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Los tres flagelos

Rafael Tomás Caldera
Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades

En la universidad se imparte una multiplicidad de conocimientos particulares. En otras palabras, se enseñan muchas cosas y muy diversas. no en vano la universidad actual ha podido ser llamada "multidiversidad" y comparada a las grandes tiendas por departamentos de la sociedad de consumo donde, yuxtapuestas bajo la unidad material de un mismo techo, se ofrecen a la venta las cosas más disímiles, venidas quizás de los más dispares rincones del planeta

¿Cómo hacer entonces para mantener y fomentar la unidad interior del educando, cuando precisamente lo que debería fomentarla el saber es lo que, por su fragmentación y abrumadora cantidad, opone el mayor obstáculo? Al menos que osemos decir que el cultivo de un jardín de cosas tiradas en el azar, esto es, que no pudiendo o no queriendo resolver el problema, terminemos simplemente por negar su existencia, erigiendo en teoría educativa una práctica defectuosa.

Para remediar esta situación dispersante o dicho en forma positiva para lograr el cultivo del educando, se ha intentado, en formas diversas, la solución de los llamados "Estudios Generales". Tales estudios, que puedan comprender una porción de hasta una quinta parte del plan de estudios, abarcarían un conjunto de asignaturas que, por ser comunes a varias ramas del saber especializado matemáticas, lógica o por contribuir a situar al estudiante "a la altura de los tiempos" se consideran de interés general.

Se pretende de esta manera, por una parte, completar la visión limitada que ofrecen los saberes especializados, para que cada quien pueda entender mejor nuestro mundo; por la otra, dar una base común que permita articular mejor los saberes, reduciendo de algún modo a una unidad de perspectiva los aportes de las varias disciplinas. Todo ello, además, debería ser instrumento de formación intelectual, para contribuir a lograr que el educando se haga verdaderamente capaz de saber.

Ahora bien, la primera dificultad de tales Estudios Generales es acertar con la fórmula que permita realizar verdaderamente el propósito de cultura que los alienta. Porque, aun contando con excelentes profesores, si la estructura del programa es deficiente, su práctica dará lugar a una insatisfacción, tanto mayor cuanto más persuadido se esté de la bondad de unos fines que los resultados concretos no traducen sino sólo en una mínima parte.

En particular, tres flagelos amenazan a tales estudios, tres falsificaciones posibles de su propósito. Y es importante considerarlos porque ello ayudará a definir mejor el problema, así como para llamar la atención sobre algo cuyas consecuencias previsibles pueden ser graves. Ellos son: la sofística charlatana, la síntesis pragmática y cl reduccionismo ideológico. Un cuarto y último flagelo, consecuencia necesaria de la descomposición de los Estudios Generales y por ello quizás el menos grave, es el desencanto con el programa: fracasados respecto a los objetivos mismos que se habían fijado, estos estudios terminarían por ser suprimidos, sin lágrimas ni luto. Con ello, sin embargo, perecería una aspiración, la de la educación general, que puede y debe ser realizada.

El primer flagelo la sofística charlatana procede de la yuxtaposición de los muchos saberes, y consiste, como toda sofística, en sustituir con una engañosa apariencia la realidad de la cultura intelectual. En efecto, para abrir el horizonte del especialista, se le harían cursar una serie de asignaturas, ya de las llamadas disciplinas humanísticas -literatura, historia-, ya de las ciencias humanas -psicología, sociología, politología-, ya de otras disciplinas especializadas que, de algún modo, lo afectan como persona -derecho, ecología, economía-. Tales cursos, sin embargo, dado cl escaso tiempo de que se dispone, más cl escaso interés de los participantes, no pueden ser sino cursos de divulgación en los cuales se presentan superficialmente opiniones, datos, hipótesis y conclusiones científicas a una audiencia incapaz de discernir el valor de cada cosa. Se fomenta con ello ?puesto que los estudiantes son, a su vez invitados a "expresar su opinión", y deben rendir exámenes que por lo general aprueban? la falsa convicción de que se sabe de aquello sobre lo cual ha tratado el curso. Como, por otra parte, se induce a tomar la mayor variedad de cursos posibles "para tener una visión más completa", el resultado no puede ser otro que un hábito de charlatanería: creerse en capacidad de hablar sobre cualquier tema y estar pagado de la propia opinión. No se escucha, no se reflexiona, no se pondera.

Ahora bien, "un joven inteligente de mente activa, que no haya tenido más entrenamiento que éste, podrá hacer gala de poco más que un montón de ideas apiladas de cualquier manera en su cabeza. Puede enunciar un cierto número de verdades o de sofismas, según el caso, pareciéndole igual unas y otros. Está al día respecto a una serie de teorías y de datos, pero todos sueltos y a la deriva, porque no tiene principios bien asentados en su mente alrededor de los cuales agregar y ubicar teorías y datos. Puede decir una palabra o dos en media docena de ciencias, pero no una docena de palabras en ninguna de ellas. Dice una cosa ahora, y otra más tarde, y cuando intenta escribir en forma clara lo que piensa sobre algún punto en disputa, o sobre los que él entiende ser los términos del problema, se desploma y se halla sorprendido de su fracaso. Ve las objeciones con mas claridad que las verdades y es capaz de hacer mil preguntas que los hombres más sabios no pueden contestar; y con todo eso, se tiene en muy buena opinión, está muy satisfecho con sus logros, y declara que están opuestos por completo a la difusión del saber todos aquellos que no adoptan sus métodos de incrementarlo, o las opiniones en las cuales él considera que el saber se concreta".

La síntesis pragmática -segundo flagelo- es la otra cara de la moneda de la sofística charlatana. La otra cara porque dentro de la pregunta universalidad de visión que otorgan los saberes superficiales e inconexos, cada persona tiende por su aspiración a la unidad a fraguarse una cierta síntesis subjetiva de lo aprendido. Careciendo, sin embargo, de principios verdaderos que le permitan realizar esa síntesis como programa abierto en acuerdo con lo que es, no podrá sino privilegiar aquel aspecto que atrae más su interés. Sea un prejuicio una deformidad moral, un gusto espontáneo o un motivo económico, la regla de construcción de tal síntesis será preponderantemente pragmática: en lugar de orientarse por y hacia la verdad porque es verdad, se recogen algunos trozos por y en la medida en que sirven para lo que nos hemos propuesto. Al desplazar de su ámbito propio el de hacer la regla de la practicidad, para erigirla en medida de la realidad, se pierde la rectitud del espíritu; se aprende a juzgar siempre según la propia conveniencia o el propio interés.

Pero, esta síntesis pragmática que resulta de la necesidad de unificar de alguna manera lo que de otro modo no sería sino una ensalada de conceptos, se puede ver fomentada además por la pretensión de interdisciplinariedad, que, sin haber planteado las condiciones que hacen posible la unificación, insiste en reunir en torno a una mesa a especialistas de diferentes disciplinas, para dialogar se dice sobre un tema. Como la experiencia muestra una y otra vez, no basta reunir para unir, ni sentar a la gente en torno una mesa para que hable de lo mismo. Se cae así en un diálogo de sordos y yuxtaposición de monólogos que alimenta en el oyente la conclusión de que no hay armonía posible, debiendo cada cual cocinarse su propia receta. La aspiración a la interdisciplinariedad se transforma entonces en invitación al arte culinario.

En otros casos, la interdisciplinariedad se torna en mero gambito para encubrir lo que hemos llamado el tercer flagelo quizás el más grave, de los que amenazan a los Estudios Generales: el reduccionismo ideológico. En efecto, así como se tiende a la síntesis pragmática por la aspiración a la unidad, se puede tender y se tiende no pocas veces en la práctica -entre los profesores más que entre los alumnos- al reduccionismo: a privilegiar la propia disciplina, erigiéndola en fundamento o regla de todas las demás. Se llega de esta manera a esa situación en la cual lingüistas, lógicos, psicólogos, sociólogos, matemáticos, etc. erigen su especialidad en ciencia madre que juzga y ordena el campo entero del saber, al igual que la vida personal, social o política. Es fácil darse cuenta de que, donde esto suceda, se pasará enseguida al indoctrinamiento de los estudiantes, y del indoctrinamiento a la manipulación política. No exagero ni hablo en el vacío. Indoctrinamiento, pragmatismo y charlatanería constituyen así las falsificaciones posibles de la enseñanza que debe cultivar al estudiante en su sed de verdad y en su afán de unidad interior. Con esto, sin embargo, no sólo no se estaría cumpliendo el anunciado propósito de cultura; se estaría destruyendo la que ya hubieran adquirido por la familia o la escuela, y se estaría sembrando de obstáculos el camino para que puedan alcanzarla.

Paradójicamente, la educación superior no acerca entonces a la cultura, sino que aleja de ella. Como se preguntaba el poeta:

Where is the wisdom
we have lost in knowledge?
Where is the knowledge
we have lost in information?

[¿Dónde está la sabiduría que se nos ha perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que se nos ha perdido en información?]

Universalia nº 1 Abr-Jul 1990