Br. Ricardo Santos, estudiante de Ingeniería Química
Trabajo presentad, del curso LLB-516 “Grandes temas de la literatura: libros de caballería”, dictado por el Prof. Cristian Álvarez
“La vida sería imposible si todo se recordase.
El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse.”
Roger Martin du Gard
“Nos hemos perdido” exclamaba un entristecido Lancelot en el filme Excalibur de John Boorman (1981). El mejor caballero del mundo estaba sentado en una gran mesa donde sus compañeros de armas concentraban su atención en el cortejo de las damas y doncellas y en conversaciones vacías, ignorando su presencia y la del Rey.
“Mandaré a construir una gran mesa redonda, en la cual contaremos historias y recordemos nuestras aventuras” exclamó un joven Arturo al lograr el control del este de Camelot algunos años atrás. La idea del Rey surgió tras las palabras de Merlín. El mago había dicho momentos antes “Así es, ¡Contemplad este momento!, saboreadlo, regocijaos, regocijaos todos en él, y no lo olviden nunca, porque él (Arturo) los ha unido. Recordad esta victoria”.
En el pasado quedó esa imagen de la Tabla Redonda como el punto de fortalecimiento y cultivo de las cualidades caballerescas. Ahora cuando Lancelot realizó el comentario, no era más que un lugar para el florecimiento de rumores, rencores y envidias. Se perdió la esencia.
¿Cómo se pasó de la plenitud, de la felicidad máxima, a la tristeza y la indiferencia?
Bien lo había dicho Merlín: desgraciadamente la perdición del hombre es el olvido. El Rey y sus caballeros no escaparon de esta realidad, fueron víctimas del olvido, en especial de la principal característica del caballero: la humildad.
C.S Lewis propuso que la caballería es la suma de tres virtudes: cortesía, ferocidad y humildad elevadas a la n, entendiéndose la última como la sumisión a la verdad. La verdad se precisa a su vez como la conformidad de lo que se dice con lo que se piensa y obra.
El caballero se define como un hombre cristiano, sometido al destino, casto, bondadoso y cortés, valiente, y sobre todo dedicado a su condición de servidor. Sin embargo, la literatura nos muestra cómo el olvido de su vocación y oficio causa estragos, haciendo al caballero obrar de una manera bastante diferente a la planteada en la definición inicial.
El olvido de Dios
Veamos por ejemplo lo que sucede con Perceval. En El Cuento del Grial de Chrétien de Troyes se muestra la evolución de un inocente y rústico joven en un caballero excelso.
Cuando decide emprender su camino caballeresco, Perceval es despedido por su madre, no sin antes recibir tres consejos vitales: honrar a las doncellas, hablar con los hombres y rezarle al Señor. Es precisamente este último consejo el que el joven galés se rehúsa a seguir.
Al comienzo de su travesía el naciente e insipiente caballero muestra un comportamiento tosco, rozando en lo animal, pero caracterizado por una gran convicción y una enorme sinceridad, su accionar es erróneo, pero es puro.
A medida que avanza en su camino, mejora paulatinamente su proceder, hasta ser considerado uno de los mejores. Sin embargo, todo este trayecto lo realiza sin recordar las últimas palabras de su madre, es decir, olvidándose por completo de la oración.
Sin saberlo, ha pecado por hacer sufrir a su madre al separarse de ella. En ningún momento de su travesía visitó templo alguno ni se acordó de Dios, haciendo que su falta aumentara de gravedad. Fue tal su culpa que el pecado le paralizó la lengua cuando vio el hierro que no dejaba de sangrar, impidiéndole preguntar la razón de aquel hecho sorprendente, condenando a la desgracia al Rey Pescador y a su pueblo.
En la búsqueda del cáliz sagrado, el caballero se muestra a cinco años de su travesía como un hombre triste después de desperdiciar la oportunidad de conocer el secreto del Grial. Aunque Perceval continuó con su trabajo haciendo prisioneros a caballeros rebeldes, presentaba una gran inconformidad. Su gran malestar provino de la desatención del espíritu.
Un caballero no es un guerrero, es un ser mucho más complejo: se mantiene vivo gracias al equilibrio entre el aspecto formal del quehacer caballeresco y lo espiritual. Mantener vigente este equilibrio es lo que le permite obrar con conciencia, que es sin duda alguna el motor que le permite continuar en la travesía. Sin conciencia el individuo se vuelve un objeto netamente utilitario, perdiendo lo humano de su accionar. De nada sirve iniciar un camino si no se conoce la meta, es decir, el caballero debe obrar como tal porque realmente cree que en ello, no por simples órdenes o instrucciones, de lo contrario se vuelve un cascarón vacío: parece caballero pero realmente no lo es.
Los actos religiosos son una muestra de voluntad, permiten aumentar el valor y el honor del hombre. Dios aprecia estos actos porque provienen de la humildad. Representan para el caballero artúrico –que es cristiano por definición– una oportunidad para la reflexión, la crítica y el perdón, factores esenciales para la potenciación de lo espiritual.
Torcer el destino
“¿Por qué voy a desmayar?, sea adverso o favorable ¿qué otra cosa puede hacer el hombre más que afrontar su destino?” Con estas palabras inició Gawain la búsqueda de su adversario en el relato Sir Gawain y el Caballero Verde.
El caballero entiende el destino como una profecía que se cumplirá si trabaja por ella, así por ejemplo Lancelot trabaja duramente para hacer cumplir su destino: ser el mejor caballero del mundo.
Por su parte, el destino de Arturo es un poco menos favorable: a pesar de convertirse en el mejor rey, su reino será destruido por el hijo producto del pecado. En Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros de John Steinbeck se hace referencia a un episodio nefasto relacionado con el futuro.
Cuando Arturo se enteró del nacimiento de su hijo –fruto del incesto con su hermana Morgana– ordenó una empresa abominable: asesinar a todos los niños nacidos el primer día de las fiestas de primavera. El hecho nos muestra a un rey completamente diferente, es capaz de asesinar inocentes con tal de preservar su poder; es tal su orgullo que se creyó con el poder de cambiar su destino. Pese a sus fatídicos esfuerzos por evitarlo, será Mordred el que –cumpliendo la profecía– termine con el período artúrico muchos años después.
Esto nos demuestra que el hombre no puede controlar todo lo que sucede en el universo. Sea para bien o para mal, hay ciertos acontecimientos que no tienen una explicación racional, el destino es una de ellas. El infortunio no es razonable, el destino no es justo, pero ambos existen
El hombre debe reconocer su condición humana y asumir que no puede controlarlo todo. Ciertas cosas parecen responder a designios de dioses, espíritus o energías, dependiendo del enfoque teológico con el que se vea el problema.
La condición de servidor
El caballero tiene como misión principal ser un servidor del Rey, de las damas y doncellas y de los desprotegidos. Ante una situación que atente contra cualquiera de ellos, el caballero debe actuar sin titubear, debe demostrar el coraje y la ferocidad con el que está formado. No obra por una remuneración material, su pago es mucho más complejo: en la donación hay una plenitud, se alcanza una satisfacción personal por la ayuda otorgada.
Es un trabajo que solicita todo del hombre, inclusive su propia vida de ser necesario, ofreciéndole a cambio un clímax espiritual producto de obrar bien. La recompensa se encuentra en la cima de un camino que generalmente es tortuoso. La extrema dificultad del recorrido es una prueba de entereza personal. Cuando el caballero decide no cruzar el camino se olvida de su condición característica, renuncia a su definición de ser.
En el caso del rey su misión es mucho más importante: el rey y la tierra son uno. Si el rey está bien, la tierra florecerá; mientras que si el rey se encuentra mal, la tierra decaerá. Las consecuencias de olvidar esta condición se hacen evidentes en el film Excalibur de John Boorman (1981). Cuando Lancelot y Ginebra yacieron juntos –consumando con su amor la traición al Rey– Arturo se hundió en una profunda depresión. Al dejar su espada en el medio de los amantes, dejó a su tierra y a sus súbditos sin protección. Regresó al castillo para consumirse en la tristeza y el lamento.
La actitud de Arturo demostró en primer lugar un comportamiento egoísta: fue capaz de darle más importancia a sus problemas personales que a su labor como monarca. Aunque la falta fue grave y la herida profunda, esto no debió interferir en sus labores como rey.
En segundo lugar manifestó una falsa concepción del bien y el mal. Arturo, acostumbrado a vivir bajo el mandato del bien, no supo qué hacer cuando la adversidad se hizo presente; olvidó que las cosas negativas de la vida son sólo pruebas que deben superarse. En palabras de Savater “Los dragones de nuestra vida son princesas que esperan vernos hermosos y valientes”. En vez de aceptar la triste realidad y afrontarla, el Rey escogió el camino fácil: el laberinto del lamento como solución al problema.
Sumido en su debacle, Arturo ordenó la búsqueda del Grial para recuperar sus fuerzas. En la versión de Boorman, Perceval fue el encargado de dicha empresa. El último caballero de la corte fue capaz de conseguir el gran secreto: el Grial no es solamente un objeto físico, es un recuerdo de la condición de ser. Al darle de beber a Arturo en la copa, le recordó que la tierra y el rey son uno. En ese momento el monarca cambió rápidamente de temple: “No sabía lo vacío que estaba mi espíritu hasta que se llenó” exclamó. Fue capaz de olvidar bien: aunque Lancelot se llevó su honor, Ginebra su culpa y Mordred sus pecados, fue capaz de sobreponerse a todo esto y dedicarse a su condición de servidor.
Sentémonos en la mesa
Ahora entiendo mejor al Lancelot entristecido de la Tabla Redonda en la imagen de Excalibur. Al olvidarnos de nuestra esencia, de nuestros valores y de nuestro espíritu permitimos que el mal emerja.
El hombre se encuentra en una batalla eterna con su mente, en donde el bien y el mal luchan ferozmente por ocupar el ser. Este combate lo perdieron los caballeros que acompañaban a Lancelot. Al no haber un enemigo visible en una batalla física, desatendieron su espíritu, convirtiéndose en presas fáciles del ocio negativo. Es un ocio vegetativo que no busca el cultivo del alma, sino que propone el lamento, la envidia, la tristeza y el placer carnal como falsas soluciones a los problemas.
Resulta más sencillo identificar a un enemigo que calza grandes armaduras y espadas, que a uno sigiloso y silencioso como lo es el juego emocional. Este puede pasar desapercibido por los laberintos de la mente, pero puede lograr un daño mucho mayor que el primero.
El alma es una planta que requiere constante cuidado. Arturo propuso como sistema de riego el recuerdo periódico de las victorias logradas, porque en el momento de vencer una batalla no hay envidias, rencores ni tentaciones. Se logra por la entereza personal de sus combatientes.
¿No requiere el alma del hombre moderno un riego similar?
El hombre actual carece del sentido de la solidaridad. En un mundo donde el éxito personal se basa en un status económico, sacrificarnos por los demás sin esperar algo a cambio parece algo insólito. No hay una búsqueda de un clímax espiritual, lo material se ha encargado de sustituirlo.
Vivimos en una sociedad donde el coraje, la ferocidad y la humildad son sólo palabras vacías en un diccionario. El miedo de arriesgar ciertas comodidades inhibe el coraje. El mar que permite la ferocidad se ha convertido en un pantano apestoso donde nada emerge, mientras que la humildad se confunde con una baja autoestima, y lucha constantemente contra la aparición de la soberbia.
La humanidad carece de su sentido humano. A medida que los avances tecnológicos y científicos aumentan, disminuye la atención del espíritu. Nos parecemos cada vez más a aquel Perceval que pasó cinco años atrapando caballeros pero que nunca se acordó de Dios. Somos esclavos de nuestra rutina laboral. Aquellas cosas que no son útiles son menospreciadas y rebajadas de importancia al instante.
Picón Salas consideraba que la poca felicidad que podía obtener una persona no dependía de un hecho externo, sino “del trabajo de la conciencia por establecer su propia concordia, por someter a armonía y comprensión los instintos y entendimiento”.
Es tarea del hombre moderno realizar ese trabajo de exploración. ¿No es acaso lo espiritual y lo sentimental lo que nos diferencia de las otras especies?
Afortunadamente hay una manera de rescatar la humanidad perdida del humano. Hay una vacuna contra el olvido y se encuentra en los libros de caballería. Estas historias nos muestran algo más que una lucha entre guerreros, nos muestran una serie de conflictos humanos que son tangibles porque son reales, son los mismos problemas que debemos afrontar en el siglo XXI.
Nos enseñan que el hombre es mucho más complejo de lo que pensamos, que la felicidad no se logra únicamente con el poder o la riqueza material, sino que depende fundamentalmente de la riqueza del alma. Esta fortuna es imposible de alcanzar si no somos fieles a nosotros mismos, porque cuando permitimos concesiones que atentan contra nuestros valores, tergiversamos nuestro ser, nos convertimos en otras personas. Para alcanzarla es vital mantenerse en lo difícil: luchar vehementemente contra todo aquello que busca debilitar y corromper lo que nos define como individuos únicos, todo aquello que conforma la entereza personal.
Quizás los libros de caballería no ofrezcan una solución al problema, pero seguramente ayudarán a entenderlo. El lector es un invitado en un viaje de ida y vuelta, que le refresca la visión y le permite observar mejor la realidad.
REFERENCIAS
Fuentes bibliográficas
Anónimo. Sir Gawain y el Caballero Verde. Traducción de Francisco Torres Oliver. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Epílogo y notas de Jacobo F.J. Stuart. Segunda edición corregida. Ediciones Siruela. Madrid, 1983. 76 p.
Chrétien de Troyes. Historia de Perceval o el Cuento del Grial. Traducción de Agustín Cerezales Laforet. Editorial La Oveja Negra. Bogotá, 1983. 158 p.
Mariano Picón Salas. Obras selectas. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, 2008. 1509 p.
Fernando Savater. “Lo que enseñan los cuentos” en Sin contemplaciones. Ediciones Literarias. Madrid, 1992. 292 p.
John Steinbeck. Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros (según la obra de Sir Thomas Malory y otras fuentes). Traducción de Carlos Gardini. Edhasa. Barcelona, 1989. 354 p.
Fuentes electrónicas
C.S. Lewis. (1986). “The Necessity of Chivalry” en Present Concerns.
Disponible en: http://books.google.co.ve/books?id=jGDOQ2WyPmgC&printsec=frontcover&hl=es
Consulta [22/11/2012]
Cinematografía
Excalibur(Reino Unido-Estados Unidos, 1981) de John Borrman. Adaptación del libro de Thomas Malory Morte d’Arthur (1485) por Rospo Pallenbergerg. Guión de John Boorman y Rospo Pallenbergerg. Música de Trevor Jones, Carl Orff y Richard Wagner.