ALTERUM
Jorge J. Romero
Estudiante de Lic. Matemáticas
Si yo me llamara Federico, seguro que tendría muchas niñas a mi alrededor, seguro que Fabiana no me miraría feo cada vez que le hablo en clase, y seguro que la profesora no me dejaría de último cada vez que levanto la mano. Si yo fuese como Federico, seguro no tendría que perder tanto tiempo peinándome o vistiéndome, todo me quedaría bien. Seguro mi mamá no me levantaría a gritos cada mañana y papá no se molestaría porque no quiero ir a las clases de natación. Si fuese Federico seguro que me gustarían las clases de natación. Pero no soy como él, y mi nombre es menos interesante. Me tengo que llamar Juan y tengo solo doce años.
No era posible que despertase a la primera llamada. La agotada luz que entraba por la ventana descubría las facciones desinteresadas de un Juan aún entregado a los sueños. Ojeroso, desorientado, se levantó minutos más tarde entre los lejanos gritos casi desesperanzados de Juliana, que se habían vuelto costumbre en aquel hogar de mañanas intransigentes y sopores metafísicos. Casi como si no lo hubiese pensado, abrió la ventana y concentró en su cabeza los sonidos del agua saliendo de las regaderas de los jardines. Eran sonidos sincronizados, exactos, que se sobreponían en la versatilidad de imágenes que ya a aquella hora, empezaban, como él, a despertar. Cada día, el sonido le daba vueltas y revoloteaba incluso entre clases, entre dibujos, conversaciones y rayuelas. La imagen gris de la mañana llenaba su habitación de una niebla que solo él podía ver. Crecían nubes indistinguibles entre paredes blancas que buscaban aún una identidad. El rumor del desayuno se hacía cada vez más fuerte y el pequeño Juan todavía no se había vestido.
Si yo fuese Federico seguro no tendría que pedirle a papá tantas veces que me lleve a la tienda de música a comprar afiches gigantes para mi cuarto que está tan vacío. Como aquel en blanco y negro que tiene Fede en su cuarto y dice Brothers y del que me cuenta una historia nueva cada vez que le pregunto dónde lo consiguió, pero lo hace sin darse cuenta y lo hace tan seguro de sí mismo que es posible que yo me las crea, excepto la de ayer porque no soy tan estúpido y eso le dije y me respondió que yo no entendía nada porque aún soy muy pequeño pero que cuando tenga su edad, comprendería que ninguna de sus historias era falsa. Mi mamá quiere mucho a Federico y mi papá también así que lo invitan a comer de vez en cuando y solo entonces saco mi PlayStation. No me gusta jugar solo. Si yo fuese Federico, nunca tendría que jugar solo.
Cada intento de jugar con Tommy, su beagle, terminaba con alguno de los dos heridos. A Tommy no parecía agradarle su amo, quizás por el poco tiempo que compartían juntos, quizás por el poco tacto que pone el pequeño Juan a la hora de tratar con Tommy. El hecho es que esta tarde Juan ni siquiera se dio cuenta de que por primera vez no había salido a ladrarle. Entró como una bala en la sala de su casa, y buscó en la mesa con el florero la llave del cuarto donde guardaba papá sus herramientas. Subió corriendo, aunque casi a rastras, un pote de pintura negra a su habitación. Las brochas habían sido más difíciles de encontrar, y la lámina de metal que papá estaba destinando para las rejas de atrás había dejado una hebra de sangre a medio extraer en su brazo. Las paredes blancas lo hacían sentir enfermo, la opresión que podrían ocasionar unas paredes vacías a un niño de doce años es inimaginable pero Juan sentía que no podía empezar a crecer hasta no definir de alguna forma un entorno remotamente parecido a él. En inglés llaman strokes a los trazos violentos de una brocha o un pincel sobre las paredes del pequeño Juan. Sabía que le llevaría un buen tiempo cubrir cada partícula de pintura blanca sin la ayuda de papá, pero él no podía ayudarlo ahora, y es posible que además no quisiera. Su madre, bueno, había olvidado saludarla, así que ya se escuchaba desde la escalera el sonido de los pasos acelerados y de la extrañeza acompañada de un creciente ¿Juan?
Si yo fuese Federico, mi mamá no habría armado el episodio que armó esta tarde, al fin y al cabo son solo paredes pintadas, y una pequeña herida en el brazo. Quiero una habitación como la de Federico. Tal vez debí pedirle ayuda a él, y quizás, por qué no, qué bobo, a los amigos que estaban con él en su casa. Quiero tener amigas a las que pueda llamar “mis putas”, como “las putas de Federico”, como las llaman sus amigos. Si yo fuese como él, tampoco tendría que estudiar, y seguro mis papás me dejarían fumar, como sus padres a él. Mamá dice que mandará a pintar de nuevo mi cuarto, pero ya no me importa, porque papá me llevará mañana a comprar afiches gigantes, aunque tuve que prometerle que seguiré en mis clases de natación. Papá se mostró comprensivo durante la cena, creo que se siente mal por Tommy y por mí. Lo extraño un poco, pero estoy seguro de que él no me quería. Si yo fuese Federico, seguro que Tommy no estaría muerto.