El juego oscuro
Br. Daleska González de la carrera Ingeniería de Producción.
Abrió los parpados, o al menos eso creía. Pestañeo dos veces, o al menos eso pensaba. Todo permanecía tan oscuro que no había forma de saber si tenía los ojos abiertos o cerrados. Trataba de entrecerrar sus ojos. Pero, no había ni un atisbo de luz. No podía recordar donde estaba, todo le parecía confuso, no podía moverse, no sentía el resto de su cuerpo, y no paraba de pensar en el ruido. Ese ruido la aturdía, no la dejaba pensar con claridad. “¿Sería eso la muerte? ¿Estaba muerta? ¿Así como la nana?” Eso había dicho su madre cuando preguntó ella. Solo tenía cinco años. Su madre se sentó a su lado, la miró a los ojos y le explicó que su abuela estaba en un lugar mejor y que no volvería a verla. Pero, si de algo estaba segura ahora era de que, si esto es la muerte, su madre estaba equivocada. No era un mejor lugar. De hecho, no podía decir siquiera que era un lugar.
Ella no reconocía nada. Solo podía pensar en ese ruido seco, unas veces más cerca otras veces más lejos. “Pank, bum, pon”. Ya no sabía hace cuánto había despertado, o si en realidad estaba despierta. Cuando de pronto cesó, la inundó una sensación de paz. Pero, ahora sin el incesante ruido el silencio era agobiante. Y pensaba en la muerte. Nunca más vería a su muñeca “Boo-Boo”. Ya era grande para esas cosas. Por eso, la guardaba donde nadie pudiera hallarla. Sí, ahora comenzaba a recordar su escuela, los insoportables niños, su hermano menor, la cena, su programa favorito, su reflejo en el espejo. Todo parecía cambiar en el espejo. Sus conclusiones no coincidían con las de su madre. Su madre decía que era por la edad. Ella solo podía pensar en los universos paralelos que existían a través del espejo.
Comenzaba a sentir su cuerpo. Parecía estar acostada sobre su espalda. Podía sentir una fría y viscosa sustancia en todo su cuerpo. El olor era insoportable, la mareaba, era espeluznante. La oscuridad, el silencio y ahora el olor. Quería gritar. Pero no sabía dónde estaba su boca. Luego frío, mucho frío. Su memoria volvía de pronto. Comenzaba a recordar. Ya no era una niña. Las imágenes se apilaban en su mente: graduación, novios, sexo, funerales. Toda su vida pasaba ante sus ojos. Quería llorar, solo que no sabía cómo.
En la oscuridad ella ya no sabía lo que sentía. Miedo, dolor, furia. Tenía dudas sobre quién era, no recordaba su nombre. Y nuevamente ese sonido ensordecedor. “Pank, bum, pon”, cada vez más cerca. La oscuridad se hacía cada vez más pesada. O ¿Serían solo sus párpados? No podía saberlo. Luego hubo un intervalo de nada, solo oscuridad. Al menos eso asumo yo, luego de no poder escuchar sus pensamientos. Y cuando el juego oscuro comenzaba a despertarme, ella parecía consciente. Ella podía sentir sus manos e intentaba mover sus dedos. No podía dejar de pensar en el frío y la viscosidad que la invadía. El ruido iba y venía, el dolor se extendía y de pronto pensó en algo parecido a la felicidad cuando uno de sus dedos cedió. Sentía su propia respiración. –“Viva. Estaba viva en la oscuridad”-. Intentaba mover sus manos para saber dónde estaba. Y de nuevo más abismo, oscuridad, frío, y ruido en sus pensamientos. Después de eso todo se vuelve confuso para mí. Trataré de describirlo tal y como lo recuerdo aunque no entienda lo que significa. Creo que ella pensaba en llorar y gritar. No sé si lo logró. Sus pensamientos no eran claros, iban y venían como el ensordecedor ruido. En intervalos ella quería llevar las manos a su rostro, y creo que lo consiguió porque se sintió feliz. De pronto, dejo de pensar en oscuridad, frío, dolor, y abismo. Todo se iluminó. Perdí sus pensamientos por un tiempo. Alrededor de diez minutos en el tiempo, según ella. Para mí no existe el tiempo. Solo ella. Estoy hablando mucho de mí, ella es lo que importa, sigamos.
El sol se posaba sobre su rostro y le molestaba tanta luminosidad. Sus párpados le pesaban. Pero, pudo abrirlos y se maravilló del hermoso día que transcurría tras la ventana. El viento pasaba a través de las cortinas. Estaba feliz porque todo había sido solo una pesadilla. Quería llevar sus manos al rostro. Pero, al tocarse la cara, esa sustancia viscosa seguía allí en su rostro, sus manos, su ropa y todo su cuerpo, las sábanas blancas, rojo, oscuridad, abismo, viento frío, dolor. Todo se acumulaba en su mente de nuevo. El sonido, ese sonido. Gritó -¡Ahh!-. El reloj marcaba las 7:00 a.m. El péndulo iba y venía, se hacía ensordecedor. Un dolor punzante atravesó su vientre. Casi podía recordar cada detalle de la mañana en que vio sobre su cama por primera vez. Podía recordar sus gritos que retumbaban en toda la casa. Su madre luego le explicaría que eso significaba ser mujer:
-“Un poco de dolor, sangre y oscuridad. Pero, la esperanza de albergar la luz por medio de la vida que podía provenir del mismo sitio de donde hoy surge dolor”-.
Dos lágrimas rosaron sus mejillas. Cerró los ojos y observó. Al final, despertó.
Y eso es todo. Esos son sus últimos pensamientos. No sé mucho más. ¿Se supone que eso es la muerte? ¿Eso es la muerte para ella? Aún no lo entiendo por completo. Cuando dejan de pensar todo es triste. Tristeza como la piensan ellos. Se siente como vivir a través de ellos y sus mundos. Casi puedes formar parte del juego oscuro y ser uno de ellos y sentir. Puedes casi olvidar que tú eres su creador y que ellos hacen lo que quieres, que viven porque tú quieres. Puedo dudar de todo eso porque ellos son verdaderos en esos intervalos en los que escribes sin pensar y piensas a través de ellos. Entonces, tienen vida propia justo antes de que un final, su muerte, acabe con sus historias y de alguna forma acabe con parte de nosotros. Ella despertó lo sé. Quizás esté en alguna parte escribiendo o creando. Todo dice que es imposible. Mi madre dice que es la pubertad y que no hay universos paralelos a través del espejo, que no hay vidas en los sueños. Me gustaría abrir los ojos y despertar como ella lo hizo.