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Un tango para Javier y Geraldine

 

─Javier, cariño, ¿ya estás listo? No quiero seguir esperando, ¡tenemos que empezar!─exclamó Geraldine, mientras terminaba de recoger su larga cabellera en un moño como el de las bailarinas de ballet, y observaba en el espejo del salón cómo le estaba quedando.

─ ¡Ya voy, mujer! ¿No ves que estoy terminando de ponerme los zapatos?─ respondió mientras entraba a la habitación con las trenzas desamarradas.

Su intempestiva llegada asustó a Geraldine, quien corrió hacia la mesa donde había dejado la caja con sus zapatos de baile y se sentó en la primera silla que encontró, dispuesta a ponérselos antes de que su marido llegara. No lo logró.

─ Pero miren quién apura a quién: ¡Ni siquiera tenías puestos los tuyos! Al menos a mí solamente me falta amarrarme las trenzas─ observó Javier, mientras caminaba tranquilamente hacia la silla más cercana a la que había elegido Geraldine. Ella lo miraba, un poco molesta por sus palabras.

─ Jay querido, sabes bien que de los dos, siempre eres el que tarda más en arreglarse cuando es momento de bailar. Desde que te conocí siempre has sido así y, francamente, no creo que vayas a cambiar─ comentó ella, que ya había terminado de ajustarse el zapato izquierdo y le daba los últimos toques al derecho.

─ Es que cuando se trata del tango me emociono mucho. Seguramente escuchaste la última parte de La Cumparsita hace unos instantes, ¿verdad? Me encanta poner música cuando me preparo para hacer algo, pero como el tango es especial, me distraigo pensando en la letra y cierro los ojos para escuchar el bandoneón, y entonces se me va el tiempo─ explicó Javier, quien ya estaba completamente listo para comenzar.─. Además, si no fuese así, seguramente no me querrías tanto, ¿verdad, mi amor?─ dijo, mientras se acercaba por detrás de la silla hacia ella. Geraldine levantó la cabeza y Javier la besó con ternura.

─ Tienes razón cielo, aunque no me guste admitirlo… Además, mientras buscaba qué ponerme estaba más dedicada a tararear Barrio de Tango que a elegir el vestido que usaría, así que también soy culpable─ dijo sonriéndose mientras se ponía de pie. También estaba lista. Se había puesto uno de los vestidos que usaba para practicar, y aunque ya se notaba algo desgastado, no dejaba de sentirse especialmente cómoda cuando lo usaba. Además, era de su color favorito.

Era una tarde fresca. El sol iluminaba el lugar y el cielo estaba despejado. Habían decidido acondicionar una de las habitaciones de la casa para que fuera un salón de baile; hacía casi un mes que los obreros habían terminado de instalar los espejos y la madera del piso. Como a ambos les gustaba tanto bailar y tenían muchos amigos con los que compartían esa pasión, no escatimaron en gastos al momento de elegir los materiales de que estarían hechos los muebles, la madera del piso, la decoración de las paredes, las cortinas y el equipo de sonido. El salón ocupaba casi las dos terceras partes de la planta baja de la casa; y como la vivienda era bastante grande, el salón también podía usarse para fiestas a las que asistiera una cantidad considerable de invitados.

─ ¿Qué tango te gustaría escuchar para empezar, Gee?─ le preguntó mientras conectaba las cornetas, colocaba el iPod en el sitio indicado y buscaba en las carpetas de Artistas. Como tenía tanta música en su reproductor, era mucho más sencillo encontrar una canción de esa forma, o buscando en Álbumes o en Géneros que buscando directamente en el mar llamado Canciones.

─ El que más te provoque ─respondió ─. En este momento no tengo preferencia alguna. Si quieres, para que sea más sencillo, hazte la pregunta: ¿Qué tango me llama? ─le recomendó a Javier.

─ Está bien ─ exclamó. Y se concentró unos instantes, formulando la pregunta en su cabeza. Poco después recibió la respuesta que buscaba─. Listo, ya podemos empezar.

Comenzó a sonar Organito de la tarde y de inmediato, las delicadas primeras notas de la orquesta de Carlos Di Sarli inundaron la habitación.

─ Di Sarli, ¿verdad? ¡Buena elección!─ exclamó animada ─. Pareciera que esa pieza hubiera sido creada para comenzar cualquier práctica... ¿Calentamos?

─ No lo dudes ─respondió.

Como encargado de la música, Javier había dispuesto varios grupos de canciones, dependiendo de la etapa de la práctica. Para ese momento estaba sonando la primera lista de reproducción. Como le encantaba no saber qué canción vendría a continuación, lo había dispuesto de tal manera que el proceso de selección fuera aleatorio dentro de cada una de las listas.

Se colocaron en la posición de pareja que incluía el abrazo y comenzaron a caminar: Javier hacia adelante, Geraldine hacia atrás. Recorrieron todo el borde de la pista deslizando suavemente sus pies o,0 mejor dicho, arrastrando suavemente sus pies. Hicieron cambios de frente y alternaron largas caminatas rectas con caminatas cruzadas: esas figuras de ocho desplazados que tan vistosas lucían en ellos. Javier se imaginaba parejas de bailarines en la pista que podrían obstaculizar su desplazamiento para practicar cómo cuidar a su pareja de posibles choques.

Por su parte, Geraldine se concentraba en sentir la respiración de Javier y, principalmente, en percibir la intención de movimiento que le transmitía con el torso. Trataba de no descuidar las indicaciones que le daba en la espalda mientras bailaba con los ojos cerrados. Siempre le había gustado bailar el tango con los ojos cerrados, puesto que sentía que se olvidaba de todo menos de su pareja y por ende, le prestaba la máxima atención.

Y así, solamente caminando, cada uno le transmitía al otro, en un lenguaje hecho de gestos y sentimientos, sus alegrías y tristezas, sus dudas y sus decisiones, sus anhelos y sus pasiones. Por más que expresaran con la palabra o bajo las sábanas cuánto se querían, no había una mejor vía de comunicación para ellos en este aspecto que superar el baile, y específicamente, bailar al ritmo de las piezas de Gardel, Troilo, Pugliese y Piazzolla.

─Creo que ya calentamos lo suficiente, Jay─ dijo Geraldine, cuando terminó de sonar el último tango del grupo.

─ ¡Excelente! Pasemos a algo más divertido: Vamos a practicar las figuras y las variaciones, y así tendremos un baile completo─ propuso Javier. Fue hacia la mesa en donde estaban las cornetas y el iPod, y seleccionó el siguiente grupo de canciones, sonriéndose porque le había preparado una sorpresa a su esposa. Geraldine no se dio cuenta de ello.

Con las notas de Don Juan se colocaron ambos nuevamente en posición. Javier le iba avisando qué figura practicarían, una tras otra, de manera que no se detuvieran. A pesar de que a ella no le gustaba que le dieran tantas órdenes, solía tomárselo con calma cuando se trataba de bailar, porque en el tango, el hombre era el que llevaba la batuta.

─Una base de ocho… Bien. Una base de seis… Un sanduchito… Cuidado con el pie cuando vayas a pasar… Bien. Una lápiz… ¡Qué bonito! Ahora una paradita… Un voleo por aquí… Una castigada… ¡Con carácter! De nuevo… ¡No tanto! Un cuchillo… Una sacada… Movámonos un poco con algunos ochos hacia adelante… Ahora hacia atrás...

Así siguieron mientras terminaba la primera canción y comenzaba Ventanita de Arrabal. Luego le siguió La Tupungatina. Apenas terminó de sonar, completaron la figura que estaban haciendo y se detuvieron para hacer una pausa.

─Creo que vamos bien. Todavía me cuesta un poco controlar mi peso y el tuyo, Gee, pero solo un poco. Debo felicitarte por cierto, tus movimientos son cada vez más elegantes

─Gracias, pero tengo que mejorar también mi cambio de peso. Pero, ¿por qué nos detuvimos? ¿No debería seguir sonando la música?

─Creo que es momento de que practiquemos como se debe, amor.

─ ¿A qué te refieres? ¿Lo que estábamos haciendo antes, no era practicar?

─Sí lo era, pero estoy convencido de que así nunca será lo suficientemente efectivo. Tenemos que liberarnos de todos esos nombres y cuentas mentales que nos enseñaron, y simplemente dejarnos guiar por la música y por lo que nos transmite.

─ ¿Estás loco? ¿Cómo vamos a desprendernos de todo eso, así nada más? Por algo se han establecido grupos de movimientos llamados figuras, ¿no? Se han hecho para que el baile sea más elegante, sea ordenado. Tanto el hombre como la mujer los aprenden, y cuando él inicia uno de esos, ella responde como debe ser ─Javier la miraba atentamente, un poco sorprendido por su reacción. Ella continuó–. No puedes ir por la vida a lo loco, nadie puede. Para eso están las leyes, las normas que facilitan la convivencia entre seres humanos. Hay reglas para todo, incluso para enamorarse. ¿Por qué crees que hay tantas parejas en el mundo? Porque cada una hace lo que la sociedad en que vive le dicta ─Hizo una pausa, al darse cuenta de que había exagerado un poco la situación─. Lo siento, ya sabes cuánto me gusta bailar y es por esa misma razón por la que quiero que nos salga bien. Así pues, creo que deberíamos seguir como hasta ahora; nadie se ha tropezado todavía, que yo sepa.

─Geraldine querida, primero que nada, no hace falta que te alteres ─dijo, mientras la tomaba por la cintura y caminaba junto a ella. Geraldine lo miraba─. Lo que dije no era para molestarte sino para mostrarte una manera de que las cosas funcionen mejor. A ver, como bien sabemos tú y yo, el tango no es sólo una danza, es un sentimiento que se baila, ¿correcto? ─ella asintió─. Los sentimientos son todo lo contrario de las reglas, porque no tienen un orden lógico, no tienen nada que ver con acciones que puedan ser medidas y regidas. Por eso es que no tiene sentido que bailemos el tango siguiendo los nombres y las cuentas. Me refiero a que solamente son referencias que han establecido los milongueros para identificar ciertos grupos de pasos que se han venido repitiendo en cientos de milongas, a lo largo de los años. Pero al momento de bailar, nosotros podemos crear nuestras propias reglas en base a la velocidad y el ritmo de la música que esté sonando, y por sobre todo, a lo que nuestras emociones nos digan- hizo una pausa. Estaban parados frente a una de las ventanas─. ¿Recuerdas por qué fue que te saliste de la academia en la que estabas?

─Porque sentía que me faltaba algo─ respondió Geraldine como si estuviera cansada de repetir una anécdota que había contado cien mil veces.

─Exacto, faltaba algo: sentirte dueña de los pasos y adornos que ejecutabas porque los hacías de acuerdo a lo que tu corazón y tus sentidos te dictaban. Pero nunca llegaste a hacerlo, o al menos eso percibí de lo que me contabas ─ambos miraron hacia afuera.

─Ahora que lo mencionas, en varias ocasiones quise que el baile fuera más fluido, quise hacer algo fuera de lo común, pero no me atreví sino que me concentré en seguir los pasos al pie de la letra ─admitió ella.

─ ¿Lo ves? ─se volvieron para mirarse─. Tanto el tango como el amor son especiales en eso: no deberían estar regidos por secuencias o acciones simplemente por el hecho de que muchos las copian y repiten. ¿Recuerdas las parejas de las que hablábamos hace un momento? Puedo asegurarte, querida mía, que muchas de ellas no son del todo felices. A lo mejor, si durante la etapa en que se estaban enamorando el hombre se hubiese atrevido a plantear algo diferente, algo donde él no fuese siempre el amante y ella la persona amada sino que intercambiaran roles, una relación donde ambos tuvieran la misma capacidad para opinar sobre qué era lo mejor para ambos sin dejar de lado la parte erótica, por supuesto, tal vez la gente en general sería más feliz.

─Tengo dos cosas que decir al respecto. Una es que conozco muchos casos de relaciones que no llegaron a concretarse porque el chico se puso demasiado creativo. La otra es que no me explico cómo va a existir igualdad en el tango, ya que es una regla universal que el hombre sea el que dirija el baile. ¿Cómo respondes a eso?

─Déjame pensar un poco. Con respecto a lo primero, tienes razón. Es probable que eso haya sucedido montones de veces. Los involucrados debieron haberse sentido confundidosy quizás hasta ofendidos, pero te apuesto lo que quieras a que después de eso, lo volvieron a pensar y no les pareció tan extraño. Seguramente lo vieron desde otro punto de vista y eso, de manera inconsciente, les ayudó a ser más abiertos a los cambios y a los eventos inesperados ─hizo una pausa─. En cuanto a lo segundo, es posible que a primera vista parezca que el hombre es el que manda. Pues, según mi humilde opinión, eso es cierto y no lo es ─Geraldine lo miró con cara de duda; el prosiguió─. El hombre le indica a la mujer hacia dónde moverse y con qué intensidad, de acuerdo a lo que le transmita la música, pero es ella quien permite que el sentimiento se exprese de manera más clara. Ella es quién lo potencia, quien interpreta lo que le dice sin palabras su pareja, y lo mezcla a lo que ella también percibe de la música. Es entonces cuando responde y, de acuerdo a su reacción, él podrá modificar en lo sucesivo su proposición inicial o seguir por la misma línea introduciendo cambios ocasionales, o hacer lo que se le ocurra. Lo importante es que exista una conversación, un diálogo que permita crear una historia. Y para bailar el tango hacen falta dos, ¿verdad?

─Cierto ─dijo ella.

─Sin el hombre no se puede iniciar el baile; sin la mujer tampoco, y mucho menos mantenerlo. De esta manera es como ambos tienen un papel igualmente importante, y me atrevería a decir que no sólo esto se aplica al tango sino a la vida. Alguien, ahora no recuerdo quién, dijo una vez que el tango era como la vida: un relato donde compartes con otro tus alegrías, tristezas y pasiones, donde nunca estás solo.

─Ya te estás poniendo medio poético, cariño, pero te entiendo ─dijo, mientras colocaba sus brazos alrededor del cuello de Javier.

─El punto es que ─continuó, mientras rodeaba con sus brazos la fina cintura de su esposa─, gracias a una mezcla de las indicaciones precisas, la creatividad y al abrazo firme del hombre, y a la elegancia, la sensualidad, la inventiva y la percepción de la mujer, es posible bailar el tango. Ambos son igualmente importantes. Ahora, basta de charlas, ¿Te parece bien si lo intentamos? ─La besó en la frente.

─Está bien, no es algo que vaya a matarme.

─Y lo que no te mate, te fortalece ─le guiñó un ojo─. Ahora, volvamos a lo nuestro.

Volvieron a la pista. Javier se situó en la lista de reproducción que había preparado previamente para esa etapa de la práctica: llevaba días queriendo conversar ese tema con ella, hasta que finalmente se había decidido esa mañana, y había elegido la música que más podría favorecer los ánimos.

La Milonga Sentimental los hizo comenzar con buen pie, pero cuando llegaba el momento en que Javier hacía cambios inesperados, Geraldine se ponía nerviosa y se confundía. En un par de ocasiones se quedaron detenidos, puesto que a ella le costaba adaptarse a la libertad que proponía su pareja y reaccionaba con cierta lentitud. Aparte de eso, el ritmo relativamente rápido y animado de la milonga la increpaba para que acelerara las vueltas y cambios, pero de pronto Javier colocaba la pierna de forma distinta y ella se detenía. Le siguió Café Domínguez, cuya lenta melodía inicial le dio confianza a la joven y le permitió relajarse un poco más en los brazos de su marido. El baile fue mucho más fluido, pero aun así ella seguía teniendo dudas; él la abrazaba con firmeza, tratando de transmitirle ánimos en todo momento.

Las cosas mejoraron considerablemente cuando sonó Bahía Blanca, pues era un tango particularmente especial para los dos: fue el primero que bailaron juntos y, además, era uno de sus favoritos. Javier no lo había preparado, puesto que nuevamente lo programó en Aleatorio. Los recuerdos invadieron entonces a los bailarines y las emociones, teniendo como apoyo los sólidos conocimientos técnicos de ambos, dominaron la escena. El resultado fue una danza sumamente fluida, donde cada paso tenía un significado e implicaba, tal y como debía ser, un diálogo que permitía construir una historia. Un romance de tres minutos, como algunos milongueros argentinos solían decir.

De allí en adelante, disfrutaron inmensamente cada pieza que inundaba la habitación. Las notas fuertes y sensuales del Gallo Ciego permitieron que Geraldine demostrara la razón por la que esta danza había nacido en los prostíbulos rioplatenses. A continuación, pasaron a relajarse con la Milonga Criolla y a divertirse hasta el cansancio al compás de la acelerada y juguetona melodía de Reliquias Porteñas.

─ ¡Ahora lo entiendo todo! ¡Tenías razón, Jay querido! Todo es mucho más sencillo así. Todo se disfruta mucho más ─dijo extasiada; sus ojos brillaban de alegría.

Hicieron una pausa para descansar e hidratarse.

─Tenemos que seguir practicando, obviamente, pero en lo más importante ya nos hemos puesto de acuerdo, ¡qué bien! ¡Gracias! ─exclamó mientras lo abrazaba fuertemente.

─Me alegra mucho verte tan feliz. Te quiero, cariño ─respondió Javier, y se besaron.

Caminaron lentamente por la habitación hasta detenerse en una pared donde estaban colgadas algunas fotos familiares. De inmediato, la mirada de Javier se posó en el gesto dulce de su madre y no pudo evitar expresar la tristeza que lo invadía a través de un tango canción: Sus Ojos se Cerraron. No había terminado de completar el primer verso que pronunció cuando Geraldine adivinó lo que le sucedía. Luego se le unió.

 

JAVIER

y escondida en las aguas

de su mirada buena

la muerte agazapada

marcaba su compás.

 

GERALDINE

En vano yo alentaba

febril una esperanza.

 

JAVIER

Clavó en mi carne viva

sus garras el dolor;

 

GERALDINE

y mientras en las calles

en loca algarabía

 

JAVIER

el carnaval del mundo

gozaba y se reía,

burlándose el destino

me robó su amor.

 

Hicieron una pausa.

─Recuerdo esa época. Todos estuvimos tristes durante un largo tiempo: era una gran mujer. Pero después de una sesión de práctica tan satisfactoria no puedo permitir que pongas esa cara, Jay─ Geraldine pensó un momento antes de hablar─. ¿Te acuerdas del día en que ella y mi padre se aparecieron en la cocina pidiendo que los lleváramos una vez más a su tierra? Lo hicieron cantando Mi Buenos Aires Querido, ¡ni más ni menos! Siempre me pareció extraño pero divertido el que ambos hayan nacido allá. Ese dueto sí que nos supo alegrar el día- comentó entre risas, mientras rememoraba cada detalle en su mente.

─Pero eso no fue lo mejor. ¿Te acuerdas cuando les dijimos que Gardel había nacido en Francia? ─continuó Javier, un poco más animado─. ¡Los pobres viejos no pudieron dormir durante un mes! Si no hubiéramos hablado con ellos y llegado a la conclusión de que Gardel siempre tendría alma de argentino sin importar dónde hubiera nacido, no sé qué habría pasado- terminó mientras se reía.

─ ¿Me podrías complacer con un tango más para dar por terminada la sesión de hoy? ─preguntó Geraldine.

─Por supuesto cariño. ¿Qué te gustaría bailar?

Por una cabeza. Cantada por Gardel es especial, e interpretada por las Orquestas ni se diga, pero en esta ocasión quisiera la versión que bailó Al Pacino en aquélla película, ¿Te acuerdas?

─ ¿Cómo olvidarlo?

Javier encontró la canción y de inmediato comenzó a sonar en el salón. Ambos pusieron a disposición todas sus emociones y sus sentidos para que el baile fuera muy  elegante y sensual. De principio a fin lo disfrutaron al máximo.

─Amo el tango, pero te amo más a ti ─le dijo Geraldine al terminar la danza. Él sonrió y se besaron apasionadamente. Luego se dirigieron a la mesa para recoger todo.

─ ¡Mira la hora! ¿No teníamos algo que hacer hoy en la noche? ─dijo de pronto Javier mirando su reloj.

─Ahora que lo mencionas, habíamos quedado en encontrarnos con Francisco y Roberto para tomar unas copas. Espero que vayan sus esposas también ¡Ángela y Julia son tan geniales! ¡Siempre me hacen reír! ─Geraldine miró el reloj─. ¡No me había fijado en la hora! ¡Tenemos que apurarnos! ─El sol ya se había ocultado y empezaba a soplar la brisa nocturna que caracterizaba aquella época del año.

─No te preocupes cariño, adelántate tú que yo me quedo recogiendo las cosas. Así tendrás más tiempo para escoger qué ponerte ─dijo Javier, confiado, tranquilo y sonriente.

─Está bien, pero no te tardes.-dijo ella, que ya se había quitado los zapatos y se dirigía apresurada y descalza hacia el piso de arriba.

La miró alejarse; siempre le había gustado verla caminar. Luego desconectó todo, guardó el iPod en un bolsillo, los cables en otro y cerró las ventanas. Caminó lentamente hacia la puerta, mientras recordaba los gratos momentos que había pasado con Geraldine esa tarde. Se detuvo en el umbral y lanzó una última mirada a la habitación. Vio la foto de Gardel que estaba enmarcada y guindada en una de las paredes, sonrió y justo antes de apagar las luces y cerrar la puerta, dijo en voz alta:

─Definitivamente, Carlitos cada día canta mejor.

 

 

Br. Andrea Ward, estudiante de Ingeniería Química.