“In me didst thou exist—and, in my death, see by this image, which is thine own, how utterly thou hast murdered thyself.”
Edgar Allan Poe – William Wilson
Por Juan Itriago, estudiante de Ingeniería de Materiales.
He de confesar que tengo miedo. Todo lo que he conseguido hasta ahora no valdrá nada a partir del momento en el que el juez dicte mi sentencia. Aunque al comenzar el juicio pensaba que sería fácil demostrar mi inocencia, ahora estoy seguro de que seré hallado culpable. Y puedo tener esa certeza porque esta mañana, mientras me miraba en el espejo, me di cuenta de que soy un asesino.
Después de tanto tiempo negándolo, había logrado convencerme de que no había sucedido. Pero se ha roto el muro que contenía todos esos recuerdos y es el momento de aceptar la realidad: yo torturé y maté a Tomás Reyes. La sentencia llegará en cualquier momento, pero mi castigo ya empezó. Cada vez que me veo en el espejo, veo su cara y recuerdo lo que le hice.
Lo conocí cuando yo era apenas un niño y él un talentoso pintor. Sus cuadros eran maravillosos y mucho más hermosos que cualquier otra cosa que yo hubiera visto, por lo que iba a visitarlo casi todos los días. Él me ofreció enseñarme todo lo que sabía, a lo que accedí ilusionado. Sin embargo, aprender su técnica requería mucho más esfuerzo de lo que pensaba y yo prefería pasar el tiempo jugando o viendo televisión, así que poco a poco fui dejando de ir a su taller.
La desilusión de perder a su único admirador fue devastadora para Tomás. Años después me enteré de que había dejado de pintar y vivía en la miseria. En ese momento debí haber ido a hablar con él, pedirle disculpas y tratar de devolverle su inspiración… Pero era un joven despreocupado y sólo me importaba divertirme. El sentimiento de culpabilidad que tuve al conocer su situación se diluyó entre fiestas y alcohol, hasta convertirse en sólo un vago recuerdo.
No lo volví a ver hasta que tomé la decisión de abandonar mi pueblo natal para ir a estudiar en una ciudad importante. Mis padres, quienes siempre le habían tenido mucho aprecio, lo habían invitado para que tuviera una oportunidad de despedirse de mí antes de que me fuera. Este detalle me conmovió, así que lo recibí con la emoción que sentía cuando iba a su taller. Él me miró cariñosamente, me dio un lienzo en blanco y me dijo: “Quiero que lleves esto contigo y trates de encontrar tiempo para pintar algo especial. Yo también viajaré a la ciudad, pero no te molestaré. Sólo estaré ahí por si me necesitas”.
No sabía qué responderle. Tomás dependía de las limosnas que recibía de las amables personas del pueblo ̶ sobre todo de mis padres ̶ y aun así estaba dispuesto a perder eso con tal de estar cerca de mí y de ayudarme si lo necesitaba. Entonces recordé lo feliz que él era cuando pintaba y supe que devolverle esa ilusión era lo mejor que podía hacerle. Le dije que agradecería su gesto haciendo una gran obra de arte en su honor. La cara de mi viejo amigo se iluminó tanto que fue el tema de conversación en mi casa hasta el día en el que me fui.
Me gustaría decir que cumplí mi palabra, pero debo ser honesto y admitir que no lo hice. No tenía ̶ o, mejor dicho, no quería tener ̶ tiempo para hacerlo. Quería terminar de graduarme lo más rápido posible para ganar dinero y conocer gente influyente que me ayudara comenzar mi carrera política. En el fondo de mi corazón sabía que Tomás estaba sufriendo en la calle, pero prefería ignorar ese hecho para concentrarme en mis estudios.
Después de mucho esfuerzo, logré conseguir mi título universitario. Tenía un futuro muy prometedor que con el tiempo se fue transformando en un presente exitoso. Cada vez tardaba menos tiempo en conseguir un nuevo puesto más importante ̶ y mejor pagado ̶ que el anterior. No obstante, mentiría si dijera que el éxito que he tenido en mi carrera política ha sido únicamente un reflejo de mi esfuerzo y dedicación. La realidad es que no hubiera llegado tan lejos de no ser por María, mi secretaria. Ella era, y sigue siendo, la persona más inteligente, trabajadora y eficiente que he conocido en mi vida.
Fue entonces que tuve mi último encuentro con Tomás. Al principio parecía que sería un día como cualquier otro… hasta que vi que había un cuadro nuevo en la oficina. No podía creer lo que veía, ¡era una de esas obras de arte que tanto me habían gustado en mi infancia! En ese momento comprendí lo que estaba pasando. Tomás y María se habían conocido de alguna forma e, irremediablemente, se habían enamorado. En condiciones normales me hubiera alegrado por los dos, pero estaba enceguecido por la avaricia y el egoísmo. Si dejaba que ellos permanecieran juntos, era posible que María no se concentrara tanto en su trabajo como antes. Por eso salí inmediatamente de la oficina y me dediqué a buscar a Tomás.
Lo encontré en un pequeño y oscuro callejón cerca de mi casa. Me impresionó mucho que sólo fuera una sombra de la persona que recordaba. Estaba completamente demacrado, sucio y harapiento. Sin embargo, se le veía feliz. Me paré amenazadoramente en frente de su desnutrido cuerpo y le ordené que no volviera a ver a María. Él se arrodilló ante mí y me suplicó que le dejara estar con ella, ya que su amor era lo que le daba fuerzas para seguir viviendo. Me avergüenzo de decir que mi respuesta fue escupirle, para luego irme a mi casa y quemar el lienzo que me había dado.
Así fue como asesiné a Tomás. Lo decepcioné una y otra vez, a pesar de que él se sacrificaba por mí. Por mi culpa su cuerpo fue sometido durante años a las inclemencias del frío y del hambre. Y fui yo quien destruyó su última ilusión para luego dejarlo morir en un sucio callejón. Sin embargo, de lo que más me siento culpable es de haber olvidado todo esto, haciendo que su sufrimiento no significara nada. Ahora que estoy consciente de lo que hice, me doy cuenta de lo injusto y cruel que fui con él. Me gustaría poder retroceder el tiempo y cambiar todo lo que hice, pero es imposible. Lo único que puedo hacer es confesar mi culpabilidad y aceptar mi sentencia.
Escucho pasos acercándose al cuarto, sé que vienen por mí. Tengo miedo, pero no permito que mi voluntad se quiebre ̶ se lo debo a Tomás ̶ . Me vuelvo a mirar en el espejo, esta vez para despedirme de él, pero ahora sólo veo mi propio reflejo. Como era de esperarse después de todo lo que he sufrido en esta espera, estoy sudado, despeinado, con la corbata torcida y el traje arrugado. Pese a todo, mi cara tiene una expresión tranquila, como la de un mártir que sabe que su muerte será recompensada.
̶ “Ya son las 3:30. ¿Está listo?” ̶ dice una voz desde el otro lado de la puerta.
̶ “Sí” ̶ Respondo.
Salgo del cuarto y el hombre se sorprende al verme tan desarreglado. Yo avanzo con firmeza hacia el lugar en el que me esperan, mientras él me persigue alterado.
̶ “¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo va a salir así? ¡Hay miles de personas esperándole!”
̶ “Mi apariencia no cambiará la sentencia, lo único que importa es lo que he hecho y lo que haré de ahora en adelante”.
̶ “¿Su sentencia? ¿Pero de qué está hablando? Señor Reyes, le pido que regrese a su casa y descanse. Creo que lo mejor es cancelar la rueda de prensa de hoy”.
̶ “La sentencia es inevitable, de nada me serviría posponerla” ̶ le digo justo cuando llegamos a la sala en donde terminará mi juicio.
El hombre ̶ ya desesperado ̶ trata de detenerme, pero mi deseo de hacer lo correcto es más fuerte que cualquier obstáculo que pueda presentarse. Él, resignado, saca un celular de su bolsillo y llama a alguien, pero a mí no me importa. Sigo adelante y entro, finalmente, al recinto en donde la justicia triunfará.
Hay muchas personas atónitas viéndome, todos en silencio. Logro reconocer a mi secretaria en la primera fila. Le sonrío y luego cierro los ojos para poder ver bien al juez mientras dicta mi sentencia… Era exactamente la que estaba esperando, sólo que ahora la veo como una salvación en vez de como una condena. Tomo el micrófono y empiezo a hablar.
̶ “Buenas tardes a todos. Quiero aprovechar esta ocasión para decirles que me declaro culpable de haber asesinado a la persona que quería ser. Ya que me es imposible ser esa persona ahora, me veo obligado a replantear mi vida y a buscar nuevos sueños para poder ser feliz. Por esta razón, anuncio públicamente que renunciaré al cargo para el que me habían elegido”.
Nadie más habla, nadie mueve un músculo, excepto María. Ella está sonriendo. Eso me da ánimos para cumplir la segunda parte de mi sentencia. Vuelvo a hablar, pero esta vez sólo me interesa que ella lo escuche.
̶ “Sin embargo, empezar una nueva vida es mucho más fácil si tengo alguien a mi lado. Alguien que haga que cada día sea especial. Alguien con quien pueda formar una familia. Alguien que me haga feliz. Alguien como tú, María. ¿Te casarías conmigo?”