo se transmite por la radio.
Un hombre delgado que estaba pintando a unos tres metros, volteó.
-¿Quién? ¿Yo?
-Sí, tú. ¿Por qué estás aquí?
-¡Por quitarle a mi abogado su casa cuando me quitó mi mujer!
-¿Ves?- dijo Billy, volviéndose a José.
-Pensándolo bien, no parece tan buena idea transmitir esas cosas por la radio.
-Ahora te toca. ¿Por qué estás aquí?
-Lo raro es que él se montó en 53 Aquarii. Tal vez debería haber una revisión general de los gobiernos de las colonias.
-Oh, por D… ¡Oye tú! ¡Anciano! ¿Cuánto llevas aquí?
-Veintitrés años, ¡y los que me faltan!
Billy se volvió a José. -¿Y bien?
-Eso sí es raro. Debió haberse montado en el último viaje con destino a la Tierra pero… ¿por qué no se bajó al llegar a su destino?
-Coño, ¿no entiendes? ¡Estamos aquí como reos! ¡Somos la escoria de la sociedad! ¡Nadie está aquí porque quiera y nadie se baja porque quiera porque esta mierda no va a ningún lado!
-Billy, deberías calmarte. Ya estás gritando. Vas a gastar tu reserva de aire.
-¡QUE NO HAY NINGUNA MALDITA RESERVA DE AIRE! ¡SÓLO ESTAMOS TÚ Y YO Y EL MALDITO CARCELERO!
-Dice que le digamos “supervisor”
-¡ME IMPORTA UN COÑO CÓMO LE DIGAS! Pero créeme, si no estuviera aquí, cómo me gustaría destrozarte la maldita cara.
-¿Quieres pegarme? Adelante, hazlo. El visor aguanta de todo, y te servirá para calmarte.
-Visor?!? … ¿QUIERES QUE TE GOLPEE?
-Golpéame. Hazlo.
-¡PUES TOMA!
José despertó en una habitación completamente blanca.
-¿Dónde estoy?
Le sorprendió ver una máquina de electrocardiograma titilando a su lado.
-No lo entiendo,- se dijo a sí mismo. El visor… debería haber aguantado… ¡y si no aguantó, debería estar muerto!
-Veo que el paciente ha despertado,- dijo una voz que José no conocía.
Volteó para ver de dónde venía, y encontró a un hombre de bata blanca.
-Soy el Doctor Smith,- dijo el hombre, -Psiquiatra de esta institución.
-¿Psiquiatra?- repitió José. -Pero…
-Oh sí, el “destripador” barrió el piso con usted; pero me temo que su problema es más de la psique que fisiológico.
-¿Qué quiere decir?
-Su problema es una condición previa que viene de mucho tiempo atrás. ¿Recordará que le solicité que viniera a verme?
-La carta del “médico de abordo”… así que fue usted quien…
-Así es. Y a pesar de eso, no vino.
-¡Iba a venir ese día, en serio!
-Es lo que todos dicen cuando ya han pasado las cosas.
-Pero… ¿de qué quería hablarme?
-Has estado jugando un juego peligroso, José. Negando la realidad… viviendo una fantasía… es como una mentira que uno se cuenta a uno mismo, Y como todas las mentiras, tarde o temprano se salen de proporción.
-¿Qué?
-Cuatro años atrás, le dijiste a Pedro que “ya no aguantabas”, así que empezaron un jueguito. Pedro, siendo marino retirado, dijo que esto era igual que andar en barco, así que deberían fingir que era un viaje por mar para hacerlo más ameno. Dijiste que no había un océano lo bastante grande como para hacer las veces de un viaje tan largo, así que hicieron que su viaje fuera a través del espacio hasta la única estrella que estaban seguros tenía planetas.
-Pero se adentraron de más en él,- continuó. -Después de un par de años, ya no podías distinguir la realidad de tu juego, y con un año más, excluiste tu situación real por completo.
“¿Pero cómo…?”
“Pedro me escribió una carta después de que salió.”
“¡P…p…pero si eso es imposible! No hay forma de que esa carta pudiera llegarnos si la escribió después de bajarse…”
José levantó la mirada. El Dr. Smith estaba sosteniendo un papel en sus manos.
José lo arrancó de sus manos y se sumergió en él. En efecto, había sido escrito por Pedro. Estaba fechado varias semanas después de su partida y hablaba de lo que estaba haciendo ahora. Y, como había dicho el doctor, hablaba de cómo José se había engañado a sí mismo.
-Yo… esto… te daré un tiempo a solas,- dijo el doctor gentilmente.
-Game over,- susurró José para sus adentros, admitiendo su derrota.
-Esto… un abogado pasará por aquí más tarde,- agregó el Dr. Smith, -Tus papeles de Liberación por Buena Conducta están listos.- Y con esa noticia, salió de la habitación.
Pero José sólo podía pensar en una cosa: no existían los viajes espaciales, ni gente abordando o desembarcando en otros planetas. Todo había sido una ilusión.
La alarma sonó, y la puerta por la que había salido tantas otras veces, convencido de que era una cámara de aire al espacio exterior, se abrió.
Anduvo por el camino con la cabeza gacha, ignorando la belleza de los campos que separaban la prisión de la ciudad. Estaba donde había empezado. No había ido a ningún lado; sólo había estado recluido por ocho largos años.
Llegó a un cruce, donde había una parada de autobús que parecía haber sido puesta ahí en su espera. Levantó la mirada, y vio a la gente pasar.
Pero lo que vio lo dejó atolondrado.
Todas las personas tenían unos cables conectados en los oídos. Nadie llevaba libros, ni periódicos; los que leían, lo hacían de unas diminutas pantallas brillantes. Los carros se paraban en los semáforos, esperaban a que cambiaran, y subían a una rampa para andar por un viaducto que pasaba sobre su cabeza y serpenteaba entre los edificios.
Pero, ¿eran carros? Eran todos redondeados y aerodinámicos; ¡de seguro eran producto de un ingenio… extraterrestre!
-Lo logré,- se dijo a si mismo. -¡Lo logré! ¡Llegué después de todo! ¡El doctor estaba equivocado, esto es Gliese 876 c!
Volteó en dirección de la prisión, y vio un fuego artificial subiendo desde atrás de la misma.
¿Un fuego artificial? No. Era la nave especial, que se había separado de su muelle en el puerto espacial. Su hogar durante los últimos nueve años estaba despegando y dirigiéndose a su próximo destino; la próxima estrella.